▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁
〈〈 Quería observarte dormir siempre, sin importarme lo que piensen. 〉〉
▁▁▁▁▁▁▁▁▁▁
Han pasado dos meses desde aquel día en el que recordé, y ahora me encontraba apoyada en la ventana mientras observo como el verano está llegando al mundo. Lea está durmiendo todavía, ya que ayer tuvo un día duro de pruebas variadas que la dejaron en la agonía de sueño. Me dolía, porque quería pasar tiempo con ella, pero prefería que durmiese.
Antes de darme cuenta, ya estaba sentada en la silla y apoyada en su cama. Observaba su rostro con lentitud, para guardarlo en mi cabeza por alguna razón que no podía adivinar. La veía dormir, quejándose levemente y con los labios entreabiertos. De repente se veían más rojos y suaves que otros días, quería probarlos. Y ahí supe que debía alejarme por su bien.
⌘ ⌘ ⌘
Con un poco de miedo, dejo mis piernas colgando. Hasta ahora, me movía a la silla de ruedas o no lo hacía. Hoy me pidió la enfermera que me ayudaba en la rehabilitación, que intentase andar un poco en la habitación. Ignoré la parte que decía acompañada de alguien que me vigilase, porque quería hacerlo yo sola. Mis pies tocan el suelo y siento el frío en él, acción que me arranca una sonrisa por alguna razón.
Pero no soy idiota, la silla de ruedas está a pocos pasos de la cama, por lo que sólo intentaré andar unos pasos. Si veo que no puedo, me quedo en la cama, o intento tirarme sobre la silla sin problema alguno. Me apoyo de la camilla, y poco a poco voy dejando mi peso sobre el suelo frío. Me quedo unos segundos en esa posición, e intento dar un paso corto sujetándome de la cama.
Al ver que estoy bien, intento dar un paso sin sujetarme, pero fallo en el intento y voy directa al suelo. Pero alguien para mi caída, y entonces siento que estoy verdaderamente delgada. Unas manos toman mi cintura y me elevan levemente hasta dejarme casi encima de la cama. Quiero levantar la mirada, pero el dolor en mi cabeza vuelve, y empiezo a gritar mientras caigo al suelo.
— ¡No te pongas nerviosa, Kaia, es un recuerdo!
⌘ ⌘ ⌘
Me apoyo sobre la cama y me pongo de pie, sintiendo que mi cabeza da mil vueltas. Me quedo tumbada boca arriba en la cama, y por inercia tomo el móvil y marco a la única persona que puede ayudarme. No quiero seguir siendo una molestia, pero esta será la última vez que lo haga.
— ¿Kaia? ¿Ocurre algo?—pregunta, con su voz agitada.
—Lo ha vuelto a hacer...—murmuro, con una pequeña sonrisa y las lágrimas cayendo por mis mejillas.
—Mierda, ahora mismo voy para allá.
Unos minutos más tarde, no sé exactamente cuántos, está traspasando la ventana de mi habitación con el botiquín que compró para cuidar de mí. Esto se había vuelto una rutina en el último año, desde que mamá había muerto.
Papá, no te acerques.