Cuando era niña, mis padres solían contarme cuentos donde el Príncipe azul solía rescatar a la Princesa de altas torres, pero que antes de llegar a ella: tenían que luchar con feroces dragones y cruzar enormes peligros. Cuanto más leía las historias más asombrosas parecían, con el tiempo me enamoré de ellas. Los libros cambiaron mi vida desde chicos rudos y cubiertos de tatuajes hasta Ángeles caídos yendo en contra de su propia naturaleza por el amor de su vida. Chicas fuertes y determinadas a luchar por lo que querían, todas esas historias me cautivaron. Hasta que crecí y llego la decepción más grande de mi vida. Nada era verdad, y la vida no era color rosa pastel.
En la vida real; el amor apestaba. O bien te engañan con palabras bonitas o te destruían. Cuando tuvieron la oportunidad de amarrarme hasta el cuello me destruyeron en mil pedazos, y luego todo empeoró. Así que siempre tuve en mente que las relaciones amorosas nunca eran eternas y que tarde o temprano tendrían un final triste. Al día de hoy sigo enamorada de los libros, son mi vida y mis bebés. Pero eso sí, nada de amor. A ningún chico, al menos no ahora. Además, ninguno es mi tipo no he encontrado eso que yo crea necesitar, mi única vida en estos momentos son mis libros, mi café en mano y llevar todo en orden y perfección. Ah, y ser una increíble escritora y sé que lo lograré...
Algún día.
Pero... Honestamente, a veces me preguntaba: ¿si algún día alguien llegaría amarme tanto como lo hacían los personajes de mis libros favoritos?
Estoy agitada, es normal, ¿no es así? Puesto que estoy corriendo por las calles de Portland. La gran llovizna bloquea mi camino de regreso a casa, pero eso no me impedirá mi objetivo: llegar antes que mi madre. Lo que parece ser el segundo diluvio en siglos se debe a una fuerte tormenta eléctrica situada al lado Norte de la Ciudad.
—¡Estúpida y maravillosa lluvia! —grito, dejando escapar una carcajada.
¡Splash, splash! Escucho el pisar de mis botines contra el agua. Y no sólo las mías, sino también los zapatos de las demás personas. Al otro lado de la calle veo el enorme edificio donde resido, continuó caminando un metro más, chocando con la gente que corre a resguardarse de la lluvia. El agua salpica diferentes áreas de mis vaqueros y la zona baja de mi abrigo de lana.
Alzó la mirada al cielo y por primera vez en mucho tiempo, el cielo no tiene ese gris que me hace sentir llena de melancolía. Por primera vez en seis años; me siento un poco mejor y con la esperanza de que pueda suceder alguna clase de milagro. Una vez frente a las enormes puertas de cristal, llevo mis manos al frente y empujó el lado derecho de la puerta. Cuando entro al living del edificio, todo luce de manera luminosa y espaciosa. Detrás del escritorio está Bree, la encargada del edificio, su cabello castaño cae en suaves ondas por debajo de sus hombros y sus ojos parecen enormes canitas azules adornadas por un largo abanico de pestañas. Me quito mi abrigo y mi gorro de estambre negro, camino hasta su lugar y le regaló la mejor de mis sonrisas.
—Hey, pensé que estarías a salvo de la lluvia —sonríe y se agacha un poco para buscar algo—. Toma, llegaron hace una hora. —me entrega un montón de papeles, los revisó y compruebo que son recibos de pago y mantenimiento del edificio.
Lo cojo entre mis finos dedos y le sonrió de vuelta.—Gracias, y yo también pensé que saldría bien librada, pero mi madre llamó y mi departamento es prácticamente un campo de guerra.
Bree no puede evitar soltar una risa por mi comentario, desde que me mudé aquí ha sido la recepcionista y es la mejor. Cuando decido unirme a ella, mi móvil suena, lo cojo entre mis dedos de la bolsa delantera de mis vaqueros, y deslizó el fondo de bloqueo de pantalla y presiono el icono de mensajes.
Un mensaje de mi madre:
Theresa, estoy a mínimo dos cuadras de donde vives, o al menos eso dice el GPS, cariño. Tardaré un poco ya que pasaré a comprar unas cosas, nos vemos en menos de media hora.
Apago la pantalla de mi móvil y lo guardo nuevamente en la bolsa delantera de mis vaqueros, respiro profundo y luego vuelvo a sonreír.
—Bueno, Bree tengo que irme, mi madre ya casi viene —le digo—. Gracias y nos vemos más tarde.
—Adiós, Theresa. —me responde y yo comienzo a caminar en dirección al elevador.
Para cuando llego al elevador, entró en el y presiono el botón con el número siete, espero unos segundos y las puertas se cierran de par en par y después el sonido del timbre se hace presente. Suelto un suspiro cansado y me dejó caer de espaldas sobre la fría pared del elevador.
Hace tanto tiempo que no veo a mi madre, desde que pensé que independizarse sería la mejor opción. Hemos hablado pero todo a base de llamadas y textos. Una de las principales razones fueron por su último marido, a decir verdad nuestra relación no fue buena, e independientemente de todo esos asuntos; mi madre solía comportarse como una adolescente, eso era una de las razones que nos hacían diferentes en muchos sentidos. Ella era un huracán, yo era simple llovizna. Cuando Peter dejó a mi madre ella cayó en una especie de libertinaje, cada vez comenzó a llegar más tarde a casa al grado de no dormir en casa. Así que, asumi el cargo de "madre" el primer año fue difícil; se la pasaba ebria la mayor parte del tiempo y se gastaba el dinero en alcohol. Eso implicó la falta de comida en casa y en pagos para la casa, y demás. Busque por largos meses un trabajo a medio tiempo, y saque a mis hermanos adelante. Al poco tiempo él llegó a mi vida y después destruyó todo como lo hace un cataclismo. ¿Años después? Mis hermanos siguieron con su vida y yo me quedé aquí, haciéndome cargo de mi madre, y la pequeña yo quedo en el caño atascada en una que otra parte.
Al pasar los años mi madre reaccionó y prefirió ayudarme pero para mi desgracia la peor parte ya había pasado. Tenía rencor hacía ella, una clase de odio por todo lo que había causado pero entendí que el odio sólo me alimentaba y que al mismo tiempo me iba pudriendo, la perdone al igual que mis hermanos, después de todo; el tiempo lo cura todo, ¿no?