—¿Por qué crearon la balanza del amor? —pregunté, haciendo algo de conversación mientras íbamos de camino a la balanza.
—Tiene muchos significados. —Aimara, reía. —Para cada una de las madrinas tiene un significado distinto.
—Pero al pasar los años, hemos reducido el significado y tenemos una sola respuesta. —Comentó Celeste.
—Leo. —Con algo de nostalgia, Care comentó.
—¿Él fue alguien importante para ustedes? —Lucas entró en la conversación.
—Leo era una persona que creía que el amor era la fuente de todo. —Aimara empezó a contarnos. —Una de las cosas que creía era que muchas de las personas no estaban juntas por no poder hablar sobre lo que sienten. Leo sentía mucho, de una forma abismal; lo que para muchos podían ser cosas mínimas, él lo sentía el doble.
—Pero jamás supo pedir ayuda. —Continuaba Care. —Y es que por muchos años le tocó vivir en la sombra, le tocó amar las cosas solo, le tocó estar aislado, hasta que encontró esta comunidad.
—Ya era tarde, era muy tarde.
—Así que la balanza del amor nace para conocer lo que siente tu corazón cuando no puedes expresarlo.
—Pero el amor puede transformarse, puede cambiar, puede ser más grande o incluso, puede acabarse. —Entonces la balanza no era algo exacto. —Somos humanos, es un sentimiento.
—¿Entonces la balanza no sirve? —pregunté, algo desanimado.
—La balanza sirve, pero te da un resultado de acuerdo a lo que sientas en ese momento. El secreto está en que, si incluso sale un número negativo, pueden transformarlo en un cien por ciento.
—El amor es algo que lleva paciencia.
Entonces, al llegar a la balanza, sabíamos que el resultado que arroja no definiría el futuro de lo que pudiera suceder con nosotros, sino que, día a día, teníamos la oportunidad de hacer crecer nuestro amor. Todos los días era una nueva oportunidad para amarnos, para estar ahí para el otro.
Caminando a la cima de la montaña, donde se encontraba la balanza, ya no teníamos miedo, ya no había nerviosismo de nuestra parte; solo queríamos saber si lo que sentía nuestro corazón en este momento era amor.
—¿Y si dice que alguno de los dos no está enamorado? —pregunté, temiendo que Prom no me quisiera lo suficiente, o que tal vez se cansara de mí.
—Si para alguno de los dos sale un número bajo, nos amaremos cada día más, con más cariño y cuidado. Sé que eres tú la persona que quiero por el tiempo que sea sano para ambos. —Me dio un corto beso. —Pase lo que pase, siempre estaremos juntos.
—¿Estás nervioso? —dijo Lucas viendo a Tristán, aunque el nervioso parecía que era él.
—Jamás había estado tan seguro de a quién amo, jamás había sentido la necesidad de poder amar a alguien de la forma en que te amo a ti. —Tristán era muy profundo cuando se enamoraba de alguien.
—También te amo, Tris.
—Yo quiero que prometamos algo los cuatro. —Tristán se paró; con esas palabras me dejó algo extrañado. —Sin importar el resultado que obtengamos hoy, prometamos que siempre encontraremos una forma de seguir amándonos. No quiero que en algún punto Prom y Zul terminen, y mucho menos quiero que lo nuestro se acabe.
—¿Puedes amarme hoy más que ayer, pero menos que mañana? —Lucas se acercó a abrazarlo; entendía que era más una situación personal, más que algo de nosotros como amigos.
—Puedo amarte toda la vida, si soy lo que quieres.
—Eres lo que quiero, y lo que siempre voy a querer.
—¿Y si algún día te cansas?
—Pues descansamos juntos, pero el amarte no es algo que voy a negociar.
—Son tan tiernos. —Aimara, quien no había dicho nada, nos sorprendió. —Solo puedo decirles que, si en algún momento sienten que todo está por acabar, recuerden los momentos felices, los que hacen que su relación sea hermosa, eso y que siempre dure hasta donde sea sano.
Llegamos con un hermoso cielo, un azul hermoso, totalmente despejado. Entraron primero Lucas y Tristán. Era inevitable no sentir algo de miedo, aunque ya sabíamos muchas cosas más en diferencia a la primera vez que habíamos venido. Duraron menos de treinta minutos al salir; sabía que todo había salido bien al ver el rostro tan feliz de Tristán.
—Nos amamos un ciento por ciento. —Estaban agarrados de las manos, me alegraba saber eso, me alegraba saber que todo había salido bien.
Era el momento de pasar; tomado de la mano de Prom, entramos. Sentía que sudaba su mano, pero podía ser que estuviera nervioso.
—¿No hay secretos? —Aimara preguntó.
—No. —Respondí.
Y pasamos; la máquina estuvo midiendo por un largo rato, parecía más que el tiempo que había medido a Lucas y Tristán, hasta que se detuvo y marcó cincuenta por ciento, indicando que era a raíz de que Prom no estaba siendo del todo sincero.
—¿Qué sucede? —Estaba extrañado. —Pensé que no teníamos secretos.
—No es fácil.
—¿Que no es fácil? —No entendía, pensé que podíamos hablar de todo lo que nos sucedía, no sabía que me ocultaba.