Bajo el mismo cielo

Capitulo 6

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El día comenzó como cualquier otro, pero tenía esa sensación extraña en el estómago, una mezcla de ansiedad y anticipación que no lograba sacudirme. No era algo específico, sino más bien un eco, un recordatorio constante de que el pasado siempre encuentra la manera de colarse en los resquicios de tu vida cuando menos lo esperas. Por más que intentes seguir adelante, hay ciertas cosas que no desaparecen. Se quedan, ocultas en algún rincón, esperando el momento oportuno para salir.

El olor de la tormenta estaba en el aire. Pude sentirlo antes de que las primeras gotas cayeran, como una promesa inevitable de lo que estaba por venir. Afuera, el cielo comenzaba a oscurecerse, y aunque apenas era mediodía, parecía que la tarde se adelantaba, envolviendo todo con una luz grisácea. Me gustaba la lluvia, normalmente me tranquilizaba, pero hoy solo me recordaba lo que quería olvidar.

Mientras cortaba las verduras para el almuerzo, escuchaba a Mateo reírse en la sala. Sus risas eran siempre el mejor sonido del mundo, como un bálsamo para mi alma. Sabía que, pasara lo que pasara, él era la razón por la que seguía adelante. Su energía, su inocencia, me daban fuerzas para enfrentar lo que fuera. Pero esa tarde, su risa no bastaba para ahuyentar el nudo que sentía en el pecho.

El teléfono sonó, interrumpiendo mis pensamientos. Lo miré de reojo, esperando que fuera una llamada rutinaria. Pero cuando vi el nombre en la pantalla, mi corazón se detuvo por un segundo. Graviel.

Los recuerdos me golpearon como una ráfaga de viento frío. Hacía años que no veía ese nombre, que no escuchaba su voz, y había creído que nunca más tendría que hacerlo. Por un momento, pensé en no contestar. Mi primer impulso fue ignorarlo, fingir que no había visto la llamada. Pero sabía que Graviel no se iba a detener solo porque yo lo ignorara. Él nunca se detenía.

Tomé el teléfono con manos temblorosas y deslicé el dedo por la pantalla para contestar.

—Hola, Mía —su voz sonaba igual que siempre, cargada de esa calma controlada que tanto me había intimidado en el pasado. Pero también había algo más, algo que no lograba descifrar. ¿Arrogancia? ¿Desprecio? No lo sé, pero el simple hecho de escucharlo me hizo sentir que volvía a perder el control de mi vida.

Me quedé en silencio unos segundos, intentando recuperar la compostura. No podía mostrarle lo nerviosa que estaba. No podía permitir que sintiera el poder que aún ejercía sobre mí, incluso después de todo este tiempo.

—¿Qué quieres? —logré preguntar, manteniendo mi voz tan firme como pude.

—Sabes lo que quiero —respondió, con una seguridad que me dejó helada—. Quiero ver a Mateo.

Mi estómago se hundió. Sabía que esta conversación podía llegar algún día, pero no estaba preparada. ¿Cómo podría estarlo? Graviel había desaparecido de nuestras vidas sin una sola explicación, sin una despedida, y ahora quería volver como si nada hubiera pasado.

—Mateo no es tuyo —espeté, con más veneno del que pretendía. El simple hecho de que él pronunciara el nombre de mi hijo me resultaba insoportable—. Desapareciste. No tienes derecho a nada.

—Oh, Mía, claro que tengo derecho. Él es mi hijo —la forma en que pronunció "mi hijo" me hizo estremecer. Como si Mateo fuera una pertenencia, algo que simplemente podía reclamar cuando le viniera en gana.

—No tienes idea de lo que significa ser su padre —le respondí, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de mí—. No has estado aquí, no sabes nada de él.

—Eso es lo que tú crees —su tono cambió, haciéndose más sombrío, más peligroso—. No puedes mantenerme alejado de él para siempre.

Sentí el peso de sus palabras caer sobre mí como una losa. Graviel nunca hablaba por hablar. Siempre había sido calculador, manipulador, y ahora estaba claro que no iba a detenerse. Una parte de mí quería gritarle, decirle que nunca le permitiría acercarse a Mateo. Pero otra parte, la parte más aterrorizada, sabía que Graviel tenía maneras de hacer que sus amenazas se hicieran realidad.

—Mateo no es un trofeo para que vengas a reclamar cuando te plazca —traté de sonar firme, pero mi voz traicionaba el miedo que sentía—. No puedes simplemente aparecer y exigir verlo.

—Nos veremos pronto —fue todo lo que dijo antes de colgar.

Me quedé congelada, con el teléfono aún en la mano, mirando el vacío. Graviel estaba de vuelta. Y no solo eso, sino que estaba decidido a meterse en la vida de Mateo. ¿Por qué ahora? ¿Qué lo había hecho regresar después de tanto tiempo? ¿Qué había cambiado?

El miedo se instaló en mi pecho como una piedra fría. No era solo el hecho de que Graviel quisiera ver a su hijo; era lo que eso implicaba. Conociéndolo, sabía que no iba a detenerse ahí. Graviel siempre tenía un plan, siempre un objetivo oculto. Y la idea de que pudiera intentar quitarme a Mateo me paralizaba. Había visto de lo que era capaz. Había vivido bajo su control, y aunque me había liberado de él una vez, no estaba segura de poder hacerlo de nuevo.

—Mamá… —la suave voz de Mateo me sacó de mis pensamientos.

Lo miré. Estaba en la puerta de la cocina, mirándome con sus grandes ojos curiosos. Sabía que algo no estaba bien, aunque no entendiera exactamente qué. Los niños siempre lo saben, sienten el cambio en el aire.

—¿Estás bien? —me preguntó, con esa dulzura que siempre me desarmaba.

No podía dejar que supiera lo que estaba ocurriendo. No podía dejar que mi miedo se filtrara hasta él.

—Sí, mi amor —mentí, forzando una sonrisa—. Todo está bien.

Lo abracé, deseando que ese simple gesto pudiera protegerlo de todo lo que estaba por venir. Pero la verdad era que no sabía cómo iba a mantenerlo a salvo de Grabiel. Y ese pensamiento me consumía.

El resto del día pasó en una especie de niebla. Jugué con Mateo, le leí su cuento favorito, lo acosté temprano, todo como siempre. Pero mi mente no dejaba de girar en torno a la amenaza que representaba Graviel. Después de acostarlo, me quedé en la cocina, con la luz tenue y el sonido de la lluvia golpeando las ventanas. Afuera, la tormenta había comenzado, pero la verdadera tormenta estaba dentro de mí.




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