Bajo las Estrellas
Bianca:
No podía creer que Said había venido; estaba aterrada por si ese hombre se presentaba cuando él estuviera allí todavía, o cuando él llegara ya él estuviera. Al menos pudo irse a tiempo, antes de que pasara el gran desastre.
Escuché cómo dan portazos en la puerta; me cuestioné si llamarlo o no. No podría hacerlo; él estaba herido por mi culpa y dejar que volviera a pasar, no lo permitiría.
La puerta fue tirada con un gran golpe, y me da tiempo rápidamente de guardar su número y mi teléfono.
Mi progenitor está frente a mí, mirándome con rabia y odio.
—Tú deberías estar muerta —escupe con asco.
Yo no respondo; me dispongo a saltar por la ventana, pero él es más rápido, agarrándome del cabello. Me quejo y empiezo a dar patadas y golpes al aire intentando zafarme, pero hay varios hombres que me sujetan por los hombros y por las piernas.
—Daremos un paseo, querida hija.
—¡Púdrete! —le grito y recibo un gran golpe en mi rostro que me hace escupir sangre.
Voy sollozando y quejándome del dolor en la mejilla; él sigue agarrando mi cabello fuertemente y me lanza escaleras abajo. Siento cómo varios huesos se rompen, incluyendo una de mis costillas.
Al llegar al primer piso, veo a la señora Andrea tirada en el piso con una bala en la frente. Mis sollozos se hacen mucho más fuertes; esta será mi última noche.
El que tanto quería matarme, por fin verá cumplidos sus deseos.
Salimos de aquel lugar, que por un momento llegué a pensar que era un refugio, pero él enseguida descubrió dónde estaba, y ahora... ahora era demasiado tarde. Él me mataría y me dejaría tirada en algún lugar, quizás en algún basurero. No creo que le interese enterrarme en el bosque; él no se mancharía las manos de tierra por mí, pero sí las mancharía de sangre para matarme.
Hay una furgoneta negra esperando por nosotros afuera; sus hombres me entran sin ningún cuidado. Y empiezo a tener miedo, miedo a que él ordene que conmigo pueden hacer lo que quieran, y ellos terminen matándome también mentalmente.
Voy suplicando en mi subconsciente: necesito que eso no ocurra de nuevo; no lo soportaría.
Si hay algún Dios escuchándome, si de verdad existes, si es cierto eso que dicen que buscándote tendremos tu amor, te ruego que me rescates de esto; yo no podré sola.
Me abrazo a mí misma, tirada en el suelo de la furgoneta. Cierro mis ojos, repitiendo mis súplicas. La furgoneta se enciende y empezamos a avanzar; mis lágrimas bajaban por mis mejillas sin control. Siento que me relajo al saber que no les dará ninguna orden de meterse con mi cuerpo.
Una mujer siempre tiene que cuidar su cuerpo, y en estas circunstancias solas no podemos. Sentimos la impotencia y el odio hacia nosotras mismas al no tener la fuerza suficiente.
Siento que pasan horas cuando, por fin, se detiene la furgoneta. Me sacan a rastras y veo cómo estamos fuera de la ciudad; un gran bosque se alza frente a mí. Y quizás la idea de que me matará y me enterrará en alguna parte del bosque puede ser parte de su plan.
Me lanzan con fuerza, haciendo que choque con uno de los árboles mi cabeza. Caigo aturdida al suelo; no siento nada, no pienso en nada, solo trato de tranquilizarme para morir en paz.
—Golpéenla hasta la muerte; no quiero saber más de ella.
Él se larga de allí en una camioneta que había entre los árboles, dejándome con cuatro de sus matones.
—Esto será divertido —dijo uno de ellos.
Traté de cubrir mi cabeza con mis manos, haciéndome una pequeña bola en el suelo, pero fue en vano. Empezaron a golpearme con todas las fuerzas que tenían.
Recibí una patada en el estómago que me hizo sacar todo el aire; sentía como si de un momento a otro los golpes abrían heridas y me rompían varias partes del cuerpo. Era en vano tratar de cubrirme con mis manos.
Sentía la mente nublada y los ojos llenos de lágrimas no me permitían ver nada; contenía mis sollozos y mis súplicas; quería ser fuerte.
Hasta que llegué a un punto en el que no sentía los golpes; sentía que eran como varias almohadas que impactaban mi cuerpo.
No podía moverme; sentía cómo mis ojos se cerraban lentamente y el dolor agudo de los fuertes golpes desaparecía.
Siento el viento en mi rostro; mueve mi cabello de un lado a otro y no me incomoda. Me siento feliz, siento una paz que nunca antes pude experimentar. Miro fijamente hacia un lugar donde hay un grupo de personas; están cantando y riendo a carcajadas. Un chico toca la guitarra y una chica canta junto con otra; sus voces parecen angelicales.
Intento acercarme a ellos. Una mujer un poco mayor clava su mirada en mí y recibo una gran sonrisa de su parte.
—Bianca —escucho que me llama—. Ven a unirte con nosotros.
Miro hacia abajo y me doy cuenta de que tengo un violín entre mis manos, pero no es mío; este es blanco, siempre he querido tener uno así.
—Hermana —me llama uno de los chicos y siento una gran calidez en mi corazón cuando me llama así—. Ven, ¿qué esperas?
Abro los ojos.
Miro directamente hacia el cielo; hay millares de estrellas en esta noche. Miro mi cuerpo y veo que está completamente lleno de sangre; sin embargo, no me duele nada.
Me doy cuenta de que los matones se han ido. Intento levantarme, pero tarde me doy cuenta de que no puedo; no siento ninguna parte del cuerpo. Me rindo y trato de permanecer en calma mientras miro el cielo estrellado.
—Gracias —articulo con cuidado—. Gracias por salvarme.
Siento cómo las lágrimas bajan por mis mejillas. Me siento impotente al no sentir mi cuerpo, pero comprendo que es por mi bien; no soportaría el dolor agudo de los golpes.
Contemplo las estrellas y pienso en Said, reflexionando sobre que hice bien al no llamarlo; no me perdonaría si ellos lo lastiman.
—¿Chica? ¡Dios mío!
Escucho que alguien viene, corre hacia mí y miro su rostro. Es un chico y su expresión tiene una mueca de preocupación. Algo en sus rasgos me parece conocido.