Bell: la trágica historia familiar [editada]

Si todo el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar

La señora Hashimoto, hizo el intento de ayudar a Izaro a mover la silla de ruedas hasta las escaleras, sin embargo, sus intentos fueron frustrados por el fenómeno, ya que frenaba con los pies o le pedía que, por favor, lo dejara hacerlo por sí solo, ya que no tenía lastimadas las manos, sino las costillas. La terquedad de la abuela le hizo tener una pequeña discusión con Izaro, hecha con murmullos y que se vio terminada cuando llegaron a las escaleras.

—Tan siquiera déjeme ayudarle a subir las escaleras.

Izaro suspiró con pesadez y con dificultades, se separó de la silla.

—No negaré esa ayuda. Mi cuerpo se estaba desplomando cuando las bajé por primera vez.

Los dos subieron, juntos; Izaro casi estaba poniendo todo su peso en la señora Hashimoto y la abuela hacía lo posible por no perder el equilibrio y resbalar por las escaleras.

Al llegar a la habitación de huéspedes, la señora Hashimoto le entregó dos futones a Izaro, el diseño de ambos parecía algo anticuado para el siglo en el que actualmente estaban atrapados. También le dio algunas almohadas y unas mantas que se templaban conforme la temperatura corporal. Por último, salió de la habitación y volvió un par de minutos después, cargando un calefactor eléctrico.

—Tenga cuidado en la noche, ¿Sí? Solemos vivir en un ambiente donde los alacranes, serpientes, mosquitos y otro tipo de animales peligrosos, entran a nuestra casa como si fueran los mismos dueños.

—No hay problema con eso, yo me encargaré de ellos si llegasen a entrar a la habitación.

—También le traje un calefactor por si la noche se vuelve demasiado fría. Es algo viejo, pero sigue sirviendo tan bien como las primeras veces. Lo único que tiene que hacer es conectarlo al enchufe, girar la palanca derecha hacia su derecha, por último, la palanca de la izquierda es para controlar la temperatura. Si tiene problemas con esto, puede llamarle a Zenda.

—Lo entiendo, muchas gracias.

Aunque Izaro le demostró con anterioridad que, era un ser inofensivo, la señora Hashimoto aún guardaba algo de temor y desconfianza. Salió de la habitación y le ofreció antes de salir, una pavorosa sonrisa. Al volver a la cocina, quien más esperaba su regreso era Shin.

—Señora Hashimoto, ¿cree qué Izaro pueda resistir al frío de aquí?

—Sí, ¿Por qué la pregunta?

—Bueno... él tiende a ser muy friolento, por así decirlo, ya que es de sangre fría, además no sé si él vaya a dormir.

El señor Hashimoto, no pudo evitar guardar silencio con respecto al tema y confiado, dedicó unas cuantas palabras para la inquietud de Shin.

—Verás que el señor Izaro dormirá caliente. En la actualidad contamos con futones y mantas diseñadas para que el ser humano pueda dormir caliente en esta época del año, harán que conserve una temperatura agradable.

—También le he dejado el calefactor por si las mantas no son suficientes —agregó la señora Hashimoto, sonriendo.

Shin se sintió más aliviada después de escuchar la explicación del viejo doctor y la alternativa propuesta por su esposa. Sin embargo, antes de proseguir con la comida, faltaba algo más, más bien, alguien más. 

—Ezequiel no ha bajado... ¿Será que tiene frío? — Preguntó la señora Hashimoto.

—Si quieres puedo llevarle la cena, abuela. — Propuso Zenda.

—¿Puedo acompañarte? — Preguntó Shin, suponiendo que ese tal Ezequiel se trataba de su hermano.

La desconfiada Zenda asintió con la cabeza, mientras sonreía embusteramente. Su abuela puso la comida de su hermano sobre una bandeja de madera oscura y se la entregó a su nieta, subieron las escaleras con precaución para llegar al paradero de su hermano y tocar la puerta con detenimiento. Lamentablemente nadie respondió, no era algo de extrañarse, puesto que Ezequiel no hablaba a menos que fuera necesario.

—¿A caso no está? — Shin preguntó confundida.

—Si está, lo que pasa es que él es de pocas palabras...

 Fue drástico. Un movimiento inesperado. El radiante semblante de la linda colegiala cambió rápidamente al mencionar lo de su hermano. Parecía estar melancólica.

Las dos chicas entraron a la oscura habitación, compuesta por blancas y frías paredes tapizadas, apenas podían notar que alguien más estaba en la habitación. A un lado de esa larga y fría cama, yacía un chico de cabellos claros, lacios y un tanto largos. Aquel muchacho no tomó importancia alguna a la intromisión de Zenda y Shin. Sólo siguió con lo suyo.

—¡Ezequiel! — Zenda alzó la voz— No has bajado a comer, así que la abuela me envió a traerte la comida. ¿Dónde te la dejo?

Tardó un poco de tiempo en responder el chico, su voz era tan baja que apenas se podía escuchar gracias al eco de la habitación:

—Sobre la cama.

Tal como lo dijo Zenda: "un chico de pocas palabras" Sin embargo, esas palabras guardaban tristeza, una tristeza similar a la que alguien siente en el funeral de una persona que aprecia mucho. “¿Cuál sería la mejor manera de poder tratar con una persona así?” Fue algo que se planteó Shin, pero esa idea fue corrompida después de percibir con lo que el joven depositaba toda su atención.



#21947 en Otros
#1581 en Novela histórica

En el texto hay: drama, amor, amorimposibe

Editado: 03.05.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.