CAPÍTULO III
Nos marca y nos define
Cualquiera que conociera a Thomas, incluso aquellos que sin conocerlo bien lo hubieran tratado alguna vez; todo aquel que supiera a qué se dedicaba, qué hacía para ganarse la vida y la forma en que la llevaba con tanta serenidad, lo menos que podría imaginarse eran las ideas retorcidas y la añoranza sádica que albergaba en su corazón.
Thomas era un chico como cualquiera, de aquellos muchos que tuvieron la fortuna de pertenecer a una familia estable y de clase media californiana. Aunque nació en Sacramento, su familia se mudó a San Diego cuando apenas tenía ocho años. Incluso durante los siguientes cinco años, se movieron en tres oportunidades más y aunque en cada una de ellas fue dentro de la misma ciudad, todas esas veces representaron para el joven Thomas, tener que comenzar una vida social desde cero.
Posiblemente de allí desarrolló su poco interés en la generación de relaciones humanas y amistades; lo cual por muy contradictorio que pueda sonar, no es lo mismo que no tener vida social. Para explicarlo mejor, Tom era reservado y poco comunicativo de sus asuntos personales, no tenía una amistad particularmente fuerte con nadie, pero eso no le impedía compartir y disfrutar con compañeros y conocidos, con los que tampoco tenía ningún problema en charlar y reunirse cuando le invitaban, ya fuera en un encuentro social o laboral, incluso dar consejos ante asuntos de diversas naturalezas, como por ejemplo estudiantiles, personales o profesionales cuando ya estaba ejerciendo su carrera. Aun así, nadie le conocía confidentes ni amigos especiales.
También fue un muchacho poco apreciado socialmente hablando, pero respetado por su desempeño académico en el colegio, en la universidad y cuando llegó el momento, en el trabajo. Habiendo destacado en una de las universidades más prestigiosas del oeste americano y seguramente del mundo, Tom estudió en la universidad de Berkeley, al norte de la ciudad de San Francisco, donde se especializó en el área de tecnología. Apenas se licenció fue inmediatamente tomado por el gigante de la manzana mordida y comenzó a trabajar en la sede de la empresa ubicada en Cupertino.
El éxito en su temprana vida adulta, pareció modificar un poco la conducta amable, cordial y sin altas ínfulas que siempre le había caracterizado, aunque fue un cambio progresivo. Pero por otra parte, muchos compañeros le veían con recelo por envidia laboral, mientras que otros le consideraban un sujeto atípicamente amable y pausado; sin embargo, su estilo poco dinámico y en cierta forma con un toque de excentricidad, encajaba como anillo al dedo en el ambiente laboral de la compañía.
Casi todos en la empresa formaban una nómina predominantemente de jóvenes, con características de nerds. Y como todo nerd contemporáneo, están casi moralmente obligados a expresar un toque socialmente rebelde a través de su vestimenta, sus rutinas y costumbres; de modo que ya sea por razones genuinas o por un estereotipo, están en la búsqueda permanente de mostrarse ante el mundo como una especie de científicos locos, genios dementes, o individuos genialmente brillantes. Es casi un estilo de vida, uno que en realidad no ayuda mucho a liderar el mercado electrónico mundial – lo cual ciertamente hacen – pero ayuda a crear la imagen de éxito que también es parte importante de una compañía como la de la manzana. Y como valor agregado, es la manera personal y no declarada de vengarse de aquellos que durante la universidad, fueron los grandes atletas, las caras bonitas, los cuerpos perfectos, los exitosos con las chicas. Los reyes del baile.
Thomas encajaba perfectamente en ese grupo. De ascendencia caucásica, era un chico de 5.7 pies de altura, de facciones agradables pero siempre escondidas detrás de unas enormes gafas de aumento, que muy pocas veces se quitaba aun cuando su condición visual apenas si las requería. Encima usaba frenillos en los dientes y un peinado desarreglado que honestamente no le favorecía en nada.
Sin embargo, la mayor incomodidad que sentía Tom consigo mismo, provenía de la contextura corporal que no sabía de quién la había heredado, ya que ni su padre ni su madre lucían una espalda ancha y un abdomen pronunciado como los suyos, que no importaba cuánto ejercicio hiciera, ni cuántas calorías quemara, nunca desaparecían del todo. Ese aspecto regordete sin llegar a ser obeso, le generó en no pocas ocasiones la burla de algunos compañeros del colegio y de la universidad.
Era el bullying que le tocó confrontar desde la escuela primaria, el cual dio paso por un lado a un sentimiento de segregación social, y por el otro, a una especie de inseguridad para abordar al sexo opuesto. No es que no compartiera con las chicas, ellas lo buscaban con frecuencia debido a que Tom estaba siempre entre los alumnos más destacados e inteligentes de las clases; pero hasta allí llegaba todo: a simples compañeras de estudio. Nunca se permitió correr el riesgo de mostrar interés por alguna, más allá de una relación de compañeros para evitar el rechazo que de antemano, suponía que podía sucederle: ¿A quién le gusta ser rechazado? Ciertamente a nadie, pero al igual que sucede con muchos otros aspectos de la vida humana, el riesgo es necesario para alcanzar las metas. Para Tom sin embargo, correr ese riesgo era algo innecesario, especialmente cuando ninguna había asomado interés por él.
Estaba cursando el tercer año de su carrera cuando se le acercó Jasmine, buscando ayuda con electrónica avanzada y circuitos III. Nunca antes se había propuesto verla con ojos de interés y tampoco es que lo hiciera al principio, pero de a poco se fueron juntando con mayor frecuencia cada vez. Comenzaron a sentarse juntos en algunas clases que compartían; y en los horarios libres, acordaban en verse para estudiar juntos. Al principio se citaban en las áreas públicas de la universidad o en su defecto, en la biblioteca de la escuela de ingeniería; pero algunas semanas más tarde y sin darse cuenta siquiera, se reunían a estudiar en lugares más privados e íntimos.
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Editado: 27.07.2023