Bailemos en la oscuridad

Epílogo

3 años después

Alexander

—La primera vez que vine a la pista —Brandon hizo una pausa para sonreír con encanto y picardía, en ese instante supe que estaba perdido—. Este lugar místico del que escuché hablar durante una semana antes de que me entrara la curiosidad. Porque cuando conoces a Alexander Price, lo primero que descubres es cuánto ama a los Raptors, el peor equipo en la historia del baloncesto. ¡Arriba los Bulls!

—¡Buuu! —gritó Eli.

Brandon rio y nuestros invitados soltaron risitas entre abucheos. Estábamos en la pista de hielo —la cual la señora Payne había convertido en un jardín de rosas blancas helado—, y cientos, si no miles, de foquitos caían del techo como una lluvia de estrellas, sin embargo, no deslumbraban a Eli. Las dos largas mesas estaban vestidas con manteles blancos y cubremanteles en color oro. Una hilera de follaje con algunas rosas corría a lo largo de ellas, nada ostentoso que pudiera caerse al suelo. Un pastel de cinco pisos. intercalados uno blanco con textura de encaje y el siguiente en color oro, esperaba para ser saboreado. Todo era bello, pero nada podía superar a la hermosa y exquisita mujer que estaba junto a mí.

—Todavía no llego a ti, mi amor. —Brandon reajustó su postura y volvió a dedicarle una sonrisa seductora a su público—. Les decía: conoces a este tipo de veintiún años que ama el baloncesto y, sin embargo, es dueño de una pista de hielo ¡y! ganó una competencia mundial de danza sobre hielo, algo no encajaba en la ecuación. Así que, cuando me invitó a pasar un fin de semana en su casa, fui el primero en subir al automóvil.

Esa tarde, junto a un poco más de cincuenta personas, me convertí en el esposo de la ahora señora Eli Price, así recitó ella sus votos frente al párroco, nuestros invitados y el mundo. Caminó el pasillo de la iglesia con elegancia y un resplandor sublime en su azulada mirada. Su madre fue quien colocó su mano sobre la mía.

—Llegamos y les juro que el sol se trasladó a la mirada de este hombre. Yo no comprendía nada. Solo había hielo a nuestro alrededor y mis pestañas se congelaron. Observé como en cámara lenta y en mi mente comencé a rogar por mi vida. Estaba seguro de que caí en la trampa de un asesino en serie.

Desfiló con un vestido de manga larga ceñido a su torso y con una falda voluminosa hasta la mitad de las pantorrillas. Estaba cubierto por cientos de flores de seda, encaje y tul en todos los tamaños y formas —en color oro— y en el centro de cada una, de tres a cinco perlas entre grandes y pequeñas, con diminutos cristales bordados a su alrededor y perlas que se veían opacados por el brillo interior de Eli.

—Entonces apareció esta fuerza arrolladora, a treinta y cinco millas por hora, a la que no le importó pasarme por encima para llegar a él y fundirlo en un abrazo.

La esperé frente al altar con una chaqueta en color oro y el pantalón negro. Se suponía que mi esmoquin era de la más exquisita tela en negro, pero mientras pagaba por él —en la boutique en el mercado Byward—, le extendí un papel a los dueños para que lo cambiaran… Y fue una de las mejores decisiones de mi vida. Porque cuando Eli hizo su entrada triunfal, lo primero que hizo fue tropezar con ese punto brillante que la esperaba al final del pasillo, y su rostro estalló en una sonrisa.

—¡Soy ciega!

Salí de mi ensoñación tras la exclamación de Eli. Podrían llamarme ñoño, pero estaba embelesado con ella. Desde hacía tres años, la sonrisa de su rostro era imborrable, igual que la de Isa. Sonreí al percatarme de que nuestros invitados lloraban de risa. Brandon levantó el dedo índice del micrófono y negó a la vez que lo hacía con la cabeza. Jamás vi a mi amigo tan feliz como en ese día.

—No, mi amor, no. Escúdate todo lo que quieras en eso, pero todos sabemos que nada ni nadie se interpondrá entre el hombre que amas y tú. —Él se reacomodó en la chaqueta de su esmoquin y extendió las manos—. Así que aquí estoy yo, incómodo, pero con la sonrisa más estúpida plantada en mi rostro porque soy amigo del hombre más inteligente del mundo. En ese momento se convirtió en mi ejemplo a seguir. —Se escucharon algunos «¡Oh!» aquí y allá, y Brandon hizo un gesto con las manos como para que no se emocionaran aún—. Pero un día todo eso cambió, y les voy a contar cuándo fue: en mi despedida de soltero. Ahora mi esposa se va a enterar de algo que juré que jamás confesaría. —Bajé la cabeza y negué sin poder parar de reír, sentía el calentón en mis orejas—. Amor, mientras tú te fuiste con tus amigas a un stripclub, aquí, mi amigo, me hizo trabajar todo el día y ni siquiera me invitó una cerveza.

Eli levantó una mano hasta el cuello, tiró la cabeza atrás y rio a carcajadas al recordarlo. Tuvimos la mala suerte de que el único fin de semana en que Brandon pudo viajar coincidió con uno de nuestros eventos para niños discapacitados. No podía dejar a Eli sola, ya que siempre preparábamos un programa corto de demostración. Y que Brandon se ocupara de otros aspectos de la actividad fue de mucha ayuda. La verdad fue que, al terminar, caímos rendidos sobre el hielo y ninguno quería moverse.

Eli apoyó la cabeza en mi hombro y me rodeó con los brazos, el dulce sonido de su incontrolable risa me hacía reír también. Negué con la cabeza, no podía creer que ese al que llamaba mejor amigo me echara de cabeza de esa forma.

—¡Sí hubo cerveza! —dije indignado.

Él asintió con un mohín en su boca.




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