🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌🌌
El silencio entre nosotros era denso, roto solo por el sonido constante de la lluvia golpeando las ventanas con furia. Podía escuchar el viento rugiendo, casi como un eco de todo lo que estaba sintiendo por dentro. Estábamos sentados en el suelo de la sala de reuniones, atrapados en este edificio, esperando a que la tormenta amainara. Y, a pesar de la incomodidad inicial, algo había cambiado entre Lucas y yo.
La oscuridad de la habitación solo era rota por la luz tenue de mi teléfono, que descansaba sobre la mesa. No era suficiente para iluminar mucho, pero, por alguna razón, el ambiente semioculto me hacía sentir más vulnerable, como si fuera más fácil dejar salir lo que llevaba dentro.
—Parece que estamos atrapados aquí por un buen rato —dije, rompiendo el silencio, tratando de sonar ligera aunque mi corazón latía con fuerza.
—Sí —respondió Lucas, su tono más suave de lo que estaba acostumbrada a escuchar de él—. No es como si pudiéramos hacer mucho más que esperar.
Ambos estábamos sentados uno junto al otro, pero no demasiado cerca. Había una tensión entre nosotros, una que no podía ignorar, aunque lo intentara. Después de todo lo que había pasado en las últimas horas, la discusión, la atracción inexplicable, todo lo que me mantenía al borde… ahora, en esta calma forzada, sentía que las palabras que nunca había dicho estaban al borde de salir.
No estaba segura de si era el ambiente, la tormenta o simplemente la sensación de estar atrapados juntos, pero sentía una necesidad de hablar. Y por alguna razón, parecía que Lucas también lo sentía.
Él rompió el silencio de nuevo, su voz un poco más grave, un poco más personal.
—Nunca me gustaron las tormentas.
Me volví hacia él, sorprendida. Lucas nunca hablaba de sí mismo. Siempre mantenía esa fachada de hombre frío, controlado, inalcanzable. Pero ahora, bajo la luz tenue y el rugido de la tormenta, parecía diferente. Más humano.
—¿Por qué? —pregunté suavemente, curiosa.
Él se tomó un momento antes de responder, mirando hacia la ventana, como si estuviera recordando algo lejano.
—Cuando era niño… mi padre solía ser muy estricto. —Se detuvo, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras—. No solo estricto, era... distante. No había lugar para errores, ni para vulnerabilidades. Las tormentas me recordaban a él. Siempre presente, siempre amenazantes. Cualquier error, cualquier cosa fuera de su control, y el caos estallaba.
Lo miré, tratando de imaginar a Lucas, el hombre que siempre parecía tener el control, como un niño vulnerable, asustado por las tormentas y las expectativas imposibles de su padre. Nunca lo había visto de esa manera. Y ahora, sentada junto a él en medio de esta tormenta, entendía un poco más de por qué era como era.
—Debe haber sido difícil —murmuré.
Lucas asintió, pero no dijo nada más por un momento. Parecía perdido en sus pensamientos, en los recuerdos que lo envolvían.
—Por eso es difícil para mí confiar en la gente —admitió finalmente, su voz apenas un susurro—. Aprendí desde muy joven que confiar en alguien te hace débil. Y la debilidad… no es una opción.
Su confesión me sorprendió. Este hombre, que siempre parecía tan fuerte, tan seguro de sí mismo, ahora estaba abriéndose de una manera que nunca había esperado. Sentí una mezcla de emociones dentro de mí. No podía evitar sentir una extraña conexión con él en ese momento. Sabía lo que era cargar con las expectativas de los demás. Sabía lo que era luchar cada día para no mostrar vulnerabilidad.
—Te entiendo —dije, y me sorprendió la sinceridad en mi propia voz—. Criar a Mateo sola ha sido lo más difícil que he hecho en mi vida. A veces… siento que no estoy a la altura, que voy a fallar en cualquier momento.
Lucas me miró, sus ojos grises suavizándose un poco. No dijo nada, pero en ese silencio, supe que estaba escuchando, realmente escuchando.
—Graviel —continué, sintiendo que la confesión se deslizaba de mis labios antes de poder detenerla—. Su reaparición me tiene aterrada. No porque aún sienta algo por él, sino porque temo que intente arrebatarme a Mateo. Y no sé si soy lo suficientemente fuerte para enfrentar eso.
Mis palabras quedaron flotando en el aire, como una verdad desnuda. Nunca había dicho esto en voz alta. Siempre había mantenido esa fachada de fortaleza, esa imagen de madre que podía con todo. Pero en ese momento, bajo la tormenta, con Lucas a mi lado, me sentí segura de admitir mis miedos.
—Mía… —Lucas dijo mi nombre, su voz baja pero firme—. Eres más fuerte de lo que crees. Lo he visto. Lo veo cada día.
Sus palabras me golpearon de una manera que no esperaba. Este hombre, que siempre parecía impenetrable, ahora me estaba mostrando una faceta que nunca había visto. Y eso, de alguna manera, me dio fuerzas.
—Gracias —susurré, sintiendo una calidez extraña dentro de mí.
Nos quedamos en silencio por un momento más, la atmósfera entre nosotros cambiando. Había algo íntimo en esta conversación, algo que iba más allá de lo profesional. Era como si, por primera vez, estuviéramos viendo al verdadero Lucas y la verdadera Mía. No las versiones que mostraban al mundo, sino las personas reales, con sus miedos y luchas.
La tormenta seguía rugiendo afuera, pero ya no parecía tan amenazante. Había una calma extraña en el aire, una sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, estábamos dejando que alguien más viera nuestras grietas.
Lucas suspiró y se recostó contra la pared, cerrando los ojos por un momento. Supe que esta conversación había removido cosas en él, tanto como en mí.
—Nunca hablo de esto —admitió, sin abrir los ojos—. No con nadie.
—Lo sé —respondí suavemente—. Y eso lo hace aún más importante.
Él abrió los ojos y me miró, su mirada intensa y vulnerable a la vez. No había más palabras entre nosotros, pero no eran necesarias. En ese silencio compartido, había una conexión que iba más allá de lo que podía explicarse.
#2390 en Novela romántica
#105 en Joven Adulto
#superacion#empoderada#feliz, #niño#madresoltera#empresario#empoderada
Editado: 26.10.2024