Bell: la trágica historia familiar [editada]

En la amistad y en el amor se es más feliz con la ignorancia que con el saber

La noche se volvió eterna para la adolescente foránea de pálida piel. Su mente fue conquistada por los recuerdos de lo ocurrido durante el día, que se repetían una y otra vez y la hacían pensar; a veces veía tales recuerdos como uno de los Hashimoto, otras como ella misma, pocas veces como Izaro y al menos una sola vez como la amiga de Zenda. Y es que la fiebre de Izaro no fue el único problema que la abrumaba, sino que también lo fue la discusión que tuvo con Ezequiel… tal vez no fue una pelea en sí, pero Shin lo veía como una por su falta de contacto con la sociedad y Ezequiel pensaba lo mismo, seguramente por la misma razón que la de su amiga. Ambos compartían en cuartos separados la preocupación y el insomnio como consecuencia.

Fue una noche eterna sin lugar a duda, por lo tanto, tediosa. Cada quién trató a su manera de deshacerse de la preocupación o por lo menos dormir por breves periodos. Ezequiel miraba videos de lluvia en su teléfono, mientras que Shin daba vueltas en su futón. El recuerdo los perseguía como si fuera lo único que pudiesen recordar, como si de eso vivieran. La paciencia se agotó en cuanto los primeros rayos del sol volvieron a salir y la impertinencia del par de adolescentes los levantó de la cama con el propósito de disculparse.

A pesar de que los ojos de Shin conservaban parte del mismo tierno brillo que los caracterizaban, su mirada estaba vacía, como si fuese el mismo abismo del universo. Sus pies se arrastraron por el pasillo rumbo a la habitación de Ezequiel y cualquier persona que la viera, juraría que por su aspecto parecía un muerto viviente. Del otro lado del pasillo se encontraba Ezequiel, con un rostro demacrado, como si hubiese velado el cuerpo de un difunto, se levantó de la cama, tambaleándose.

Los dos cruzaron miradas y no sólo intercambiaron eso, sino también fue como si se dijesen "He venido a buscarte". Por otro lado, ninguno dijo nada al respecto y así fue, un silencio que pareció eterno, hasta que Shin, dejándose llevar por sus impulsos, corrió hasta Ezequiel y lo recibió con un fuerte abrazo.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! —replicó Shin con algunas lágrimas bajo los ojos.

—Baja un poco la voz— susurró Ezequiel—... despertarás a todos.

—Te hice el culpable del problema de ayer y lo único que querías hacer era defender a Zenda.

—Shin…— Ezequiel correspondió el abrazo—, debería ser yo quien se debe disculpar. Golpeé de una forma espantosa al señor Izaro, lo lamento.

—¿Podríamos hacer cómo sí esto no hubiera pasado?

—Está bien. Dejémoslo así. No pasó nada de eso entre nosotros.

Ezequiel deshizo el abrazo y llevó sus manos hacia las mejillas de Shin. No tardó ni un segundo en notar las oscuras ojeras bajo los ojos de su pálida amiga. Le fue extraño mirarla en tal demacrado aspecto, más, si él también se tomase la molestia en verse frente a un espejo, notaría que la demacrada apariencia sería una cosa más compartida.

Pudo ser una pregunta muy estúpida el haberle cuestionado a la foránea si durmió o no, sin embargo, esa misma estupidez les alegró la mañana. Los dos se confesaron todo lo que sintieron en la noche por culpa de la discusión y después se burlaron con una silenciosa y espontánea risa. Fue la primera vez en la que Shin escuchó y vio reír a Ezequiel. El rostro del muchacho se iluminó con tal grato y efímero gesto.

—Creo que deberías expresar tu felicidad de esa forma más seguido. Eres lindo sonriendo, ¿sabías?

—No es para tanto, Shin...— replicó Ezequiel, con las mejillas pintadas de un tenue rojo.

Entonces Shin comprendió porqué el rostro de Ezequiel estaba colorado, o algo así... Al principio creyó que dijo algo que podía malinterpretarse, aunque después creyó que estaba demostrándole el tipo de afecto que Ezequiel le explicó días atrás. Claro que tuvo otras ideas en mente, pero esas fueron las ideas más persistentes. ¿Cómo saber si ella sentía esa clase de amor? El sonrojo de Ezequiel fue contagioso, pero eso no significaba que sintiera lo mismo que él, ¿o tal vez sí? Quizá, sólo tal vez, Shin estaba malinterpretando las cosas, sí, debía ser eso.

—Lo lamento— Dijo Shin, cabizbaja.

—No— dijo Ezequiel—, soy yo quien debería disculparse.

—Creo que volveré a mi habitación.

Shin se dio la vuelta y dio escasos pasos cuando Ezequiel exclamó que no se fuera. El gemelo claramente se arrepintió de detenerla, ¿qué tal si malinterpretaba sus intenciones? No es que no quisiera pasar el tiempo con Shin desde temprano, sino que temía que notara sus sentimientos mucho antes que él, cuando él ni siquiera sabía si de verdad la quería de esa forma o no. En fin, Shin al final de cuentas volteó a verlo con una radiante sonrisa que decoraba sus rosadas mejillas y que desviaba cualquier mirada que quisiera resaltar el cansancio que la joven cargaba.

En medio de ese silencio, los nervios de no saber qué decir para que el silencio no fuera incómodo lo orillaron a decir cualquier cosa que se le pasara por la mente, como, por ejemplo, el antiguo hogar (sí es que se le puede llamar así) de la foránea.

—Dijiste que vivías en un bosque, ¿no?

—Oh, ¡sí! Debe ser el que queda aquí, aunque si te soy honesta, me da curiosidad y temor ir allá. ¿Qué tal si me encuentro con mi casa y pasa algo realmente malo? ¿algo que no quisiéramos saber ninguno de los dos o Izaro?



#21943 en Otros
#1586 en Novela histórica

En el texto hay: drama, amor, amorimposibe

Editado: 03.05.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.