—Estamos listos —exclamó Bastián apareciendo en cubierta y sorprendiendo a Asterus y Marcela.
El morfog observó a Valentina que camina detrás del hechicero. Su sonrisa forzada le preocupa, más cuando la miró fijamente la joven mujer desvió la mirada. La verdad es que no podría responder su duda, ni ella está segura de que Bastian esté en buenas condiciones para ir a ese lugar.
El hechicero sin esperar respuesta tomó a Valentina de la cintura acercándola a su lado, mientras la joven sorprendida por su repentina cercanía solo lo miró cohibida, y de un salto junto a un hechizo ambos descendieron a la isla. Asterus cruzó los brazos.
—Llevamos esperándote horas y tu impaciente ni nos esperas —le reclamó.
Marcela ordenó a sus hombres bajar un bote y luego nombro algunos para que los acompañaran, Asterus prefirió bajar con ella que volver a tomar su forma no humana para bajar. El Sol comienza a asomarse en el horizonte, pero extrañamente al llegar a la isla la oscuridad es mayor. Hay un poder que impide al sol llegar a aquel lugar, tal vez la Luna o peor, una maldición. Bastián y Asterus se contemplaron en silencio antes de avanzar por el piso de rocas negras. A lo lejos las ruinas de una enorme ciudad que parecen aferrarse al cielo se muestran lúgubres dando al ambiente una sensación de frio y soledad. Caminan con cautela llegando a lo que antes fue una ciudad, aun a pesar de su abandono muestra cierta majestuosidad. Impresionados se detuvieron y ante sus sorpresas las antorchas de fuego, que hay en los alrededores, se encendieron por si solas.
—Tengan cuidado, se siente una energía inusual en los alrededores —advirtió Bastián.
Pero apenas dijo esto, un leve temblor sacudió la tierra, y un ruido profundo que vino de la estatua que hay frente de ellos, los obligó a dirigir su atención a ese lugar, viendo desconcertados como el rey en su trono de piedra se levantó, cobrando vida y obligándolos a retroceder.
El sonido de roca resquebrajándose junto al quejido del soberano que se levantaba de su sueño los hizo retroceder. Cuando aquel logró ponerse de pie, sin mover sus labios, preguntó con una voz profunda y extraña.
—¿Que buscan aquí, extranjeros?
Se quedaron en silencio sin responder mirándose unos a otros, al final el hechicero avanzó ante la expresión incrédula de sus acompañantes, endureciendo su semblante sin mostrar atisbo de miedo exclamó:
—Venimos en busca del vellocino de oro.
Hubo un instante de silencio, hasta que el rey de piedra respondió.
—¿Por qué buscas algo que nos condenó a la misma miseria?
Valentina arrugó el ceño preocupada ¿A la miseria? ¿Acaso fue el vellocino el que provocó que todo este reino fuera tragado con sus aguas? Dirigió su mirada alrededor y comenzó a darse cuenta de que todas aquellas estatuas extrañas, con gesto de terror en sus rostros, o eran simples esculturas de una mente enferma, sino los antiguos habitantes de esta isla ¿Acaso esto era la condena del vellocino contra los habitantes de este lugar?
—¿Está diciendo que todo esto fue a causa de aquel objeto? —preguntó, para confirmar lo que había entendido, la bibliotecaria sin moverse de su lugar.
—El vellocino cumple tu deseo, pero tras cumplirlo trae consigo la desgracia y el dolor—le respondió girando su cuerpo duro en dirección de la mujer—. Cuando un hombre deseó volver a estar al lado de la mujer que amaba y que se había ahogado en el mar, se desató el caos, no arrastró a todos en su egoísta deseo y acabo por hundirnos siendo devorados por el mar. Algunos nos convertimos en roca sólida, otros en algas, y otros en peces. Se hundió la isla completa, y nos condenó a esta maldición, solo por su deseo de estar con su amada.
Asterus tensó su rostro, había escuchado algo como eso, pero solo habían sido rumores, como todo lo era respecto a esta isla, claro que ahora escucharlo de la boca de uno de los seres de aquel lugar cambiaba las cosas. O sea, tal como lo había pensado esa vez aquel objeto es un arma de doble filo, peligrosa y que puede llevar a la misma muerte a quien pide su deseo. Volteó hacia el hechicero, pero aquel en vez de lucir impresionado o desconcertado mantiene su rostro serio y aunque entrecerró los ojos no pareció dispuesto a retroceder en su cometido.
—Solo dinos en donde esta —habló Bastián en tono seco.
El rey de piedra se quedó quieto sin responderle en el momento. Pareció pensar sus palabras antes de decir algo.
—Hechicero, estas advertido, si aun así quieres el vellocino ve al centro del volcán, pero ten cuidado, un alma sedienta de venganza lo resguarda y no te dejara obtenerlo con facilidad...
Estas palabras provocaron que Asterus tomara del hombro a Bastián dispuesto a hacerlo retroceder en la idea de buscar ese objeto, aun cuando entiende que es la única opción que tiene ahora para liberarse de las ataduras que le impiden usar su poder. Pero aquel le dirigió tal mirada fría que hizo que sus palabras se quedaran detenidas en su garganta y lo soltó dejándolo ir.
Marcela extrañada por la actitud de Asterus se acercó a él.
—¿Lo dejaras ir? —le preguntó preocupada.
—No hay nada que pueda hacer —respondió desconcertado—. Bastián esta tan empeñado por conseguir dicho objeto que nada podrá detenerlo.
Dirigió su mirada dolida a su mujer la cual en silencio apoyo sus manos sobre las de él.
—Siento que, si no hacemos nada, será consumido por su propia venganza...
Valentina los escuchaba a una distancia, con la misma expresión de Asterus volcó su atención a Bastián quien avanzaba subiendo las escaleras de piedra en dirección del volcán. Si es tal como dice debe detenerlo, de alguna forma debe evitar que eso suceda. Giró sin pensarlo y sin decir nada a la pirata y su marido que seguían hablando, salió corriendo detrás del hechicero.
—¡Valentina! —gritó el morfog cuando se dio cuenta que seguía a Bastián.
—Tal vez ella pueda detener su locura —exclamo Marcela deteniéndolo.
Editado: 12.11.2024