Augustus Waters conducía horriblemente. Si paraba o arrancaba, todo sucedía con una tremenda SACUDIDA. Volaba contra el
cinturón del asiento de su camioneta Toyota cada vez que frenaba, y mi cuello caía hacia atrás cada vez que apretaba el acelerador. Podría haber estado nerviosa, con estar sentada en el auto de un chico extraño
en camino a su casa, profundamente consciente de que mis pulmones de mierda complican los esfuerzos de defenderme de ataques no deseados, pero su manera de conducir era tan asombrosamente pobre que no podía pensar en nada más.
Habíamos conducido por lo menos por un kilómetro y medio en un silencio irregular antes de que Augustus dijera:
—Suspendí el examen de conducción tres veces.
—No te creo.
Se rió, asintiendo.
—Bueno, no puedo sentir presión en la vieja prótesis, y no puedo cogerle el tiro a conducir con el pie izquierdo. Mis médicos dicen que la mayoría de los amputados pueden conducir sin problema, pero… sí. Yo no. De cualquier manera, fui por mi cuarta prueba de conducción, y es como termina de esta manera —A casi un kilómetro frente a nosotros, una luz se puso roja. Augustus hundió los frenos, lanzándome contra la abrazadera triangular del cinturón de seguridad—. Lo siento. Juro por Dios que estoy tratando de ser suave. Bien, entonces de todos modos, al final de la prueba, creí que fallaría totalmente de nuevo, pero el instructor fue como, “Tu manera de conducir es desagradable, pero no es técnicamente
insegura”.
—No estoy segura de que concuerde —dije—. Sospecho del Beneficio por Cáncer. —El Beneficio por Cáncer son las pequeñas cosas que los chicos con cáncer obtienen y que los chicos regulares no: pelotas de baloncesto
firmadas por héroes deportivos, pases libres para entregar la tarea tarde, licencia de conducción no ganadas, etc.
—Sip —dijo él. La luz se volvió verde. Me aseguré. Augustus hundió el acelerador.
—Sabes que han inventado controles manuales para personas que no pueden usar sus piernas —señalé.
—Sí —dijo—. Quizás algún día. —Suspiró en una manera que me hizo preguntarme si estaba confiado en la existencia de ese algún día. Sé que el osteosarcoma es altamente curable, pero aun así.
Hay un número de maneras de establecer las expectativas aproximadas de supervivencia de alguien sin preguntar en realidad. Yo usé el clásico:
—Entonces, ¿estás en la escuela? —Generalmente, tus padres te sacan de
la escuela en algún punto si esperan que lo arruines.
—Sí —dijo—. Estoy en North Central. Sin embargo, voy un año atrasado, estoy en segundo año. ¿Tú? Consideré mentir. A nadie le gusta un cadáver, después de todo. Pero al
final dije la verdad.
—No, mis padres me retiraron hace tres años.
—¿Tres años? —preguntó asombrado.
Le conté a Augustus sobre la idea general de mi milagro: diagnosticada con cáncer de tiroides Estado IV cuando tenía trece. No le conté que el diagnostico llegó tres meses después de que tuve mi primer período.
Como: ¡Felicidades! Eres una mujer. Ahora muere. Era, como nos dijeron, incurable.
Tuve una cirugía llamada disección radical del cuello, que es tan placentera como suena. Luego radiación. Luego trataron con un poco de quimio para mis tumores pulmonares. Los tumores se redujeron, luego crecieron. Para entonces, tenía catorce. Mis pulmones empezaron a llenarse con agua. Yo estaba luciendo bastante muerta: mis manos y pies
hinchados, mi piel agrietada, mis labios estaban perpetuamente azules.
Ellos consiguieron esta droga que hace que no te sientas tan completamente aterrorizada sobre el hecho de que no puedes respirar, y
tuve un montón de esta fluyendo hacia mí a través de un catéter, y más de una docena de otras drogas más. Pero aun así, hay una cierta incomodidad en ahogarse, particularmente cuando se produce en el transcurso de varios meses. Finalmente terminé en la UCI con neumonía, y mi mamá se arrodilló al lado de mi cama y dijo: “¿Estás lista, cariño?” y le
dije que estaba lista, mi papá simplemente siguió diciéndome que me amaba en esta voz que no estaba rompiéndose tanto como ya estaba rota, y seguí diciéndole que también lo amaba, y todos estaban sosteniéndose de las manos, y no pude recuperar el aliento, mis pulmones estaban actuando desesperados, haciéndome jadear, sacándome de la
cama para tratar de encontrar una posición que les pudiera llevar aire, y estaba avergonzada por su desesperación, disgustada porque simplemente no lo dejaran ir, y recuerdo a mi mamá diciéndome que
estaba bien, que iba a estar bien, que estaría bien, y mi padre tratando tan fuerte de no sollozar que cuando lo hacía, que era regularmente, era un terremoto. Y recuerdo no querer estar despierta.
Todos pensaron que estaba acabada, pero mi médico de cáncer María logró sacar algo del fluido de mis pulmones, y poco después los
antibióticos que me habían dado para la neumonía hicieron efecto.
Me desperté y pronto empecé uno de esos tratamientos experimentales que son famosos en la República de Cáncervania por No Funcionar. La droga era Phalanxifor, esta molécula diseñada para atacar por sí misma
las células cancerígenas y disminuir su crecimiento. No funcionaba en cerca del setenta por ciento de las personas. Pero funcionó en mí. Los tumores se redujeron.
Y siguieron reduciéndose. ¡Muy bien, Phalanxifor! En los pasados dieciocho
meses, mi metástasis apenas ha crecido, dejándome con pulmones que apestan en ser pulmones pero que podrían, posiblemente, luchar durante un tiempo indefinido con la ayuda de oxígeno y Phalanxifor diario.
Es cierto que, mi Milagro Cancerígeno sólo había resultado en un poco de tiempo comprado. Todavía no sabía el tamaño de ese poco. Pero cuando le dije a Augustus Waters, pinté la situación lo más rosa posible, embelleciendo lo milagroso del milagro.
—Entonces ahora vas a volver a la escuela —dijo.
—En realidad no puedo —expliqué—, porque ya obtuve mi GED. Entonces estoy tomando clases en MCC. —Que era nuestra universidad local.
—Una chica universitaria —dijo, asintiendo—. Eso explica el aura de sofisticación. —Me sonrío. Empujé la parte superior de su brazo
juguetonamente. Pude sentir el músculo justo bajo la piel, todo terso y sorprendente.
Hicimos un giro que hizo chirriar las ruedas hacia una subdivisión con paredes de estuco de casi tres metros de altas. Su casa era la primera a la izquierda. Una colonial de dos pisos. Nos detuvimos en su camino de
entrada.
Lo seguí al interior. Una placa de madera en la entrada estaba grabada en cursiva con las palabras Hogar Es Donde Está El Corazón, y la casa entera resultó estar adornada con tales observaciones. Los Buenos Amigos
Son Difíciles de Encontrar e Imposibles de Olvidar decía una ilustración sobre el perchero. El Verdadero Amor Nace de Tiempos Difíciles prometía una almohada tejida en el antiguo mobiliario de su sala de estar. Augustus me vio leyendo.
—Mis padres los llaman Estímulos —explicó—. Están por todas partes.