La clase resonaba con el monótono murmullo de mi profesora, pero para mí, sus palabras eran como un eco lejano; era capaz de ignorarlas completamente y, a la vez, mis pensamientos me desviaban hacia otra parte, mucho más lejos que esta clase. Estos últimos días solía ocurrirme demasiado, olvidaba incluso dónde me situaba, pensando cualquier cosa. Reviví momentos que tal vez preferiría olvidar. ¿Acaso me preocupa algo? pensé al mismo tiempo que apoyaba mi cabeza en la ventana. De vez en cuando, me paraba a observar cómo pasaban los coches o simplemente a la gente que caminaba por ahí. Podría resultar incluso más interesante que cualquier otra clase cuando no conseguía concentrarme en ella.
Pero entonces, una frase de mi profesora logró dejar en pausa mis pensamientos por un momento más, mientras trataba de encontrar un equilibrio entre el pasado y el presente, entre la nostalgia y la necesidad de avanzar.
— He corregido vuestros exámenes.
Al escuchar eso, mi mirada volvió a enfocarse en la clase. La profesora de biología comenzó a rebuscar entre sus cosas.
— Los he dejado en la sala de profesores, ahora vuelvo. —Al salir de la clase se rompió el silencio que se había creado al anunciar que tenía corregidos los exámenes. Giré mi cabeza ya que Saray se situaba sentada a mi derecha y le miré con desilusión.
— Creo que he suspendido.
— ¿Tan mal te ha salido? Es cierto que el tema no era muy fácil, pero yo creo que me ha salido bastante bien, después de todo —dijo Saray bastante convencida.
— Supongo que biología no es lo mío, me he estado esforzando mucho para este examen, pero el último día me agobié y ya que no me entraba nada en la cabeza.
— ¿Por qué has elegido biología entonces? Había otra optativa.
Cuando comencé este curso, me dieron a elegir entre biología y varias optativas más, aunque no creí que fuese más difícil de lo que pensaba.
Apareció la profesora con los exámenes en sus manos y se paró delante de la clase para comenzar a repartirlos. Mi corazón latía cada vez con más rapidez a medida que iba diciendo los nombres y estos se levantaban de sus sitios para recogerlo. Veía todo tipo de caras, algunas de asombro, de felicidad y otras que simplemente no mostraban nada. Seguía sin escuchar mi nombre y lograba que mi nerviosismo creciese aún más. Hasta que finalmente lo escuché y me levanté para recogerlo. Al observar el examen mientras regresaba a la mesa, mis ojos se detuvieron en una marca brillante con un círculo rojo que rodeaba un número. No pude evitar sonreír por un momento cuando me percaté.
Sé que tal vez no es la mejor nota, pero este año creo que estoy dando un considerable cambio. Recordar el año pasado me devuelve a un tiempo difícil para mí: mis calificaciones eran demasiado bajas, cada tarde se convertía en una lucha contra mi dispersión, nunca lograba concentrarme para estudiar y el desánimo se aferraba a mí sin querer soltarme. Los suspensos eran completamente normales, eran una carga que estaba obligada a llevar conmigo misma. Sin embargo, en este nuevo curso me siento con más esperanza que nunca, porque sé que ahora sí puedo lograrlo.
Saray, al ver mi buena cara, me preguntó sobre mi examen.
— ¿Ves como al final no estás suspensa? — dijo una vez se lo enseñé.
— Ya, pero tu examen está mucho mejor que el mío, ojalá tener un sobresaliente…
— Para la próxima intenta estudiar un poco más.
— ¡Lo dices como si fuese lo más fácil del mundo! En lo que tú te estudias algo durante una hora, para ello yo necesitaría dos — dije bastante indignada.
Sonó el timbre para bajar al recreo y la profesora pidió que le devolviéramos los exámenes. Cuando llegaron las demás que estaban en otras optativas bajamos finalmente al patio. Mis pasos por este patio me llenaban de recuerdos, estaba acostumbrada a pasar mis días aquí, como una rutina. No era del todo consciente de que este sería mi último año antes de irme y que el lugar donde crecí se volvería otro recuerdo más. El cielo estaba mayormente despejado, pero la temperatura era bastante baja, tanto que tuve que regresar a clase para recoger mi abrigo. Nos sentamos en una esquina donde daba la luz del sol.
Empezamos a almorzar, las cuatro excepto una traíamos una palmera pequeña de chocolate. La razón se debe a que una vez Saray comenzó a traerlas diariamente y a veces nos solía repartir un poco, nos gustó tanto que comenzamos a traerlas también. Ellas comenzaron a hablar sobre diversos temas, yo la mayor parte del tiempo me paraba a escuchar, aunque de vez en cuando también soltaba algunas cosas.
— ¿Creéis que Don Ramírez nos contará algo sobre de qué irá el teatro?
— Lo dudo, nos dejará con la ilusión hasta el último momento, suele ser así.
— ¿Cuándo empezamos con los ensayos?— pregunté.
— Hoy, ¿no recuerdas que lo dijo? — En ese momento volví a la realidad de la que me había alejado por un momento. Algunas veces era capaz de perder noción del tiempo, olvidándome hasta de que hoy se trataba de un viernes, pero realmente no lo parecía, sobretodo porque sabía que iba a ser un fin de semana cualquiera. Estuvimos haciendo trabajos grupales las horas posteriores y al llegar educación física jugaríamos al voleibol en el patio.