Alexander
Sonreí al escuchar que me permitía entrar, por algún motivo lo sentí como una victoria. Sabía que me comportaba como un tonto, pero que ella todavía deseara verme me hizo sentir especial. Sin embargo, el gesto murió tan pronto apareció, pues la encontré sentada en medio de la cama, con la nariz enrojecida y los ojos inflamados. Todavía llevaba el mismo pijama que Isa. El corazón, que segundos antes estaba engrandecido, se me achicó para entonces martillarme en el pecho.
Bajé la cabeza y tragué con dificultad. Eso reafirmaba mi decisión de irme. Me masajeé la frente. Era uno de esos momentos en los que sabes qué es lo correcto, pero te resistes a aceptarlo. Eli e Isa eran mi sistema de apoyo, y alejarme de ellas supondría un gran esfuerzo. Ellas me hacían bien, pero yo las dañaba. Levanté la cabeza con la decisión ya firme en mi corazón.
—Creo que lo mejor es que me vaya… —Sentí la imperiosa necesidad de añadir—: por un tiempo.
Eli asintió con firmeza y cierta manía, como si intentara convencerse a sí misma de que eso era lo correcto. Una lágrima se deslizó por su mejilla, y luego otra, y otra. Mi corazón se desbocó y el pecho me subía y bajaba como si acabara de ejecutar la más extenuante rutina sobre el hielo.
Ella levantó la mano y se limpió con cierta rudeza las mejillas. La regañaría, juro que lo hubiera hecho, ya que no debía tratarse así, pero mi mente se quedó en blanco al ver los casi imperceptibles manchones anaranjados en su rostro. Mis ojos se desmesuraron, resoplé, reí y el corazón me dio un salto que pensé me robaría la consciencia. Busqué con premura por todo su cuerpo hasta dar con la bendita bolsa de papas junto a ella.
Subí a la cama sin ninguna duda. Me senté junto a Eli y la arrimé a mi cuerpo, abrazándola. Ella sujetó mis brazos, y de ahí le fue fácil encontrar mi abdomen y rodearme con sus propios brazos para completar el círculo entre los dos.
—Lo que pasó en el último año y medio fue… —Cerré una de las manos que la rodeaba, era demasiado vergonzoso. Jamás sería capaz de contarle lo que sucedió. Eli apoyó la cabeza en mi pecho y sus esbeltos brazos me oprimieron. Subí la mano hasta su cabeza y dejé un beso en el negro cabello—. Y necesito tiempo. ¿Está bien?
Asintió una y otra vez, por lo que me provocó cosquillas en el hombro, si bien, no reí, pues más lágrimas bajaron por sus mejillas.
—Sí.
El vacío en mi pecho era atroz. Las palabras que me dijo en el hospital se repetían una y otra vez en mi cabeza. Ella nunca me diría si es que en algún momento tuvimos otra oportunidad. Pero también sabía cuánto odiaba mostrarse tan vulnerable como en ese momento. Era muy extraño verla llorar, si lo hizo cinco veces frente a mí a lo largo de esos años, fue mucho. Me pregunté si querría acompañarme, mas me reprendí a mí mismo. No podía ser tan egoísta.
—Necesito hacerlo solo.
Lo dije en alto más para mí que para ella. Eli levantó la cabeza y volvió a asentir. Llevé la mano libre a su mentón y lo moví unos centímetros a la derecha para encontrarme con su azulada mirada.
—Lo sé.
Se subió la mano hasta la nariz y se dejó un diminuto rastro de color naranja en la punta. Sonreí con los ojos humedecidos. Eli no podría verse más adorable y culpable. La contemplé por un largo tiempo. Con los dedos acaricié su largo cabello en un ir y venir que le aseguraba a ella que yo seguía allí. No era como si pudiera escapar, pues me mantenía aprisionado entre sus brazos —aunque no me quejaría—.
«¿Por qué la vida se nos complicó tanto? ¿Por qué la sociedad no acaba de comprender que las personas con discapacidad no son inferiores? ¿Por qué mi madre, que conocía la discapacidad por una de las personas que más ama, la discrimina?».
Sin darme tiempo a arrepentirme, entrelacé la mano de Eli con la mía y la llevé a mi boca para dejar un beso en su palma, mas en el último segundo, separé los labios y metí el dedo índice de ella en mi boca, lo rodeé con la lengua y retiré el polvo de queso. Siempre podría refugiarme en la locura temporal. Ya había decidido irme, ¿qué más daba sorprenderla?
Sin siquiera considerar que ella podría volver a rechazarme, halé su mano y me impulsé hasta que los labios chocaron con los de ella. Acuné su rostro mientras enredaba los dedos en su sedoso cabello. Sus brazos permanecieron alrededor de mi cuerpo, ofreciéndome una tibieza que se apoderaba de mi corazón y lo envolvía como una manta que te calentaba en la noche más fría.
Ella, mi mejor amiga, entreabrió los labios y con la cálida lengua buscó la mía para bailar una danza primitiva que no necesitaba practicarse, solo sentirla. Soltó las manos y las arrastró en mi pecho para encontrar la nuca y sostenerme allí, su cuerpo tibio estaba recargado en el mío. Me sentí como un astronauta en la luna, pues había un toque de posesión; pero, sobre todo, era suave y tierna, si bien, certera y segura. No existía ni un atisbo de duda.
La rodeé con los brazos y aferré su diminuto cuerpo al mío, mis manos descansaban en el hueco de la espalda. Así, sentados, la impulsé sobre mis hombros porque quería, necesitaba… No tenía idea de qué, pero una energía revolucionaba mi interior y me pedía gritar, y reír, y girar una y otra y otra vez. Eli sonrió y dejó besos sueltos sobre mis labios antes de alejarse unos centímetros. Su rostro resplandecía y sus ojos tenían un brillo especial, por mí.
Editado: 20.04.2023