Escrito por: Vladimir
—Solo faltan unas horas para acabar con el eterno reinado de los Phoenix —dije lleno de fascinación, aclamándome a mí mismo.
No había nada que deseara en ese momento más que la muerte de todos esos traidores de mi sangre y mi familia.
—Claro, amor, tú serás el vencedor —me decía Adria acariciándome un brazo empalagosamente, acercándose a mí y besando mis labios.
Ya no soportaba ese trato inmundo, yo no merezco esto. Yo merezco mucho más, hasta podría tener a la tal Nell, amiga de Milena, o hasta ella misma. Algún día la tendré, y será mi más grande trofeo.
Quité las manos de Adria que me rodeaban y me dispuse a caminar de lado a lado por el vestíbulo de mi oscuro castillo, dejándola sentada en mi trono de piedra, con su cara de niña desamparada. Más falsa no podría ser.
Los Die Mörder estaban entrenando incansablemente, listos para atacar a mi orden.
“Necesito ganar esta guerra”, pensé.
La victoria y la humedad se podían percibir en el aire, el castillo solo tenía unos cuantos ventanales a lo alto, los cuales no podía ver por las gárgolas y las pinturas de mis ancestros que cubrían las paredes.
—Este castillo ya me tiene harto —grité esto para despistar el asco y repugnancia que me provocaba Adria, con su exceso de cariño. Ya tenía que cambiar, y muy pronto, de amante.
—No te preocupes, cosita, pronto podrás cambiarlo o mejorarlo.
Odiaba que me dijera cosas tan tiernas, me hacía sentir peor que una cría. Siempre me quedaba en la orilla de ahorcarla o arrancarle la lengua.
—Deshacerme de ti —le dije entre dientes.
—¿Qué dijiste, amor? —pregunta Adria fingiendo no escuchar.
—Quiero acabar con ellos, en especial con esa tonta joven, la tal Milena, no puedo dejar que esa mocosa me gane —dije enfadado.
Adria quería hablar, pero no la dejé.
—Es más, ellos no podrán con mis secuaces, son mucho más poderosos que cualquier humano o heredero de Kyle.
Me estremecí ante la mención de este y los recuerdos humillantes y deshonrosos, todos eran sobre la pérdida de mi padre.
—Señor. Sé de buenas fuentes que mi hermano está entrenando a un tal ejército de plata y al parecer es muy poderoso —dijo Sebastian.
No lo había visto llegar ante mi presencia, pues pocos son dignos de estar ante mí, Vladimir Naksak.
—No creo que nadie sea más poderoso que yo o mis fieles Die Mörder. Estoy completamente seguro de que esta vez ganaré, aunque pierda algunas cosas, no me rendiré, estoy dispuesto a sufrir las consecuencias —dije.
Golpeé la mesa que estaba enfrente con el puño, dejando un fuerte eco en el aire y el susurro en las paredes frías y oscuras del castillo mohoso.
—Tranquilo, amor, o envejecerás —me dijo Adria. Ella era muy hermosa, pero su personalidad ya me estaba hartando. Solo la quería para mis necesidades personales.
—Por favor aléjate, quiero estar a solas. ¡Váyanse todos ahora!—di la orden.
Y todos me obedecieron, cómo no lo iban a hacer si soy Vladimir, el hombre más poderoso de Bennu y de cualquier dimensión. Nadie podrá matarme. Nunca.
—¡NADIE ME GANARÁ! —Grité aún más fuerte, lleno de furia—¡Issac! ¡Muévete, ven de prisa! —Nadie se acercó.
—Tres… Dos… —Issac me interrumpió con su brusca llegada.
—Ya estoy aquí, Vladimir, no sé por qué te exaltas con facilidad —dice tan tranquilo como siempre y yo, sin entender cómo podía soportar su forma de ser tan lento y desagradable, algunas veces dejaba que se divirtiera un rato con Adria y últimamente lo dejaba más tiempo, aunque yo estuviera solo.
—No me hables así, algún día lo entenderás, cuando mueres de ansias por acabar el reinado de los Phoenix —dije más que impaciente.
—Lo sé, Vlad, es mejor que nos apresuremos, ya que... —no dejé que continuara hablando.
—Prepara las tropas, que en un cuarto de luna (eso era menos de una hora en Bennu) salimos de aquí.
Issac, el general de tropas, salió corriendo y yo me sentía completamente excitado por todo lo que pronto pasaría.
—Por fin venceré, o más bien venceremos los dos, ¿verdad, Oknad? —le dije a mi ave fénix color negro y plata, que asintió solemnemente, sedienta de sangre, fuego y almas de fénix.
La sala se quedó sola. Imágenes del día de mi nacimiento llegaron a mi mente, yo recordaba todo eso gracias a las memorias que había robado a mi padre antes de morir.
Me dieron a beber una mezcla de esencias de distintas bestias, las más poderosas de Bennu. Primero del Oknad, Astor, Caín, Pinefra (es una serpiente gigantesca con alas de dragón y su veneno es letal) y por último del Yelsha. Detesté tanto a mis padres por haberme dado eso, toda mi infancia y adolescencia fue dedicada a terminar con su felicidad, derrumbarla hasta los confines de los abismos, pero ahora soy feliz como soy y a mi manera, sin importarlo que los demás digan, ellos tienen que ser como yo lo ordene y nada más de esa manera. Nadie que se interponga podrá sobrevivir a mi mandato.
—Soy el próximo rey de Bennu. Seré algo mejor que eso, todos me verán como su deidad y acabaré con todo lo que se interponga entre mi destino y yo; lo haré sufrir de una manera tan desagradable que deseará su propia muerte.
—Señor, ya están listas las tropas para salir de inmediato —dijo Issac con aire cansado, pero firme.
—¡Espléndido!
Salí del vestíbulo rumbo a mi habitación, me acerqué a la cama que parecía bañada en sangre y brillaba en la oscuridad perpetua de mi alcoba. Me aproximé a la mesa de luz y tomé los guantes de hierro, la espada y la capa, esta última me la coloqué y el casco lo dejé de lado, este no era necesario. Claro que no podrían acabar conmigo.
Reí para mis adentros.
Salí del cuarto, azotando la puerta de madera oscura. Me puse los guantes y después la espada la amarré a mi cinturón.