Después de ese momento tan vergonzoso, y después de varios intentos fallidos, por fin logré sacarlo de mi cabeza enfocándome en el trabajo que tenía que hacer.
-La gente del evento es súper linda -le dije a Rosa, una de mis compañeras.
-Sí, aunque casi nadie se acerca con nosotras. La mayoría está formada para la firma de autógrafos -respondió mientras miraba hacia la fila.
-Ajá... -dije con algo de fastidio.
-No los culpo, la neta. Hasta yo les tengo envidia... pero más a Camila. ¡Ella habló con el boxeador guapísimo!- Se mordió el labio inferior.
-¿En serio? -pregunté, de repente más interesada-. ¿Y qué hablaron?
Rosa me lanzó una mirada pícara, me tomó de la mano y empezó a jalar me.
-Ven, Aurora. Si te interesa chisme, vamos a preguntarle directamente.
Cuando llegamos con Camila, Rosa me soltó y, sin pensarlo, se colgó de su brazo .
-Ey, Camila... dime, ¿qué te dijo Magnus? ¿Te coqueteó acaso? -preguntó con una sonrisa traviesa, casi como si esperara que la respuesta le cambiara el día.
Camila se ruborizó de inmediato. Era típico en ella; siempre se ponía nerviosa cuando hablábamos de chicos. Pero esta vez parecía diferente. Bajó un poco la mirada, respiró hondo y, con la voz algo temblorosa, respondió:
-No... bueno, no directamente. Me dijo... que le parecía linda y preguntó qué hacíamos aquí.
Me quedé mirándola. Algo en su forma de hablar, en cómo evitaba el contacto visual, me hizo pensar que no nos estaba contando todo. No era que quisiera juzgarla... pero lo sentí. Y eso... lo entendí. ¿Quién no ha mentido un poquito para sentirse especial?, después de todo solo éramos chicas jóvenes .
Así que solo le sonreí con sinceridad.
-Claro, Camila. Tú eres muy linda.
Rosa lo dijo con más emoción, como siempre:
-¡Por supuesto que lo es! Dime, ¿conseguiste su autógrafo?
Camila asintió con una sonrisa enorme y gritó:
-¡Siiií!
Rosa también chilló de emoción, pegando saltitos. Yo, por reflejo, me tapé los oídos.
-Bueno ya, bájenle... ¡parecen cotorras!
Y las tres estallamos en risas, de esas que alivian el alma un poquito. No importaba si era verdad o no. Por unos segundos, solo éramos tres chicas felices en medio de un día cualquiera.
Después de un rato, nos llamaron por los altavoces, anunciando que nuestra exposición estaba por comenzar, y que después de ella se daría por terminado el evento.
Mis compañeras subieron una por una al escenario para hablar sobre las enfermedades de transmisión sexual. Mientras tanto, yo, junto con otras dos chicas, caminábamos entre las filas de sillas entregando folletos. Todo transcurría con normalidad... hasta que Nadia me llamó.
-Aurora, te toca -dijo con una sonrisa nerviosa.
Era mi turno. Tragué saliva y me dirigí al escenario. Los nervios me temblaban en la piel, pero en cuanto tomé el micrófono, las palabras comenzaron a salir... como si las supiera de memoria. Como si alguien las hubiera vertido en mi cabeza justo antes de subir. Hablaba y hablaba, con una seguridad que no sabía que tenía. Me sorprendía a mí misma. Por un instante, sentí que nada podía salir mal.
Hasta que lo vi.
Al fondo del salón, casi pegado a la pared, estaba un hombre. Alto, de cabello oscuro. Llevaba mascarilla, un pantalón negro y una sudadera blanca -o quizá gris, no estoy del todo segura-. Lo que sí recuerdo con claridad es que estaba con el teléfono en la mano. Mientras yo hablaba. Mientras yo intentaba dar lo mejor de mí. Y eso... eso me molestó.
Me pareció tan grosero. Yo ahí, sobre el escenario, con las manos sudándome del miedo y la voz a punto de quebrarse ... y él, tan campante, ignorándome.
No sé de dónde saqué el valor, pero lo dije. Frente a todos, tomé aire y hablé al micrófono:
-Señor, el del fondo,¿podría por favor guardar su teléfono o prefiere retirarse de la conferencia ?
En ese instante, levantó la cabeza. Me miró. Y aunque estaba lejos, sus ojos - azules como el mar antes de una tormenta- se clavaron directo en los míos. Sentí que el corazón se me detenía.
Por un segundo creí que me iba a desmayar. Pero no pasó.
Él simplemente me sostuvo la mirada, asintió con un gesto lento y guardó el teléfono.
- Gracias
Traté de seguir hablando. Me temblaba un poco la voz, pero lo logré. Terminé mi parte, agradecí al público y bajé del escenario.
Al bajar del escenario, caminé hacia la mesa donde estábamos. Empecé a guardar un cartel en una de las cajas que estaban detrás de la mesa, lista para irnos, antes de dar los últimos informes sobre nuestra exposición, por si alguien preguntaba.
Entonces, escuché una voz detrás de mí: fuerte, imponente, masculina... y bastante atractiva, la verdad.
Me giré con una sonrisa que poco a poco desapareció al ver quién era.
Era él.Ese grosero
Y por instinto, lo dije en voz baja, con rencor:
-El grosero.
Él me lanzó una mirada amenazante, y justo cuando pensé que me insultaría en todos los idiomas posibles, una chica pareció reconocerlo y gritó su nombre. Entonces lo supe: ese hombre que estaba frente a mí era Magnus Alessandro, el tan famoso boxeador.
Vi cómo un montón de chicas se acercaban a él, emocionadas, pidiéndole autógrafos y fotos. Respiré aliviada. Gracias a esa chica, me había salvado de recibir la tunda de insultos más legendaria de la historia humana.
No podía entender cómo se volvían locas por él. Quiero decir, sí, era guapo y millonario, pero por su comportamiento durante la conferencia... definitivamente un maleducado.
Y justo cuando creí que me había liberado de todo ese lío, sentí su mirada sobre mí otra vez.
Con una sonrisa encantadora, pero tan arrogante que me daban ganas de vomitar, me miró y, con la seguridad de quien cree que el mundo le pertenece, dijo:
-¿Tú no quieres una foto?
¡Ahg! Sentí cómo mi desayuno se revolvía en el estómago como si un alienígena intentara salir de ahí. Qué tipo más engreído, pensé. Si en algún momento, de forma inconsciente, consideré pedirle una foto... definitivamente ya no lo haría.