—¿Te encuentras bien, Tessa? —me pregunta una voz musical. Silas ya se encuentra encendiendo el Mustang y yo aún sigo furiosa con mi madre y Bree por esto.
El reproductor de música se activa y una canción algo deprimente se escucha en los altavoces del auto.
—Dios —me quejo—. ¿Podrías apagar esa maldita música?
—Tess, no apagaré nada. Bajaré el volumen como mucho.
—Como sea. Y no me llames Tess. —gruño furiosa, dejando caer mis manos en mi regazo.
Escucho su risa y algo golpea contra mis costillas. Me irrita el hecho de que su tonta risa provoque algo dentro de mí. Dios apenas lo conozco de horas, no es posible que pueda tener ese efecto en mí. El simple sonido de su risa hace que las comisuras de mis labios se eleven hacia arriba y que mi corazón baile.
—Tess, de verdad, no planeo cabrearte en absoluto —dice, su voz es demasiado suave y hace que deseé tanto que pronuncié mi nombre una y otra vez—. Sólo quiero conocerte. Es todo.
Me muerdo el interior de mi mejilla derecha.
—Pero a mí no me apetece; ya me he topado con tíos como tú.
—Eso no me hará cambiar de opinión, Tess. —me asegura, y vuelve su vista al frente.
Las calles de Portland están concurridas por demasiados autos que van y vienen. Algunos rápidos, otros lentos como una tortuga. Por primera vez me gustaría que el tiempo avanzará lo más rápido posible pasa salir de este estúpido Mustang. Ajusto mi cinturón de seguridad y después me cruzo de brazos, los ojos verdes de Silas siguen fijos al frente y sus fuertes manos se aferran al volante con fiereza. Su mandíbula se tensa, y sus largas pestañas adornan su hermoso rostro.
Debo de admitir que el chico tiene cierto encanto: ojos verdes que combinan con unas sutiles motas azules en ellos, cabello castaño claro, cuerpo de alguien que va casi regularmente al gimnasio y de voz tan llamativa y letal como el fuego ardiente. Pero qué pasa conmigo, no debería de tener este tipo de pensamientos, este chico es como un arma de doble filo, lo sé. Ya lo he visto en otros chicos, en él.
Cuando cruzamos Northwests, Silas gira hacia la derecha y luego va derecho; para después detener el auto en frente de una tienda llamada City Market, entre cierro los ojos y miro con atención.
Él apaga el motor y yo comienzo a quitarme el cinturón para bajar del auto, el seguro del Mustang hace un "click" , empujo la puerta y la abro, bajo un pie a la acera, es ahí cuando me percato que el seguro de la puerta de Silas no ha emitido sonido alguno, miro sobre mi hombro y lo atrapó observandome sin intención de bajar.
—¿No piensas bajar conmigo? —le pregunto, confundida.
—No —dice, desabrochandose el cinturón de seguridad—. No quiero verte más cabreada de lo que ya lo estás.
—Admito que me desagrada la idea de que mi madre haya confiado en ti a la primera oportunidad que tuvo —explico y después añado:—. Pero eso no significa que que yo bajaré e iré a buscar algo que comerás tú.
Frunce el entrecejo:—Tess, hoy te declaro: la mujer más complicada de todas, iré contigo.
Pongo los ojos en blanco y no puedo evitar sonreír, ambos salimos del Mustang y una vez con los pies en el suelo, cierro la puerta detrás de mí. Y el aire fresco me golpea las mejillas y revuelve mi cabello castaño, subo mi pie derecho a la acera y me dispongo a andar cuando mi pie resbala sin previo aviso, elevo mis brazos en un intento de recobrar mi equilibrio cuando mi cuerpo es sujetado por una fuerza atroz. Unos fuertes brazos como el roble me sujetan con firmeza, alzo la vista y mis ojos se topan con el hermoso rostro de Silas.
—Deberías tener más cuidado, Tessie.—dice con tono burlón, regresándome de nuevo a la estabilidad. Una sonrisa sueca su rostro, haciendo que apriete ambas manos en peligrosos puños.
Lo único que provocaba su seguridad en mí, eran las ganas de querer atizarle un golpe.
Silas empieza a caminar en dirección hacia las puertas corredizas, dejándome atrás. Suelto un gruñido de irritación y me coloco un mechón de cabello detrás de mí oreja. Trato hasta alcanzar a Silas. En cuanto logró alcanzarlo se detiene en el centro del lugar, observó el lugar; es pequeño a comparación de un Walmart tiene cierto encanto: paredes blancas, mientras que la luz logra colarse a través de enormes ventanales, mientras que blancos ventiladores cuelgan de su techo de láminas.
—¿Quieres comprar tomates? —pregunta Silas, mientras me acerco a la sección de frutas y verduras donde se encuentra de pie.
Me aclaro la garganta.
—No, tomates no.
Él sonríe con incredulidad, encogiéndose hombros de manera divertida.
—¿Por qué no?
—Porque el tomate me da arcadas, y no me gusta. —admito, la verdad es que siempre los he odiado. Desde que era una niña; recuerdo que Dan solía comerse los tomates crudos y eso me daba unas terribles náuseas.
Que asco.
—Espera un segundo, déjame ver si he escuchado bien —sus ojos verdes se entrecierran y luego una sonrisa ladina se dibuja en su rostro, luego sujeta un tomate entre sus grandes manos y lo acerca a mi rostro—. A Tessie, ¿no le gustan los tomates?
—Demonios, no sé por qué te lo he dicho.
Suelto un gruñido y me alejó de la verdura roja lo más que puedo antes de que me vomite encima, mientras las tripas se me retuercen.
Silas sonríe y regresa el tomate en su lugar, y comienza a pisarme los talones. Mientras caminamos por los pasillos del pequeño supermercado, Silas se mantiene en silencio, pero, a pesar de ello, su presencia sobre sale demasiado. Es como si fuera luz, una intensa y cegadora.
—¿Puedo hablar? —la voz de Silas me atrapa tan pronto como sale de sus labios, miro sobre mi hombro y lo miro.