Belladona La Muerte Como Una Bella Mujer

Último Latido

La vida es cruel.
 


 

Lo aprendió el supuesto día más feliz de su corta vida. 
 


 


 


La siempre tranquila mansión de la noche a la mañana se convirtió en un manojo de nervios por la tan esperada fecha.

Todos, menos la que sería festejada, corrían emocionados por las preparaciones. Apresurados y más diligentes que nunca con tal de que hasta el más mínimo detalle, fuera impecablemente perfecto.

Quién no entendía la intensidad de sus acciones, era claro, Irena. Consciente de que solo vendrían sus pocos y más cercanos familiares y un invitado especial, le pregunto a Hilma.

-Nana, ¿Es esto necesario? -sumergida en el agua a la que le fue vertida sales marinas de aroma lavanda, un cubo de agua le fue soltado-. Me entró en los ojos...

-Que pregunta tan ridícula mi niña -tomó la esponja vegetal-, obviamente hoy, debemos poner rigurosa atención a tú arregló.

-Lo entiendo, pero...

A su pequeña anatomía que apenas entraba en desarrollo, los tratamientos corporales estéticos de pies a cabeza con aceites, cremas y un montón de cosas que le eran puestas con el propósito de que su piel blanca se mantenga radiante y más suave que la de un bebé, le pareció excesivamente desgastante, pese a que no movía ni un dedo mientras estos era limados. Incluso los masajes supuestamente relajantes eran como sufrir un estiramiento mal intencionado.

Y aún no iban ni a la mitad de su tortuosa sesión de belleza. Si que deseaba lucir presentable en la fiesta, sin embargo su Nana enloqueció tan pronto el reloj marcó la medianoche.

Al instante en que las manecillas se alinearon, levantó a cada miembro del personal e inició dando órdenes a diestra y siniestra. Nadie la desobedeció por muy irracional que fuera, siendo esta la ama de llaves.

-¡Karen, trae los zapatos! ¡Bell, los accesorios! ¡Y que no falte ni uno que lo sabré!

-Señora Hilma, ¿Qué hay de los aretes? -su faz mostraba un enorme deleite al revisar los cajones. En orden encontrarlos.

-Nuestra señorita no soportó la incomodidad y dolor de la perforación sólo para no usarlos este día -Irena tocó su lóbulo derecho, agradecida de que ya no los tenga enrojecidos-. Ponlos aquí-la criada obedeció y los colocó a merced de la pequeña chica-. Bien mi niña, te pondremos los más livianos. No dolerá así que no te asustes.

-Está bien... -espero a que lo hiciera apretando los dientes-. ¿Ya?

-Sí, ya está. Le dije que no dolería -seguido, se dedicó a desenredar los nudos que el-agresivo-baño provocó, con el cepillo de plata-. En unos minutos más estarás tan hermosa como la princesa que eres, para tú príncipe.

La risa del ama de llaves avergonzó a Irena, quien juzgó su imagen reflejada en el espejo. Siempre verbalizan lo linda que es pero hasta cierto punto era un halago previsible. Trabajan para el Marqués, por ende, debían darle el mejor de los tratos .

Hilma la trataba con honestidad desde su nacimiento; exactamente por eso. Cualquier madre justificaría la lindura de sus hijos y cualquier ama de llaves justificaría la belleza de la señorita a la que sirve.

Al no contar con un concepto franco más allá de la pura consideración de sus allegados en base a su apreciación, la valoración de sí misma a la hora de juzgarse, por consecuencia, es difusa.

Dejándola con un nublado convencimiento sobre su autoconfianza.

-¡Señora Hilma! -llamó a la puerta una fémina-, el mayordomo quiere discutir con usted la ubicación de las mesas y la porcelana a usarse.

Un bufido salió de su boca y ajustó su delantal blanco de batista adornado con encaje.

-Karen, asegúrate de que la señorita salga más que presentable. Y que los bolsillos de Bell no se vuelvan pesados al salir -le indicó al sujetar al picaporte e irse-. ¡Que lo sabré!

-¡¿Por qué nadie confía en mí?!

-Para empezar, quítate esos diez anillos que acabas de ponerte -le dijo la siempre seria chica de suaves ojos verdes, asustando a su compañera-. Y vete a fijar que debajo de la mesa de la habitación-que comparten-no haya telarañas.

-¿Para qué? ¿Quién se va a fijar en eso?

-Vete, a fijar, debajo de la mesa -intensificó la mirada, haciendo que por fin entendiera el mensaje-. ¿O quieres que alguna araña trepe a tu cama y te pique?

-¡Iugh! ¡No bromees con eso! -por el asco a los insectos-especialmente a los de muchas patas-y su comprensión al leer entre líneas, se apresuró en ir a por las telarañas, que no eran del todo mentira.

-¿Telarañas?

-No se preocupe por trivialidades -trenzo los mechones purpúreos-. Hoy es su día. Coma pastel. Abra sus regalos y sonría.

-¡S-si! Lo haré...

Apreciaba a Karen por muy fría y desinteresada que se viera, pero ese tono le impedía relajar sus hombros. En vez de una mucama tenía más cualidades de un guardia imperial listo para inmovilizar a quien se atreviera a ser su oponente.

Aunque en comparación a su primera impresión, hace tres años, tuvo un cambio mínimo y favorable, de la chica que fue desechada en las calles, a una competente dama del marquesado.


 


-¡Padre! ¡Padre!

Traspasó el parterre que destacaba por la amplia variedad cromática de flores y las majestuosas especies arbóreas, que iban desde cipreses hasta laureles, a la entrada principal justo dónde el Marqués Beltzak aguardaba de pie.

-No corra señorita, puede ser peligroso si se cae -aconsejo Kurt.

-¡L-lo siento! -prometió no repetir esa acción. Al elevar el mentón, unos ojos violáceos como los de su padre, atraparon sus oscuros, y el miedo volvió-. He-hermano Hirence... Q-que bien que llegaste a salvo...

Sus dedos se hundieron en la falda ciruela sin poder ojear siquiera al primogénito y heredero del marqués.

-Hey... -apartó su mirar con desapego de la menor, y recibió un leve golpecito en la cabeza de parte de Lamonte-. Me disculpó, quise decir... Felicidades.



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En el texto hay: magia amor y lucha

Editado: 19.10.2021

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