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La luz de la lámpara en mi despacho era tenue, apenas iluminaba el espacio en una cálida penumbra que me envolvía. El sonido del reloj de pared era lo único que rompía el silencio. Un tic-tac constante y metódico que, normalmente, me resultaba reconfortante, como si todo estuviera bajo control. Pero esa tarde, ese sonido solo aumentaba la presión que sentía acumulándose en mi pecho.
Había revisado el informe tres veces, pero los números seguían sin cuadrar. Mi mente estaba en otro lugar, lejos de las páginas de balances y proyecciones financieras que tenía frente a mí. Y entonces, sonó el teléfono.
Un escalofrío recorrió mi espalda. El número en la pantalla era uno que no había visto en años, pero lo reconocí al instante. Por un segundo, dudé. Todo dentro de mí gritaba que no respondiera, que dejara que esa llamada cayera en el vacío, que continuara con mi vida como si esa parte de mi pasado nunca hubiera existido. Pero el pasado siempre vuelve, tarde o temprano.
Respiré hondo y descolgué.
—Lucas —la voz del otro lado era rasposa, como si cada palabra estuviera empapada de una amenaza implícita. Reconocí ese tono al instante. Una parte de mí esperaba no volver a oírlo jamás.
—No esperaba volver a escuchar tu voz —respondí, tratando de mantener la calma, pero mi mano temblaba ligeramente al sostener el teléfono. Apreté el puño, luchando por recuperar el control.
—Bueno, los viejos amigos siempre regresan, ¿no? —rió el hombre, una risa fría que resonó en mi oído como el eco de un pasado que me costaba olvidar.
Me enderecé en mi silla, la mandíbula tensa. Sabía por qué me llamaba. No tenía que explicarlo. Todo aquello que habíamos enterrado bajo capas de promesas rotas y negocios sucios estaba a punto de resurgir.
—¿Qué quieres? —mi voz salió más cortante de lo que pretendía.
—Solo quería saludarte y recordarte que algunos secretos no permanecen ocultos para siempre.
Ese simple comentario, envuelto en una falsa cortesía, hizo que mi corazón se acelerara. Sabía exactamente a qué se refería. Ese maldito trato, los documentos falsificados, las transacciones ilegales. Habíamos hecho lo necesario para sobrevivir, o al menos eso me repetía a mí mismo para justificarlo. Pero ahora... ahora todo aquello amenazaba con destruirme.
—No tienes nada —dije, aunque no estaba seguro si lo decía para convencerlo a él o a mí mismo.
Hubo una pausa en la línea. Pude escuchar el sonido de su respiración, lenta y controlada, como si disfrutara prolongar mi incomodidad.
—¿Estás tan seguro? Porque yo tengo algo que podría interesarle a mucha gente. Digamos que un escándalo de tu parte podría afectar gravemente tu... reputación.
La palabra "reputación" colgó en el aire como una soga. Mi mente empezó a correr, buscando soluciones, caminos de escape. Si esa información salía a la luz, no solo mi carrera estaría en juego, sino todo lo que había construido desde que dejé atrás ese mundo. Mía... Mateo... Ellos nunca sabrían la verdad, pero las repercusiones les llegarían de todas maneras.
Tragué saliva, tratando de mantenerme en pie, aunque sentía que el suelo bajo mis pies comenzaba a desmoronarse.
—Dime lo que quieres —insistí, mi tono más bajo, más controlado. No podía mostrar debilidad, no frente a alguien como él.
—Sabes que no es tan sencillo, Lucas. Esto no se trata solo de dinero... aunque, por supuesto, algo de eso también será necesario. —Su risa resonó de nuevo, una carcajada vacía que me hizo sentir más vulnerable de lo que había estado en mucho tiempo.
Dinero. Eso siempre era parte de la ecuación. Pero algo en su voz, en la manera en que alargaba la conversación, me hizo dudar que esa fuera la única motivación.
—¿Qué más quieres? —pregunté, sabiendo que la respuesta sería algo que no me gustaría escuchar.
—Quiero verte en persona. No confío en las llamadas para este tipo de conversaciones... Nos vemos mañana. Sabes dónde encontrarme.
Antes de que pudiera responder, la línea se cortó, dejando un vacío ensordecedor en la habitación.
Solté el teléfono, sintiendo que las fuerzas me abandonaban por un segundo. Me levanté de la silla y comencé a caminar por la oficina, tratando de calmar el torbellino de pensamientos que se arremolinaban en mi cabeza. Todo lo que había enterrado bajo la alfombra ahora salía a la superficie, listo para devorarme. ¿Cómo había permitido que esto sucediera? Había trabajado tan duro para dejar atrás ese capítulo de mi vida, para crear una nueva versión de mí mismo, alguien respetable, alguien digno. Pero el pasado... el pasado no olvida.
Me acerqué a la ventana y miré hacia la ciudad. Desde esta altura, todo parecía tan pequeño, tan distante. Y, sin embargo, cada uno de esos pequeños puntos luminosos representaba a alguien que podría estar dispuesto a destruirme si se enteraba de la verdad. Un simple escándalo bastaría para derrumbar todo lo que había construido.
La puerta se abrió de repente, y vi a uno de mis asistentes asomarse tímidamente.
—Señor, la señora Mía ha llegado con su hijo. Están esperando en la recepción.
Mía. Mateo. Mi cuerpo se tensó al escuchar sus nombres. No podía permitir que esa amenaza se extendiera a ellos. Lo que fuera que sucediera, tenía que contenerlo. Nadie más debía salir lastimado por mis errores pasados.
—Diles que estaré allí en un minuto —respondí con una calma que no sentía, mientras mi mente seguía tratando de procesar lo que acababa de ocurrir.
El asistente asintió y cerró la puerta detrás de él, dejándome nuevamente solo con mis pensamientos.
Me di la vuelta, observando mi despacho, los muebles perfectamente alineados, los documentos organizados sobre mi escritorio. Todo parecía tan perfecto desde fuera. Pero por dentro... había secretos ocultos bajo la alfombra, esperando ser desenterrados. Y ahora, uno de ellos estaba a punto de salir a la luz, amenazando con destruir no solo mi reputación, sino todo lo que amaba, todo lo que había luchado por proteger.
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Editado: 26.10.2024