Bajo El Sol Negro

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Zona Delta, Bajíos

3:16 p.m. Los escombros aterrizaron en su nariz, como partículas revoltosas que le hacían cosquillas­ — y a la vez querer estornudar — parecía que fue hace mucho que tuvo un descanso. Tac, tac, tac. El sonido de la silla rebotando en el piso, pasaron unos segundos, cincuenta y seis para ser exactos, y entonces de nuevo. Tac, tac, tac. Victoria alzó su cabeza del respaldo de la silla. El dolor de sus músculos, otro recordatorio constante de no haber descansado más de tres horas.

Se había quedado dormida en la áspera silla detrás de su escritorio, que ahora se encontraba lleno de pequeños escombros blancos. No era suficiente, ya no hacía intentos en vano de limpiarlos, después de todo, en cincuenta y seis segundos volverían a caer. Las paredes níveas parecían imperturbables frente a lo que estaba pasando. Giró su muñeca para observar el antiguo reloj que marcaba las 6:07 a.m. desde hacía 20 años.

Su ritual de todos los días.

Estiró su espalda y observó la pila de papeles en la esquina de su escritorio, cada vez que su mirada se dirigía hacia ella, se hacía cada vez más alta. Alcanzándolos los sacudió y retiró el exceso de polvo blanco. Las estadísticas del mes eran una constante de bajones, junto con edades y a la derecha los nombres de personas fallecidas por inanición. No era ninguna novedad, pero no mitigaban más el pulso de dolor en su pecho. Una líder debía resistir frente a la adversidad, ocultar sus emociones... Incluso la de frustración. ¿Seguiría adelante o se rendiría? Solo sabía que de algún modo no sería tan sencillo ninguna de las dos opciones.

Chirrido

La jaula en la esquina de la habitación se tambaleó en el piso, Maní, la paloma revoloteó sus alas grises y miró a Victoria con sus ojos negros. Su pico se acercó a la pequeña campana colgada en el centró haciéndola sonar dos veces. Hora del desayuno. Tenía que ponerle comida, su preferida eran las semillas de girasol, pero las últimas reservas que tenía se agotaron hace años. Sin embargo, las migas de pan eran deliciosas, o eso creía que decían sus pequeños ojos negros.

Victoria se levantó estirando sus músculos adoloridos, y caminó hacía el gabinete metálico que mantenía el cajón entre cerrado, probablemente por lo oxidado que se encontraba. Lo abrió y encontró las migas de pan en una bolsita atada con una cinta. Le hubiera gustado que fueran semillas. Su paloma se merecía algo mejor que unas cuantas migajas, pero ni Maní ni Victoria tenían alguna opción.

Tintín tintín

—Voy — con un suspiro fue hacía la jaula y la abrió tocando la cabeza emplumada de Maní, puso las migas en el recipiente y la paloma bajó hacía el con un pequeño salto. La observó comer por unos segundos y unos golpes en la puerta la hicieron darse la vuelta.

Antes de dar un paso, la puerta se abrió y un cuerpo entró a toda velocidad.

— El otro mes comenzarán las votaciones — dijo Lu con enfado en su rostro, buscó una silla e intentó sacar el polvo de ella para después dejarse caer—. ¿Puedes creer que esos idiotas llaman a eso votación? Solo están escogiendo a quien ponen de títere mientras se hurgan la nariz detrás.

Todo se repetía, durante 20 años los Zeta hicieron un intento en vano de mantener un orden sobre la pequeña población restante en la tierra, poniendo a una persona que tomaría las decisiones de toda la población, e incluso cada tres años cambiaban de líder — como una semilla plantada por otro árbol — El nuevo presidente de la tierra era escogido por el anterior.

Muchos buscaban la manera de derrocarlos– o al menos lo intentaban – hace dos años, Carlos, el anterior líder de la Zona Delta, era conocido por su naturaleza altruista ayudando a muchos a sobrevivir en la escasez, lo único malo que hizo en su vida fue ponerse en la mira del gobierno oponiéndose al mandato, y pocos días después de hacer su declaración... Desapareció repentinamente. Los murmullos no tardaron en llegar, las miradas apuntaban hacía un solo culpable. No se hizo nada.

No importaba el hambre o la enfermedad. A los ojos de la gente, ellos eran nuestros salvadores.

— ¿Para que tocas la puerta si de todas formas vas a entrar? — Victoria alzó una ceja en la dirección de Lu. En los días de votación Lu se ponía de un humor terrible. Se escondía en los límites de FA y todos sabían el motivo. Su padre era Carlos, líder anterior del grupo que actualmente lideraba Victoria. Desde entonces, cada día que había pasado, su resentimiento contra los Zeta se hacía más fuerte. Pese a ello, el trato y la amabilidad con que trataba a los demás miembros reflejaba su verdadero ser.

Lu era una chica con una melena alborotada de color cobrizo, poseía unos enormes ojos grises que destellaban junto con sus pecas. Llevaba una chaqueta verde oliva con una insignia de metal con las letras 《M-AZ》 que pertenecía a su padre.

— No cambies de tema — Lu se cruzó de brazos y miró a Victoria con el ceño fruncido —. ¡Ah! Si, se me olvidaba. Esto es para ti— se levantó de nuevo y sacó de su mochila deshilachada un sobre sepia con los bordes doblados que Lu intentó aplanar sin éxito.

Victoria tomó el sobre y le dio la vuelta para inspeccionarlo. El papel se sentía áspero en sus manos, tenía que sentirse como tal, ya que no provenía de los árboles sino, por la máquina sintetizadora de elementos, llamada Cronos, que podía crear todo tipo de materiales. Fue creada en el laboratorio Omega el cual, antes de que ocurriera la devastación, era considerado uno de los más importantes del mundo. Su fundador, el doctor Elías Solomon, fue el genio detrás de este invento que funcionaba a base de moléculas de elementos existentes de la tierra.

En el reverso de la carta, solo se encontraba la letra 《Z》en la esquina inferior, y al abrir el sobre, sacó una hoja que decía:

"Líder de la Zona Delta, me complace invitarle al concilio el día 28 de marzo, donde trataremos temas que le conciernen" - Zeta




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