Bajo las Adicciones
Said:
La amistad para mí tiene un valor muy alto. Para mí, ellos son mis hermanos, mi sangre, aunque no lo sean. Imagínate el gran valor que tiene para mí sentir de verdad amor por una persona.
Me quebré cuando lo vi así.
Sabía que él tenía cosas que ocultar y quizás no confiaba lo suficiente, pero Derek y yo habíamos estado para él desde el momento en que vimos que nos necesitaba.
Verlo así nos quebró; nos dimos cuenta de que estábamos haciendo algo mal.
Al día siguiente, no había sabido nada de Bianca, y mi preocupación aumentaba al escuchar cómo su teléfono salía fuera del área de cobertura. Con prisa, entré al departamento, pero me llevé una gran sorpresa al encontrar a Hugo inconsciente, con un poco de espuma blanca en la boca; había tenido una sobredosis. Con el corazón a mil, le marqué a Derek, quien enseguida llegó para que juntos lo lleváramos al hospital.
Cada segundo contaba, y el miedo se apoderaba de los dos. Al llegar al hospital, lo atendieron rápidamente.
—Estará bien —dijo el médico.
Pero nosotros no estábamos bien; sentíamos decepción de nosotros mismos, por no haber podido hacer algo más por él, por no impedir que llegara a esto. Tuvimos que haber sido más insistentes o quizás más duros, pero, a fin de cuentas, eso tampoco estaba bien. Quizás él no se sentía bien con nosotros, y eso también nos afectaba porque había llegado a ser nuestro amigo.
Zoé llegó rápidamente; se veían lágrimas secas en su rostro y otras nuevas bajando lentamente.
—¿Dónde está? —preguntó con temblor en su voz.
—Le están haciendo un lavado, pero estará bien —explicó Derek desde el asiento de espera.
Y entonces ocurre lo inevitable.
Ella, hecha un mar de nervios, cae al suelo llorando desconsolada. Y sin dudarlo, llego hasta ella y la abrazo fuertemente, como si alguien me la fuera a arrebatar de los brazos. La muerte estaba allí, en la espera, y yo la abrazaba como si mi vida dependiera de eso, y lo es. Mi deber es cuidarla y protegerla, y que la muerte nunca toque su puerta.
—Estará bien —exclamo con voz suave—. Estaremos bien.
—¿Lo prometes?
Su rostro es una mueca de dolor, y en sus ojos hay lágrimas contenidas que pronto descenderán por sus mejillas.
—Lo prometo, pequeña Zoé. Estaremos bien.
Tengo que asegurarle eso porque sé que necesita sentirse segura, porque la he visto pensar que está sola. He visto cómo su rostro se entristece en ocasiones y sé que a veces no se siente segura. Por eso, mirándola a los ojos, le aseguro que siempre estaré con ella.
—Tu hermano mayor siempre estará contigo —le digo suavemente—. Te prometo que todo mejorará, que Hugo saldrá bien y podrá recuperarse. Llegará un día en el que lloraremos de felicidad y no de tristeza. Te doy mi palabra, pequeña Zoé.
Y entonces ella sonríe, y... él mundo que creía perdido vuelve a la vida.
Después de unas horas, en las que nos aseguran que Hugo está bien y seguirá recuperándose poco a poco, salgo a tomar un poco de aire. Siento que si paso una hora más encerrado entre tantas paredes blancas me dará un paro cardíaco.
Voy caminando tranquilamente por los pasillos del hospital, respirando de manera pausada, tratando de asimilar todo lo que había ocurrido desde que recibí aquel botellazo. Todo parecía haber cambiado repentinamente; como si acabara de empezar el inicio de algo, lo sé, algo incierto.
Quizás esta historia se comenzaba a escribir.
Doblo una esquina y entonces... lo escucho. Siento que algo me detiene de golpe y me hace mirar hacia la habitación donde se escucha aquella voz.
—A ti, Señor, damos la gloria y la honra; has sido misericordioso en salvar esta vida, y sabemos, Padre Santo, que sólo tú sabes el propósito de ella misma. Tú eres el único conocedor de nuestro interior.
Con una intensa inquietud, me voy acercando a la habitación donde se escucha aquella mujer intercediendo. Es algo que no puedo controlar; mis oídos escucharon y quieren escuchar más.
Intento ver hacia adentro; ¿por quién estarán intercediendo? La curiosidad me gana, entonces suavemente voy abriendo la puerta completamente.
Es entonces cuando la veo, la reconozco al instante. Es ella, lo sé.
—¿Bianca? —en un susurro ahogado llamo a la chica de mis sueños. Pero pareciera que ella se encuentra en una pesadilla.
La mujer que está frente a su cama termina de interceder, y veo cómo Bianca abre sus ojos y me mira. Entonces lo veo todo en tan solo una mirada.
Dolor, esperanza, quizás sorpresa; y tan solo con ver sus ojos también veo en ella cómo se relaja, cómo forma una sonrisa para recibirme.
—Said —exclama débilmente—. ¿Qué haces aquí?
—Escuché algo y tuve curiosidad —digo mirando a la mujer, y ella me responde con una sonrisa—. Entré y entonces te vi aquí.
—La atacaron unos matones —exclama un chico que hasta ahora no había visto—. Me la encontré cerca del bosque; gracias a Dios que me puso allí para ayudarla.
El cabello rojizo del chico frente a mí es inusual. Sus ojos son de un tono verde claro y varias pecas adornan su juvenil rostro. Por su contextura, con pocos músculos, se nota que apenas está entrando en la adolescencia, y me asombra cómo mira todo a su alrededor, con una inocencia que este mundo se ha encargado de eliminar poco a poco. Pero él... él se veía diferente, con una luz, una luz diferente.
—Gracias, Manu —responde Bianca aún con debilidad.
—Bianca, ¿qué sucedió después de que me fui de tu departamento? —le pregunto con miedo en la voz. —¿Se te cayó encima?
Trato de bromear para aliviar el ambiente, pero ella me mira con el ceño fruncido y hace una mueca de desprecio, mirándome fijamente.
—No te burles de mi pequeño hogar, Said.
—Vale, lo que tú digas.
—Said, no quiero hablar de lo que sucedió ahora; me siento cansada.