Estamos hechos de las necesidades que despertaron a las bestias internas del corazón. Pólvora de deidades noctámbulas encerradas a planificar la muerte, dolores, infiernos.
Estamos hechos de los testimonios en contra de la naturaleza pura que se manda callar con un decorativo de prudencia, miles de fines etéreos tartamudos frente a la sublimidad de los llantos. De los hombres recogiéndose en pactos.
Nuestras capas interiores se construyen de los monstruos debajo de la cama y los gritos en la hoguera por petición de piedad divina. Las diminutas fracciones de nuestro ser nadan en las aguas de pensamientos infinitos, ideas explosivas e incendios de almas que se esfuerzan por no mirar un pasado y construir con base en el futuro todas las determinaciones útiles para comprender el abismo que unifica nuestra aflicción.
Pero éramos, se conjugaba nuestra diferencia a pesar de parecer irreconciliable. Y huías, volvías, huías; renunciabas a las figuras de nuestras siluetas agotadas, asfixiadas en sudor caliente; huías a las pasiones más bajas del cálculo carnal.
Te sentías presa de una libertad poco manejable y se te recordaba, con mis dedos, que nunca me olvidaste y que aceptarlo marginaba la imaginación elocuente. Traslucida. Existía pudor porque el nombre hacía falta, la categorización de los actos morales se colaba por tus poros y quedaba oxidado en el reposo de las horas. Lo tomabas todo en serio exigiendo el horizonte laxo de mi feminidad.
Estamos hechos de láminas de papel, acuarelas pintando réprobos. Castañuelas fabricando las pestañas que cubren nuestros pechos agitados. Somos del aliento y las nubes, tu pronunciación en latín y el nulo pudor traslucido de las fotografías artísticas a media noche.
Sobre el carmín de tus pómulos, el chillido del piano y las ruedas del vagón; la discreción aspira la delicia santa, colea nuestros codos y se atreve a recordarnos que la sublimidad sexual aporrea la llegada de un caudal: vida.
Nos encontramos vivos y sintientes. Existiendo a realidad violenta, obligando a la luna que se quede despierta. Con nosotros, sin ti, para ellos. Habrá siempre un fuego inquieto, una pieza de mármol inquebrantable.
Entre nosotros, de lo que estamos hechos, con ese pudor cristalino, habrá siempre el rostro oculto del peor enamoramiento.