Bajo el Boulevard

Capítulo Seis

CAPÍTULO SEIS

Sólo era una chica de ciudad, viviendo en un mundo solitario, deseando ser encontrada.

 

AYESEL.

8 AÑOS

SEGUNDO DE PRIMARIA, HORA DE RECESO.

—¿Otra vez aquí, Aysel? — me preguntó la vocal.

—No me di cuenta de la hora del receso. Mis amigas seguro me buscan. Nos vemos. — mentí, yo no tenía amigas ni nadie con quien pasar el receso. 

Estaba avergonzada por la situación, podía sentir los nervios y el temor subir por mi pequeño cuerpo ante la mirada de la profesora, debía verme patética ante sus ojos, solo atiné a correr hacia la salida mientras la escuchaba decir a la vocal: 

—No tiene amigas. Su mamá ha venido a hablar sobre ese problema, pero no sé qué hacer, nadie se quiere juntar con ella. Menos sabiendo quien es su padre. 

Sus palabras me duelen. Soy una niña solitaria, excepto cuando —por petición de mamá — la profesora pide a su hija y a sus amigas jugar conmigo, aunque su amistad solo sea válida por un día. Es extraño, a pesar de que estoy acostumbrada a estar sola en casa siempre que veo a los demás niños corriendo me causa nostalgia. Una vez, yo también corrí, y unos niños mayores me detuvieron y me dijeron: «cinco papeles por andar corriendo.» 

¿Hay algo malo conmigo? 

—Oye, Aysel, ¿por qué siempre usas trenzas? — me detuvo Claudia, una vez. 

—Mi mami me las hace, dice que es para cuidar mi cabello. — respondí tímidamente. 

Ellas llevan su cabello suelto, adornado de moños y pasadores bonitos. 

—Eso es de ñoñas. 

Sus palabras fueron como un balde de agua helada cayendo sobre mi cabeza. Yo solo quiero ser su amiga. Después de eso, no volví a dejar que mamá me peinara para la escuela. Aún así, tampoco conseguí amigas. 

¿Es por qué soy demasiado fea? ¿Por qué estoy gorda? 

ACTUALIDAD

—Mierda. — solté un soplido al sentir el ardor de mi espalda. 

Aún no abría los ojos y ya me había parado, bueno, caído de la cama. Qué manera de iniciar el fin de semana. ¡Hasta dormida soy torpe!

Escuché el rechinido de la puerta abriéndose, no tenía que pensar demasiado, era obvio quién era, solo vivo con una persona. Abrí un ojo y miré por debajo de la cama un par de pies cubiertos con calcetines negros. 

—¿Bajaste a contar el polvo de tu cuarto, enana? — escuché la adormilada y ronca risa de Aarón

¿Tan duro fue el golpe como para que mi hermano viniera a verme? 

—Púdrete. — musité, aún, tirada y sin ánimos de levantarme — ¿Cuánto tiempo seguirás aquí? ¡Largo! — dije perezosa. 

Aarón se mantenía recargado en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho, pero con una sonrisa dibujando sus labios. Sus rizos caían sobre su frente de forma rebelde, el que siguiera usando pijama, o mejor dicho, un pans gris y una pijama vieja, significaba que no eran más de las ocho. En pocas palabras, yo debería estar dormida. 

—Creo que alguien despertó de mal humor. — alarga la última palabra, utilizando a su vez un toque ligeramente más agudo que me irrita. — Levántate, ya va a estar el desayuno.

Un olor a panqueque y algo quemándose inunda mis fosas nasales, sorbí un poco la nariz tratando de verificar, entonces, recargue mis brazos en el colchón, asomando mi cabeza por encima.  

—¿Dejaste algo en la estufa? — inquirí con el ceño fruncido, logrando que él abra los ojos. 

—Mierda. — se echó a correr directo a la cocina, soltando otra maldición en el proceso. 

«Y luego dice que la distraída soy yo.» Se suponía que de los dos, él era no sólo el mejor cocinero, sino, también el menos despistado. Ya veo que sí. Por mucho que quiera reírme, el hecho de que estuviera a punto de quemar la casa, hacía una gran diferencia. 

Me puse de pie, tratando de procesar que ya había salido el sol y, por ende, necesitaba ser productiva. Lamentablemente, dormir no lo era. Así que, deslicé mis pies dirigiéndome a la cocina, bostezando cada cinco segundos. 

—Ni creas que me comeré eso. — señalé la tortita de pan chamuscada. Ver a mi hermano batallar con los Hot Cakes fue asombroso, ya no podrá regañarme si las tortillas se me queman. — ¿Irás a trabajar? — pregunté, sacando dos tazas de la alacena.

Aarón asintió y apagó la estufa, vertiendo agua caliente en las tazas mientras yo colocaba el café, el azúcar, la mermelada y la lechera en el centro de la mesa. 

—Otra vez tengo doble turno, trata de no quemar la casa — alcé una ceja, diciendo lo hipócrita que era eso tomando en cuenta lo sucedido hace cinco minutos —, como yo casi lo hago esta mañana. — agregó. 

Reí un poco, haciéndolo volcar los ojos. Empezamos a comer panqueques perfectamente esponjosos, que yo acompaño con mermelada de fresa y Aarón con una rara mezcla de cajeta y lechera, e inevitablemente, hago una mueca de asco. En lo personal, no me gusta ninguna de las dos, sus sabores me parecen empalagosos, incluso más que el chocolate. El cual, yo amo. 




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