Bésame, ángel.

viii. Kaia.

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  〈〈 Entonces lo recordé, y supe que todo tenía sentido. 〉〉  

 

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Papá ha llegado a casa más borracho que nunca, y yo me he encerrado en mi habitación agarrando mis piernas. El miedo me consume desde hace mucho tiempo, gracias a unas cámaras podía adivinar cuándo mi padre volvía a casa, de esta forma adquirí una obsesión (también llamada impaciencia) por saber dónde está él a cada instante. Para cuidarme de él.

Empiezo a escuchar sus llamados, pero me hago la sorda mientras me pongo los cascos y pongo música muy alto. Cuando los gritos empiezan a escuchar sobre la música, adivino que está en mi habitación. Una parte de mí me pide que salga por la ventana, que use la escalera que utiliza Hunter cada vez que viene a verme, pero mi cuerpo está completamente paralizado. 

—Tengo que salir de aquí...—murmuro, en el momento exacto en que papá tira la puerta de mi habitación. 

Sus ojos oscuros parecen poseídos por algo extraño. Empieza a acercarse a mí con un cuchillo en su mano, y su sonrisa se eleva dándole una mirada aterradora que acaba con mi poco autocontrol. Empiezo a gritarle que deje el cuchillo y se vaya a dormir, entre lágrimas, pero este niega con la cabeza y se agacha hasta mi altura. El cuchillo está en mi cuello.

—Lo siento, cariño. Tengo que encargarme de ti, cómo lo hice con tu madre. ¿Tanto te costaba hacer las cosas bien? Algo de amor no me venía mal, ¿sabes?—comenta, mientras acaricia mi rostro, acabando con parte racional.

— ¡Aléjate de ella!

La voz de Hunter se hace presente en la habitación, y mi padre lo mira con rabia. Pero en un segundo, ha intentado enterrar el cuchillo en mí. Consigo apartarme a tiempo, y le empujo con toda la rabia del mundo. Hago caso a los gritos de Hunter, y echo a correr escaleras abajo y salgo de la casa sin poder mirar atrás. 

Termino en mi coche, el cual arranco. Normalmente dejo las llaves cerca, por si algún día tenía que salir corriendo, cómo hoy. Intento despejar mis ojos de las lágrimas y dejar el temblor de mi cuerpo completamente aparcado. Conduzco sin saber muy bien a dónde me dirijo, piso el acelerador como nunca me había atrevido a hacerlo, sintiéndome libre por primera vez.

En cuanto la sonrisa sale de mis labios, siento un golpe muy fuerte y mi cabeza empieza a dar vueltas. Cierro los ojos, porque me siento cansada de repente, pero vuelvo a abrirlos. Veo a alguien gritándome, pero no puedo distinguirle, así que simplemente vuelvo a sonreír levemente. Las imágenes de mis padres felices, de mi padre como un monstruo, me piden que me duerma por un tiempo.

Y eso hago, me dejo morir, aunque me salvan.



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En el texto hay: chicaxchica

Editado: 14.11.2018

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