CAPÍTULO IV
Buscando pistas
La mayoría de las personas se alegran con la llegada de la primavera. Obviamente no todos, para algunos la estación representa la proliferación del polen y por consiguiente, el florecimiento de sus alergias. Sin embargo la gran mayoría de las personas lo que ven, es la llegada del sol, las temperaturas ideales que permiten disfrutar del aire libre y hacer las más diversas actividades en el exterior, ya sea en las playas, los ríos, las praderas y los parques. La primavera trae consigo el calor ideal para “adorar” al sol y al calor, pero sin el exceso que suele caracterizar al verano. Casi todos la esperan con ansiedad, con ánimo, con placer; casi todos la esperan, pero no Rick.
El detective de la policía de Austin sabe que con la llegada de la primavera, llega también un incremento en el número de casos de delitos y atrocidades que se producen en la ciudad; las estadísticas lo saben, pero él mismo lo ha podido descubrir luego de sus largos años de investigar toda clase de hechos inverosímiles. No, definitivamente Rick no disfruta la llegada de la primavera.
Había desarrollado la teoría de que durante el invierno, el clima parece adormecer el lado más oscuro de muchos criminales; la mayoría de las fechorías resultan en casos de hurtos o robos menores, que fundamentalmente están asociados a la necesidad de sus autores de escapar del hambre o del frío. Pero al llegar el calor, al subir la temperatura, parece que despiertan las adormecidas intenciones de malhechores por cometer estafas, secuestros, raptos y homicidios. El trabajo policial se multiplica exponencialmente porque además de todo, es una estación en la que se suelen llevar a cabo muchos eventos masivos en las ciudades. Pero ese año todo prometía ser diferente.
La ciudad había decidido incrementar los esfuerzos preventivos en materia de patrullaje y vigilancia, habían duplicado el recurso humano para tal fin y por si fuera poco, había anunciado la firma de un contrato para efectuar un plan piloto con drones de última tecnología, todo dentro del marco de un programa de reactivación que el estado intentaba llevar adelante, para restaurar la recuperación económica y dejar atrás las secuelas de una depresión que se había sentido durante los últimos años.
Y Rick estaba sumamente agradecido de que así fuera, aún se sentía consternado con los resultados de su última investigación y francamente quería tener el tiempo de recuperarse psicológicamente, de lo que había experimentado de primera mano. No es que estuviera harto de su trabajo ni que quisiera dejar de ser el detective de investigación que había sido durante los últimos veinte años de su vida; simplemente estaba esperanzado con la idea de no tener que lidiar por el momento, con la vileza de ciertas personas que no merecían considerarse humanos. A lo largo de su trayectoria se había topado con seres a quienes el infortunio les puso en el lado contrario a la ley, pero también con sociópatas que no veían en otros miembros de la sociedad, más que carne de cañón disponibles para sus vicios, e intereses personales.
El detective se había hecho famoso por una investigación que terminó en un caso judicial espectacular, que pronto recorrió a todo el país y a muchas otras partes del planeta, dándose a conocer como el caso de “el monstruo de Texas”. En aquel entonces ya tenía varios años como oficial de policía, pero era todavía un novato en el cuerpo de investigación criminal de la policía de la ciudad. No obstante luego de eso, no solo ganó el reconocimiento de sus jefes y compañeros de la ciudad, sino que incluso lo hicieron parte de una unidad que frecuentemente colaboraba con investigaciones conjuntas con el FBI y otros departamentos de investigación del Estado. Aquello era conocido como una fuerza de tarea conjunta.
Por eso no fue una sorpresa cuando lo pusieron al frente de la investigación, referente a la desaparición de un menor ocurrida unas semanas atrás. Todo había comenzado cuando el servicio de emergencias del 911 recibió una llamada de una dama residente de las afuera del condado Travis. La señora expuso de manera exaltada y nada inteligible, la desaparición de su hijo Mathew de tan solo diez años de edad.
Cuando el oficial asignado a tomar la denuncia llegó a la casa de la dama, levantó la información según los procedimientos que establecían los manuales policiales. En la declaración de la señora, se registró que el menor había salido con su bicicleta a recorrer la zona circundante en horas de la tarde, una vez que había llegado de clases; era frecuente en su rutina y siempre llegaba a casa para las siete de la tarde. Sin embargo, en virtud de que no volvía, la señora estuvo tratando de comunicarse con el chico a su teléfono celular, pero este salía insistentemente apagado.
De manera que comenzó a comunicarse con los padres de los amiguitos que solía frecuentar, todos ellos vecinos, pero ninguno dio razón de Mathew. Llamó a familiares y demás conocidos, incluyendo al padre del chico que vivía al otro lado de la ciudad y nada, de modo que entró en pánico y decidió llamar a la policía.
La madre insistía que aquella desaparición no era una práctica común de su hijo y que si al momento no había aparecido, era porque algo malo había sucedido con él. Los vecinos entrevistados señalaron exactamente lo mismo y las palabras de la señora gozaron de total credibilidad. Pero sin datos específicos era imposible generar una alerta ámbar, por lo que el primer paso de Rick, fue visitar al padre de Mathew y encima revisar si tenía alguna coartada. Inmediatamente el señor se trasladó hasta la estación policial donde junto a la madre del menor, firmaron la autorización para que la foto del niño fuera difundida en los medios, con la esperanza de que al involucrar a la comunidad, pudieran obtener una pista en las primeras horas del suceso.
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Editado: 27.07.2023