Era el néctar de auxilio, suave musculatura y color. Sentía su calidez derretida en mi lengua, efigie perfecta del mundo en mis brazos.
Sentía sus restos en mi saliva, aliviando la suerte y las malas jugadas, tomando partida en la felicidad temprana de un chiquillo. El terrón en su sacrificio.
Tengo azúcar en todos los dientes, presos de la infancia, escalones de juguete que me fracturaron las células transformándome en Dios
hombre
musa
personaje elocuente.
Esas gamas de sabor que convirtieron mi alma en sublime tentación.