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Cuando Mía Méndez entró en mi oficina, supe que la reunión iba a ser un desafío. Desde el primer instante, su energía me sorprendió. No era la típica emprendedora asustada que esperaba encontrar. En lugar de eso, tenía un aire de determinación que me intrigaba. Su blusa blanca, aunque sencilla, parecía resaltar su figura, y sus ojos, tan llenos de vida, parecían escanear cada rincón de mi espacio. Pero más allá de su apariencia, era su actitud la que me impactó.
Me acomodé en mi silla, cruzando los brazos sobre el pecho, intentando mostrarme tan impenetrable como siempre. La habitación estaba diseñada para proyectar poder; grandes ventanales dejaban entrar una luz fría y blanca, y cada objeto en la sala estaba en su lugar, como un reloj suizo. Mi mundo era ordenado, y no había espacio para errores. Sin embargo, Mía, con su presencia vibrante, estaba a punto de romper ese orden.
Ella comenzó a hablar sobre su empresa y su propuesta, pero mientras lo hacía, no podía evitar sentir que la miraba de una manera diferente. Sus palabras eran rápidas, llenas de pasión, y cada vez que respondía a mis preguntas, había un brillo en sus ojos que me hizo dudar de mi enfoque. Era como si desnudara mis argumentos con cada respuesta, haciéndome cuestionar no solo lo que decía, sino también cómo lo decía.
—Lucas, la colaboración con tu empresa no solo beneficiaría a la mía, sino que también podría ofrecer una nueva perspectiva a la línea de productos que tienen. —Mía decía esto con un tono de voz que no admitía cuestionamientos, y yo, que había pasado años acostumbrado a que mis decisiones fueran indiscutibles, me sentía desconcertado.
—¿Y qué te hace pensar que podemos permitirnos esa perspectiva? —pregunté, manteniendo un tono controlado. Quería que supiera que, aunque la escuchaba, mi posición era firme. No podía dejar que el entusiasmo de una pequeña empresaria me hiciera perder de vista la lógica.
Ella sonrió, una de esas sonrisas que destilan confianza y un toque de desafío. —Porque tu empresa, Lucas, es conocida por innovar y adaptarse, pero a veces, el cambio puede ser aterrador. —Tomó un respiro y continuó—. Si queremos crecer, debemos arriesgarnos, ¿no crees?
Me detuve en seco. Su respuesta era audaz, y algo dentro de mí se removió. No estaba acostumbrado a que la gente cuestionara mis decisiones de manera tan directa, y la forma en que ella lo hacía descolocaba mis esquemas. Era refrescante, incluso. Era cierto que la complacencia era el enemigo del progreso, pero jamás había considerado que una simple emprendedora pudiera recordármelo con tanta claridad.
—Interesante perspectiva, Mía —dije, tratando de ocultar mi creciente admiración. En lugar de ser intimidada por mi posición, parecía disfrutar el desafío. Observé cada uno de sus gestos, cada vez que movía las manos al hablar, cada leve inclinación de su cabeza. Se movía con seguridad, como si este fuera su territorio, y, en un giro inesperado, yo era el intruso.
El intercambio se volvió más dinámico, con ella respondiendo a mis preguntas con agudeza. Su humor ácido, una sorpresa en un contexto tan profesional, me hizo sonreír. Había algo en su manera de desafiarme que me mantenía alerta. Noté que la tensión en la sala había cambiado, de lo que se suponía era una simple reunión de negocios, a un juego de ajedrez donde las piezas se movían en direcciones inesperadas.
—¿Y qué pasa si decides trabajar conmigo? —pregunté, tratando de dar un giro a la conversación hacia mi control habitual.
—Bueno, eso dependerá de cuánto tiempo le dediques a esta propuesta. —Respondió con una mirada juguetona que me tomó por sorpresa. —No estoy aquí solo para firmar un contrato. Quiero saber que hay compromiso, tanto de tu parte como de la mía.
“¿Compromiso?”, pensé. En mi mundo, el compromiso era una carga, algo que rara vez se tomaba en cuenta. Pero la forma en que Mía decía la palabra parecía despojarla de su peso. Era un concepto fresco, casi despreocupado, y me encontraba preguntándome por qué nunca había considerado eso antes.
La reunión avanzaba, y mientras el tiempo pasaba, comencé a observarla de manera diferente. Mía no solo era una madre luchadora, o una empresaria decidida; había una fuerza interior en ella que despertaba algo en mí, una chispa que hacía tiempo no sentía. La admiración y el desafío que me presentaba, me hicieron perder la rigidez que siempre me había caracterizado.
Incluso con su imponente carácter, había algo vulnerable en su pasión, como si la vida la hubiera forjado en acero, pero la había dejado con una delgada capa de oro. Mientras hablaba, noté que me perdía en sus palabras, en la forma en que sus labios se movían, en cómo su rostro se iluminaba con cada idea que compartía. Era como si tuviera el poder de cautivarme, algo que no había experimentado en mucho tiempo.
—Lucas, creo que esta colaboración podría cambiar mucho más que nuestras empresas. Podría ser el inicio de algo grande —finalizó, y su mirada fija en mí era intensa, casi como un desafío.
La reunión terminó, y mientras ella se levantaba, sentí que algo había cambiado en mí. Mía Méndez no era solo una mujer más en el mundo de los negocios; era una fuerza de la naturaleza que había despertado una parte de mí que había estado dormida. Y aunque sabía que debía mantenerme firme y no dejarme llevar por las emociones, la forma en que me miraba me hizo pensar que tal vez, solo tal vez, había más en esta interacción que un simple contrato.
Cuando la vi salir de mi oficina, su figura desapareciendo entre el brillo del mármol y el vidrio, supe que este era solo el comienzo. Mía había llegado a mi vida, y el cambio que traía consigo me aterraba y emocionaba a partes iguales...
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Editado: 26.10.2024