Después de unos momentos de silencio.
—Dime la verdad, ¿Darsving está vivo? —le dije sintiendo la fresa aún en mi garganta.
—Sí, lo está.
—Entonces Darsving está vivo y tengo el presentimiento de que él no fue quien lo mató verdaderamente —repetí para ir analizando y creerme cada palabra.
—Estás en lo correcto. Darsving no ha salido de su escondite desde tu partida.
—Y ¿cómo sabes tantas cosas de mí? —dije.
—Tu padre siempre hablaba demasiado sobre sus hijas, pero siempre resaltaba tu presencia en sus palabras, él estaba completamente orgulloso de ti y de todas tus hermanas, las amaba tanto como amaba a vuestra fallecida madre Rubí.
—Ni él, ni Darsving tenían el derecho de dejarme sola en este mundo con todos en mi contra —dije con mi labio tembloroso, a punto de desbordarse mis ojos en lágrimas. Me sequé los ojos.
—Tranquila, pequeña, esto tenía que pasar —confesó Blass.
—¿Qué significa ARM? —pregunté algo inquieta, moviéndome un poco en mi lugar, sabía que la respuesta no tendría ni una pizca de bondad.
—Adiós Reina Milena —dijo una voz pausadamente, cambiando la atmósfera del cuarto, haciéndome sentir tan pesada como si estuviera en Júpiter (un planeta que estudiamos en Nacteo), su timbre de voz era muy grueso y tan conocido e insoportablemente repulsivo. Todos los que estábamos en el cuarto, alrededor de cuarenta personas, de las cuales solo identificaba a Jared y Blass, giramos para ver al gemelo malvado, al insoportable de Sebastian. Lo único que deseaba hacer era chamuscarlo sin piedad alguna.
Ecos de pasos se escuchaban muy cerca de la habitación donde nos ubicábamos. Y en efecto eran los soldados que venían para escoltarnos y ayudar al cobarde de Sebastian con órdenes de llevarnos a los calabozos a todos.
—No sabes lo que te espera, pobre niña ingenua —exclamó Sebastian — llévense a todos estos traidores a la patria de Bennu.
Con un movimiento de su mano, Sebastian confirmó la orden de captura. Las capas de sus seguidores eran grises y largas con capuchas cubriéndoles sus caras, no lograba ver nada más que un poco de piel poco bronceada.
Cuando se acercaron a mí, el dolor de mi tobillo desapareció sin dejar rastro. La ventana de la torre estaba justo detrás de mí, solo la había notado por la brisa que entraba, sin pensarlo dos veces me paré en el filo de la ventana y dándome un rápido giro de ciento ochenta grados, salté hacia mi única salida, así dándome más tiempo de vida y mayor esperanza para volver a ver a mi familia adoptiva y a mi amado Dylan. A dos metros de haber caído me encontré con una pequeña saliente de la cual me sujeté para dejar de caer y tratar de descender de una manera menos dolorosa.
—¿Dónde está la mocosa esa? —gritaba hecho una furia, hasta la voz se le había distorsionado —¿pero ¿cómo jodidos logró escapar esa niña mimada?
El silencio se hizo presente durante unos segundos y después se volvió a escuchar la voz de Sebastian.
—Atrápenlos o les aseguro que no sobrevivirán en esta última luna —espetó de una manera tan tranquila que podría jurar que se refería a otra cosa, pero tratándose de ese mal nacido todo era posible, y, aunque su tono de voz era relajante, sus palabras decían todo lo contrario, y todos los que lo escuchábamos sabíamos que era verdad. Mis manos comenzaron a sudar y me dolían los dedos de tanto estar colgando, busqué otra saliente para sujetarme y encontré una a unos cincuenta centímetros hacia la izquierda, me sujeté primero con la mano derecha y después con la izquierda. Continué de la misma manera durante unos minutos, para después encontrarme con un árbol enorme que crecía al lado de la torre. Busqué una rama gruesa, pero antes de poder encontrar la siguiente saliente, la penúltima cedió ante mi peso y me hizo caer un par de metros haciéndome llegar a una rama grande que me golpeo el vientre y me hizo soltar un par de lágrimas, pero ahora no era momento para sentir el más mínimo dolor, ya que los seguidores de Sebastian estaban a punto de llegar a la planta baja, donde si no me ocultaba o corría me atraparían en cuestión de segundos.
Y eso no era lo peor de todo. Blass y Jared al parecer habían sido capturados por esos encapuchados.
“Ahora sí, estoy perdida, pero estoy viva” pensé.
Aún me encontraba arriba del frondoso árbol cuyas hojas (grandes, gruesas y con forma ovalada, de color verde y su tronco era color rojo y de textura suave) me ayudaban a cubrirme, ya que estaban muy juntas las ramas. Las gruesas voces gritaban mi nombre tan fuerte que lo podrían escuchar los antiguos bennuanos que aún poblaban algunas comunidades pequeñas situadas dentro del bosque (según había escuchado una vez decir a Naro, cuando aún vivía).
“Son unos tontos, como si les fuera a responder” pensé, mientras que un pinchazo de dolor me perforó el estómago al recordar a mi difunto padre. Aún podía recordar su olor cuando me abrazaba al saludarlo y despedirme de él, al igual que cuando lo vi en la plataforma de cristal, cuando fue incinerado.
Me hice la fuerte y evité llorar, ya que cualquier falta de concentración haría que…
—¡Ah! —me salió el grito sin previo aviso porque una espina gigante se había hecho pedazos al sujetarme de ella. Las astillas de esta se incrustaron en mi palma, pero el dolor no era nada a comparación de los nervios por el hecho de que estaban a punto de descubrirme los seguidores del malnacido ese. El dolor del tobillo había desaparecido casi por completo por la infusión de hierbas que Blass y Jared me habían puesto en el tobillo.
—Está allá arriba —dice uno, buscando la aceptación del líder de los seguidores de Sebastian, que en su capa llevaba una línea roja en el centro de forma vertical y en vez de color gris era negra, casi no se lograba ver. No hice ningún movimiento, tenía que camuflajearme y conseguir mi encuentro personal con Sebastian para terminar lo que había comenzado en mi segundo viaje a Bennu (esta es la tercera ocasión en la que vengo a Bennu).