Bajo el manto de la tormenta

El regreso de Derck.

La luz blanca los envolvió al cruzar el umbral, cegadora, hiriente. Sofía sintió cómo su cuerpo se estremecía, como si cada célula se rebelara contra la intensidad que los devoraba. Sus oídos zumbaban, y por un instante pensó que había quedado suspendida en un vacío absoluto.

Luego, la claridad se disipó, revelando un vasto espacio que no se parecía a nada que hubieran visto hasta entonces. Era como estar dentro de un espejo infinito: un salón inmenso, sin paredes visibles, donde el suelo brillaba como cristal líquido y reflejaba cada movimiento. En lo alto, no había techo, solo un cielo nocturno plagado de estrellas que parecían palpitar con vida propia.

En medio de aquel vacío estaba él.

Dereck.

De pie, inmóvil, su figura se recortaba contra la oscuridad. Vestía la misma chaqueta negra que Sofía recordaba, pero se veía desgastada, como si hubiera pasado por mil batallas. Su rostro estaba más delgado, con ojeras marcadas, y sus ojos… sus ojos ya no tenían el mismo brillo.

Sofía sintió que las rodillas le temblaban.

—D… Dereck… —murmuró, como si nombrarlo pudiera romper el hechizo.

Él levantó la cabeza lentamente, y cuando la miró, Sofía se quedó sin aire. Era su mirada, era su Dereck… pero había algo más, una sombra profunda escondida en su iris, como si el laberinto se hubiera quedado a vivir en él.

—Sofía… —su voz fue apenas un susurro, quebrada, como si le costara hablar después de tanto silencio.

Ella corrió hacia él sin pensarlo, esquivando el reflejo extraño del suelo. Lo abrazó con toda la fuerza que guardaba, hundiendo el rostro en su pecho, sintiendo que, al fin, lo había encontrado. Pero Dereck no la abrazó de inmediato. Permaneció rígido, como una estatua que tardaba en recordar lo que era el calor humano.

Finalmente, sus brazos la rodearon, aunque había en ese gesto una mezcla de ternura y algo inquietante, como si dudara en soltarla o en retenerla para siempre.

—Creí que nunca volvería a verte —dijo Sofía, con lágrimas que resbalaban sin control.

—Yo también pensé… que me habías olvidado —respondió él, con un tono bajo, casi dolido.

Detrás de ellos, Liam apretaba los puños. Observaba la escena en silencio, pero cada segundo era un tormento. Había luchado por protegerla, había arriesgado su vida… y ahora, verla en brazos de otro —aunque supiera que era Dereck— lo destrozaba en silencio.

El hombre de la llave permanecía apartado, con una sonrisa torcida en el rostro, como si todo aquello hubiera sido orquestado desde el inicio.

—Bienvenido de nuevo, viajero perdido —dijo, inclinando levemente la cabeza hacia Dereck—. El laberinto nunca devuelve lo que se lleva sin dejar una marca.

Sofía lo miró alarmada.

—¿Qué significa eso?

Dereck apartó la mirada, incómodo, y soltó un suspiro pesado.

—Es cierto. No volví igual, Sofía. Lo que vi allá adentro… lo que escuché… no puedo describirlo.

Ella le tomó el rostro con ambas manos, obligándolo a mirarla.

—No me importa lo que haya pasado. Eres tú y seguirás siendo tú, Dereck. Lo único que quiero es que estemos juntos, que salgamos de aquí.

Pero él no respondió. Sus labios temblaron como si quisiera decir algo que no podía confesar. Liam dio un paso adelante.

—¿Cómo sabemos que realmente eres él? ¿Y si esto es solo otra ilusión del laberinto?

Los ojos de Dereck se endurecieron.

—Soy yo, Liam. Tú lo sabes. Tú mismo me escuchaste… ¿o acaso olvidaste quién te salvó en la grieta del corredor?

Liam se quedó helado. No podía ser una coincidencia: solo Dereck y él conocían ese detalle, porque había ocurrido mucho antes, en una de las primeras pruebas, cuando el laberinto había tratado de devorarlos por separado.

Sofía se giró hacia Liam con un gesto firme.

—¿Lo ves? ¡Es él!

El silencio fue interrumpido por un nuevo sonido: un crujido profundo, como el cristal del suelo resquebrajándose bajo sus pies. El espacio comenzó a vibrar, y el reflejo del piso se deformó, mostrando imágenes fragmentadas: momentos de la vida de Sofía y Dereck juntos, recuerdos de besos, discusiones, promesas… todos mezclados con escenas horribles de gritos y sombras que arrastraban cuerpos al vacío.

Sofía retrocedió, horrorizada.

—¿Qué es esto?

El hombre de la llave avanzó lentamente, sus pasos resonando como martillazos en el silencio.

—Esto es lo que él trae consigo. Cada recuerdo, cada sombra, cada cicatriz. El laberinto nunca libera del todo… solo comparte su carga.

Dereck bajó la mirada, avergonzado.

—Es verdad. No soy el mismo que conociste.

Sofía lo tomó de la mano con fuerza.

—No me importa. Si tengo que cargar con tu oscuridad, lo haré.

Pero Liam intervino, su voz cargada de furia contenida:

—¡No, Sofía! No entiendes lo que estás diciendo. Él ya no es el mismo, no sabes qué más oculta. ¿Vas a confiar ciegamente solo porque lo amaste?

Sofía se quedó en medio, mirando primero a Liam y luego a Dereck. El reflejo en el suelo mostraba dos versiones de sí misma: una abrazando a Dereck, otra caminando junto a Liam. El laberinto parecía disfrutar del dilema, amplificando el peso de su elección.

El hombre de la llave alzó su llave enorme y la clavó en el suelo. El estruendo fue tan grande que las estrellas del techo comenzaron a parpadear.

—Decidan pronto. El laberinto no espera.

Sofía cerró los ojos. Su corazón estaba dividido: la seguridad y devoción de Liam frente al amor imposible y marcado de Dereck. Una decisión que no solo definiría su vida… sino su propia alma.




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