El otoño se había asentado en la pequeña ciudad con un susurro de hojas que caían lentamente al suelo, formando alfombras doradas y anaranjadas que crujían bajo los pies de los transeúntes. El aire fresco traía consigo la promesa de días más cortos y noches más largas, mientras las sombras se alargaban y el cielo se teñía de un gris melancólico.
Ana, una joven escritora con ojos llenos de curiosidad y una mente que nunca dejaba de trabajar, se encontraba caminando por las calles adoquinadas, envuelta en una bufanda de lana que protegía su cuello del frío incipiente. Había llegado a esta ciudad en busca de algo, aunque no sabía exactamente qué. La inspiración parecía haberse desvanecido en su último proyecto, y ahora vagaba por las librerías, cafés y parques en un intento desesperado de encontrar aquello que encendiera nuevamente la chispa en su interior.
La librería "El Rincón de los Sueños" se alzaba al final de una calle estrecha, como un faro para los amantes de los libros. Su fachada de madera antigua y el letrero pintado a mano invitaban a los curiosos a entrar. Era el tipo de lugar que parecía haber resistido el paso del tiempo, manteniendo una atmósfera cálida y acogedora, como si las historias dentro de sus muros fueran las encargadas de mantenerlo vivo.
Ana empujó la puerta, y un suave tintineo anunció su llegada. El aroma a papel envejecido y madera la envolvió, llenándola de una sensación de paz que solo encontraba en lugares como ese. Caminó lentamente por los pasillos, rozando con sus dedos las tapas de los libros, dejando que sus títulos y autores antiguos la llamaran.
Sus pasos la llevaron a la sección de poesía, un refugio donde las palabras de otros autores parecían susurrar directamente a su alma. Ana tomó un volumen de Neruda, sintiendo el peso de las páginas entre sus manos. Lo abrió al azar y comenzó a leer en voz baja, dejando que los versos acariciaran su mente.
En ese mismo instante, Luis, un joven fotógrafo que había llegado a la ciudad en busca de nuevas oportunidades, entraba en la librería. Sus ojos se movían rápidamente, absorbiendo cada detalle, cada rincón oscuro y polvoriento que podría convertirse en la inspiración para su próximo proyecto. A diferencia de Ana, Luis no estaba buscando algo específico. Su enfoque era más instintivo, capturando momentos en su cámara mientras se dejaba llevar por la energía del lugar.
Luis se dirigió hacia una estantería cercana, buscando una guía de fotografía que pudiera ayudarle a explorar nuevas técnicas. Sin embargo, su atención fue capturada por una figura femenina al final del pasillo. Ana, completamente absorta en su lectura, no se dio cuenta del joven que se acercaba.
Sus miradas se cruzaron por un instante. Ana levantó la vista, sorprendida al sentir la presencia de alguien más. Luis, con una sonrisa tímida, murmuró una disculpa mientras intentaba seguir con su búsqueda, pero algo en la mirada de Ana lo detuvo.
—Perdón, no quería interrumpirte —dijo Luis, sintiendo que sus palabras salían de manera torpe.
—No te preocupes —respondió Ana, con una sonrisa ligera—. Estaba perdida en los versos.
Luis asintió, inseguro de qué decir a continuación. La conexión que ambos sintieron fue instantánea, como si se conocieran desde siempre, aunque era la primera vez que sus caminos se cruzaban. Luis, siendo un observador nato, notó la delicadeza en las manos de Ana mientras sostenía el libro, la manera en que sus ojos se suavizaban al leer, y el pequeño fruncir de su ceño cuando se concentraba.
—¿Te gusta la poesía? —preguntó finalmente, buscando romper el silencio que se había instalado entre ellos.
Ana asintió, cerrando el libro con suavidad.
—Es lo único que parece tener sentido cuando todo lo demás falla —respondió, sus palabras cargadas de un tono de melancolía que Luis no pudo evitar notar.
—Entiendo lo que dices. Para mí, es la fotografía. Capturar un momento, congelarlo en el tiempo, es lo que me mantiene cuerdo.
Ana lo miró con más interés ahora, notando por primera vez la cámara colgada de su hombro. Era una cámara antigua, con un lente desgastado por el uso, que le daba un aire de autenticidad. Sin saber por qué, Ana sintió una conexión más profunda con este extraño que acababa de conocer. Quizás era la honestidad en sus palabras, o tal vez el otoño había traído consigo un aire de magia que hacía que las personas se encontraran de formas inesperadas.
El sonido de la puerta al abrirse y cerrarse detrás de ellos les recordó que estaban en un lugar público. La librería, con sus luces cálidas y estanterías repletas, parecía un mundo aparte, un refugio del ajetreo de la ciudad. Sin embargo, ambos sabían que este momento no duraría para siempre.
—Bueno, supongo que debería seguir buscando mi libro —dijo Luis finalmente, rompiendo la pausa.
—Y yo debería volver a mi poesía —añadió Ana, aunque sin mucha convicción.
Se miraron por un momento más, como si ambos esperaran que el otro dijera algo, pero las palabras no llegaron. Con una sonrisa, Luis dio un paso atrás, preparándose para irse. Ana hizo lo mismo, girando hacia la estantería para volver a sumergirse en su lectura.
Pero mientras lo hacía, una pequeña voz en su cabeza la impulsó a detenerse. Giró sobre sus talones y, con un tono vacilante, lo llamó.
—Luis…