—¡Tienen que creerme! ¿Por qué es tan difícil hacerlo? —Mina estaba de pie frente al pizarrón mirando furiosa a sus compañeros de clase, quienes a su vez la miraban no muy convencidos de sus palabras. La chica apretó los puños presa de la ansiedad, les había contado lo ocurrido más de tres veces y ninguna de esas le tomaron por verdad. Frustrada y nerviosa, recargó la espalda en el pizarrón y se cruzó de brazos cuando la persona que menos deseaba ver apareció con su modoso andar frente a ella.
—Si ya terminaste de gritar que es el fin del mundo te aconsejo que te retires de ahí antes de que te pongan una camisa de fuerza —se mofó Naomi con su voz aguda. Marina saltó de su sitio y le propinó un tremendo golpe en la nariz que la derribó y le hizo soltar una sarta de chillidos como un animal herido. Algunos se sobresaltaron, otros se pasmaron, pero todos se quedaron sentados, callados y quietos viendo a Mina.
—Ahora que tengo su atención creo que es momento de tomar medidas más drásticas —sentenció ella tras tomar lugar en la silla designada para los profesores —. Todo aquel que haga un comentario tan estúpido como el de Naomi tendrá el mismo final en menos tiempo de lo que tardó ella en tocar el suelo. Ahora bien: si deciden hacer caso omiso a la advertencia que les acabo de hacer sobre el lunático que anda suelto con un arma su fin será mucho más trágico. Pero no soy tan desalmada como para dejar que ustedes, compañeros, acaben en una fosa, y por eso vengo a pedirles que salgan de aquí.
—¿Y qué se supone que haremos para salir? Ese hombre debe tener controlados todos los accesos —exclamó una niña de cabello negro extremadamente lacio que caía hasta su cadera, escondiendo la nariz en la bufanda roja que siempre llevaba puesta —. Además es peligroso pasar por el campo de visión de la ventana de la oficina del director si se encuentra allí.
—Bien dicho Silvia —observó Mina —. Si salen al patio se darán cuenta de que los de primer año ya están siendo evacuados por detrás de la linea de arbustos, la idea es sacarlos por el agujero en la barda perimetral del lado opuesto de la cancha de fútbol. Así quedan a cubierto.
—Pero... ¿y qué pasará con los profesores si están todos en las oficinas? —inquirió alguien más.
—No lo sé —admitió Marina —, pero me temo que si le dio un tiro al director no tardará en... En hacerle lo mismo a los demás...
Los chicos se quedaron incrédulos. Tras unos segundos de digerir la noticia los más sensibles comenzaron a llorar mientras otros entraron en una crisis de pánico. Unos cuantos más capaces de controlarse hicieron amago de tranquilizarlos pero fue en vano, todo el salón había estallado en miedo.
—¡Cállense! ¡Cállense todos! ¡Si siguen gritando así también vendrán a dispararnos! —gritó Mina para hacerlos entrar en razón, mas únicamente consiguió asustarlos de peor forma. Miró en todas direcciones y al verlos actuar de manera errática entendió que nadie iba a tomárselo con calma —Estamos perdidos, perdidos, perdidos... —se quejó Marina inclinándose al frente hasta que su frente quedó sobre la mesa, repitiendo el movimiento con ligeros golpecitos.
—¡¿Quieren callarse, malditos ruidosos?! —rugió una voz diferente. Todos se quedaron como estatuas en su sitio y giraron la cabeza lentamente en busca del dueño de aquellas palabras. Se trataba de un adolescente alto, de complexión fuerte pero atlética, espalda ancha, piel caucásica con pecas en las mejillas y el puente de su nariz, la cual era ligeramente respingada, de cabello color avellana llegando a rubio al igual que sus brillantes ojos, tenía rasgos marcados, rudos y dulces a la vez. Aparentaba más edad de la que tenía, pero eso no era impedimento para que Marina perdiera la cabeza cada vez que lo veía —. Si Mari* dice que debemos largarnos de aquí es porque debemos hacerlo, sabe lo que dice, no habla ni a tontas ni a locas. Yo voy con ella, disfruten de su secuestro.
El joven tomó a Marina del brazo y la arrastró fuera del salón. Mina estaba con la cabeza en las nubes, y ni el agua de la torrencial lluvia la sacó de sus pensamientos hasta que comenzaron a hablarle.
—Mari, Mina, Minina... ¿Qué es lo que piensas hacer?
—¿Mmmqué? —masculló Marina parpadeando varias veces antes de caer en la cuenta de quién estaba hablando.
—Tu plan, quiero saber cuál es tu plan —reiteró el chico que acompañaba a Mina.
«Dijo mi nombre... Dijo mi nombre...» canturreó la chica dentro de su mente.
—Mina...
—Ah, Leo, disculpa, estaba distraída —dijo ella con timidez. Retiró los mechones del flequillo que escurrían por su rostro gracias a la lluvia y giró la vista hacia el chico, de nombre Leonardo —. La verdad no es un plan tan elaborado, sólo consiste en sacar a todos por la parte atrás de la cancha de fútbol y hallar una manera de alejar al hombre armado de los profesores.
—Elaborado o no, nos costará trabajo.
—Cierto. Pero no hay de otra. Creo que tengo una idea. Ven conmigo.
Marina corrió hacia la parte de la escuela donde estaban las oficinas y la dirección escolar. Leonardo le siguió de cerca todo el tiempo. Cuando llegaron, se tiraron al piso y gatearon para evitar ser vistos desde las ventanas, con suma cautela abrieron la puerta y se colaron dentro, silenciosos como ratones.
Una vez adentro, Marina caminó a hurtadillas hasta pasar detrás del escritorio de la secretaria donde había una puerta que conducía a otro pasillo con puertas a ambos lados, una de esas era la oficina del director. La chica le indicó a señas a Leonardo que le esperara en la entrada y se aventuró sola a espiar en el lugar.
«Todo esto me da escalofríos» se dijo a sí misma frotándose los brazos como quien tiene frío «Además este lugar huele a hospital o a iglesia, si eso no le da un toque más siniestro no se qué lo haría».
Se detuvo frente a una puerta con una placa de color cobre sobre ella en la que se leía "R. C. Méndez. Director escolar". Al otro lado de la puerta se escuchaba llorar a un par de personas y a otras más que se quejaban como si tuvieran la boca llena de algo, posiblemente estaban amordazados.
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Editado: 01.02.2020