MAYO 2016
AYSEL.
¿Alguna vez te has sentido fuera de lugar? Como si no pertenecieras y quisieras escapar de todo lo que te rodea. ¿Alguna vez has caminado en un boulevard?
En cualquier momento colapsaría, sus piernas entumecidas y la contracción de su estómago eran una señal del poco tiempo que tenía. Corrió por el largo pasillo, por primera vez, sin importarle a quién dejaba atrás o quién le reclamaba por eso; antes de que las puertas se cerraran, subió al tren de medio día. No tenía idea de a dónde iba o a dónde quería llegar, lo único que tenía claro era que quería alejarse de todo.
«Patética, incapaz, burra, buena para nada» gritó una voz en su interior.
¿Dónde estaba aquella chica segura de sí misma? Tener buenas calificaciones no habían servido de nada, si no podía aprobar el examen que trazaría su futuro, ¿qué iba a decirle a su hermano? Sentía que ninguna palabra era correcta para confesar que de nuevo había fallado.
«Nada, eso es lo que eres.» Se repitió..
Apartó la vista de la pantalla de su celular, permitiendo que la canción se desplazará por el interior de su oído y, a su vez, dándose cuenta de que no estaba sola. Muchas personas estaban a su alrededor, pero la sensación de vacío no desapareció. Observó por la ventana como sus ilusiones formaban un camino de sueños rotos, preguntándose, si todas las personas acompañadas realmente lo estaban o sólo era algo visual y metafórico.
Sus pensamientos viajaban a la misma velocidad que la máquina. Personas transbordaban y bajaban en diferentes estaciones, miraba a todos y a nadie a la vez, en compañía de la soledad como su único abrigo en aquel día nublado de mayo.
Lo que Aysel no sabía, es que no muy lejos de ella existía un chico con la misma necesidad y partes rotas que no querían ser unidas.
—Deja ir el pasado, pensando en él no cambiarás nada. — le dijo el psicólogo ayer.
Todos decían lo mismo.
Que debía superarlo. Darle vuelta a la página y continuar con su vida. Siempre con la misma mierda de superación, una lógica inútil. El azabache sabía que no querían ayudarlo, ¿por qué lo harían? No era de su familia ni su amigo. ¿Qué iban a saber ellos? Solo buscaban su dinero, igual que los estafadores que eran.
Ninguno de ellos conocía a Travis como aseguraban cada sesión, tampoco habían pasado por lo mismo que él. ¿Quién les había dado el derecho de criticarlo? No podía entenderlo o juzgarlo, mucho menos ayudarlo. Nadie lo conocía. Y estaba bien con eso. Le resultaba tedioso soportar falsas sonrisas, a buitres en busca de un conejillo de indias al que arrancar los pedazos más jugosos. Pero, ese chico había nacido y criado con ellos, y no tenía intención de volver a relacionarse con otro.
Bajó en la siguiente estación, escuchando la plática de los demás pasajeros. No fue su intención, su celular carecía de pila y sus voces escandalosas no le dejaron muchas opciones.
Allí estaba Travis, ansiando haber cargado diez minutos el móvil, quizás así, hubiese podido bloquear todo a su alrededor, cuando subió la mirada curvó ligeramente sus labios mientras leía el letrero. Ahora recordaba porque había elegido esa estación.
—Tantas personas en distintas direcciones, siempre llegando a un mismo lugar. — susurró.
Solo eran un par de chicos de ciudad viviendo un mundo en solitario.
Ella suspiró melancólica al ver que no tenía idea de dónde estaba. Indudablemente, era un claro ejemplo de actuar antes de pensar. ¿Cuándo creyó que sería buena idea?
—Perdona, — la chica se dirigió a la única persona a su lado, su voz indicaba el debate interno de si debía hablarle o no — ¿sería tan amable de decirme el nombre de la estación?
El chico usaba una gorra de béisbol que cubría la parte de su rostro, lo único que Aysel visualizó claramente era el piercing en su labio cuando él bajó la vista. ¿Quién dijo que debía ser amable con una persona tan despistada?
—¿Me viste cara de mapa? — masculló duramente, luego, suspiró —Arriba. — señaló el letrero de color rosa con letras blancas.
"Boulevard Puerto Aéreo"
—Demonios. Eso me pasa por impulsiva.
Sentir vergüenza no era un sentimiento que pudiese ocultar, sus mejillas la delataban. Lágrimas se acumularon dentro sus castaños y oscuros ojos, su desfachatez era sublime.
Genial, lo que le faltaba, la chica iba a llorar. Él detestaba ese tipo de personas, pensando que sus problemas se esfumarían por arte de magia.
—Si crees que así solucionarás algo, te equivocas. ¿O es que, pretendes causar pena ajena? — soltó él, sarcástico.
—Debes creer que soy patética. — afirmó la pelinegra con una risa nerviosa, bajando la cabeza, no sería la primera vez que alguien lo dijera, y probablemente, tampoco la última.
—¿Y? — cuestionó para su sorpresa — ¿Te importa lo que crea un desconocido que jamás volverás a ver? Tal parece que no te has dado cuenta.
Aysel levantó la mirada, su expresión delataba no tener idea de lo que se refería. El chico miró de nuevo el letrero, era curioso, no eran los únicos que habían llegado a ese lugar, pero a diferencia de los demás, ellos caminaban solos.
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Editado: 19.06.2023