Después del trato que Izaro y el joven panadero hicieron, los dos salieron discretamente de la panadería y caminaron hacia la parte trasera del edificio.
El establecimiento contaba con unas escaleras no muy largas de metal, un tanto oxidadas. Ambos tuvieron que subirlas para así poder entrar al ático o bien, la bóveda del establecimiento. Era un lugar un tanto sucio y definitivamente oscuro si cerrabas la puerta; lleno de costales rellenos de harina y otros materiales más. Entre todas las cosas podían notarse pequeñas sobras rápidas pasar, algunas emitiendo sonidos dignos de una rata.
—Allí está lo que pedías— Comentó el panadero arrogantemente —. ¿Qué piensas hacer al respecto?
—Matarlas.
—Te llevará más de un día— sonrió el panadero.
—Ya verás que no y sí es así, vendré hasta saldar mi deuda por la mañana.
—¿Cómo puedo creerte?
—Si es falso, trabajaré aquí hasta que muera o cierre el lugar.
—Bien, bien— fue inevitable para el panadero esbozar una risilla—. Comienza con tu trabajo.
El panadero salió de la bóveda sin borrar de su cara una irónica sonrisa y volvió a la pastelería.
No conocía a Izaro, claro, pero su humanidad le hacía juzgarlo antes que cualquier otra cosa. Estaba seguro que el fenómeno no podría capturar a todas las ratas del lugar, ya que ni siquiera contaba con los instrumentos necesarios para poder deshacerse de esa plaga.
Sería en vano seguir guardando el pastel para aquella criatura, según el panadero. Tomó la caja y riendo, caminó afuera del establecimiento.
—Ese hombre no va a matarlas. No sirve de nada que se esfuerce
Mientras hablaba consigo mismo, sus ojos no se despegaban del pastel y poco después arrojó la caja al contenedor de basura del lugar. Ingresó nuevamente a la pastelería y volvió al mostrador como si nada hubiese sucedido.
Por otro lado, Izaro tardó aproximadamente tres horas o quizá menos para exterminar a todas las ratas. No dijo ninguna palabra durante su trabajo, tampoco se mostraba asqueado o como si el trabajo fuera demasiado para él. Estaba acostumbrado a cazar. Podía decirse que tomaba a las ratas de la cola o de la cabeza como si fuesen cualquier cosa.
Su instinto animal le decía cada vez que cazaba una rata la devorara, sin embargo, se contenía y para no tentarse, metía los pequeños y sucios cuerpos en un saco vacío. Salió del lugar y una vez más entró a la pastelería; se dirigió hacia el panadero y dejó sobre el mostrador el saco con las ratas muertas. El panadero lo miró asombrado y repugnado; ni siquiera podía creer que lo hubiese logrado en tan poco tiempo, él solo y sin nada con qué asesinarlas.
—Asesiné a todas las ratas.
—¡Wow! ¡¿Sin ningún instrumento?!
Izaro negó con la cabeza.
—Me sorprendes, pero no puedes dejar esa bolsa allí.
—La dejaré fuera del lugar.
—¡No, no, no! ¡No puedes dejarla fuera de aquí!
—¿Eso por qué?
—Ahuyentará a los clientes. Mejor llévate esa bolsa como premio o vende las ratas a algún puesto de comida rápida. Los chinos te la comprarán.
—Si tú no me las aceptaste, menos ellos.
—¡Entonces cómetelas tú! ¡Acompáñalas con el pastel! — El panadero rio burlonamente— mi nombre es Aoyama Amida y gracias a ti tiré 33, 120 ¥ a la basura. ¿Sabes? La vida no me ha tratado nada bien después de la guerra. Con suerte salió viva mi pequeña hermana y yo. También mi madre, pero murió en cuestión de días. Este es el primer empleo decente que obtengo por mi propia cuenta y por tu culpa, si descubren que estropeé un pastel o que la puerta está averiada, me despedirán. ¡Pero bueno! Me llevaré los créditos de las ratas que mataste.
Izaro escuchó el corto relato del pobre panadero, no obstante, eso no significaba que iba a tentarse el corazón o a sentir lástima por él. Solo fue como un cuento más para la estantería de historias para antes de dormir, que guardaba en alguna recóndita esquina de su cerebro.
—Tenías que cumplir el trato y darme el pastel.
—Como escuchaste: Tiré el pastel. Puedes quedarte con las ratas y comerlas con tu familia. Te creo capaz.
—Cumplí con lo que me dijiste. Cumple con tu parte
—Seré joven, pero no un crédulo como tú.
—¿Entonces crees que comeré las ratas?
—¡Posiblemente no! Parece que te la vives robando.
Izaro estaba enfadado. Lo atacaría si hoy no fuera el cumpleaños de Shin y lo devoraría gustoso.
Abrió el costal y sacó una rata, sosteniéndola de la cola, levantó la cabeza y la capucha de la caperuza se resbaló de sus verdosos y largos cabellos, revelando sus amenazantes ojos, las escamas de su rostro y los llamativos patrones que decoraban su nariz. Prontamente abrió su boca y lentamente, metió la rata en esta. En cuestión de minutos Izaro devoró a la rata por completo. Amida estaba horrorizado por tal escena o tal vez por la apariencia del fenómeno. Todo pasó de ser algo normal a algo demasiado bizarro.