Besar al príncipe

Capítulo 5

Odile no podía creer que aquel sitio era un cementerio. De no ser por las lápidas que vio minutos después de ingresar al lugar, jamás lo hubiera imaginado.

Había faros que alumbraban los caminos empedrados. Una pequeña neblina reposaba sobre las rocas llenas de musgos y ocultaban los pies de las estatuas de mármol bien conservadas. Además, había luciérnagas por todos lados.

Era mágico.

—Veré si encuentro algo que pueda ayudarme a curarte, gatito —murmuró—. En lugares como este siempre hay hierbas medicinales. Además, mamá me decía que Barley estaba repleta de ellas. Solo tenemos que buscar un poco…

Miró con atención las hojas y los tallos de las plantas que se encontraba en su camino. Finalmente, dio con unas flores similares a una cola de serpiente, repleta de pétalos morados.

—Betónica palustre… —murmuró, fascinada—. Eso servirá.

Arrancó todas las que pudo y luego continuó caminando hasta encontrar un lugar plano donde poder curar al felino. El viento frío comenzó a helar los huesos, pero poco le importó.

Una cripta apareció entre la neblina. El gato maulló y ella lo acarició, asegurándole con el gesto que todo estaría bien.

Su padre vivía más en las morgues que en su propia casa y, para su vergüenza, también había sido un profanador de tumbas, por lo que Odile había crecido sin temerle a los fantasmas, a los monstruos o a los cementerios.

Los muertos estaban muertos. Para Odile, aquella cripta era un lugar donde mantenerse caliente mientras curaba al gato tranquilamente.

Ingresó en la cripta. Recostó al gato en el suelo y después de secarlo con la parte seca de su chaqueta, machacó los pétalos y los colocó en su ojo. El gato le arañó las manos, haciéndola sangrar, pero Odile se mantuvo firme y continuó untándole las flores machacadas…

Arthur, Tristán, Perceval y Bedi recorrieron el cementerio, mirando hacia todos lados. Bedi estaba en medio de todos ellos, tembloroso.

—Creo que sí sería un buen lugar para darle la bienvenida a los de nuevo ingreso —comentó Arthur, con una sonrisa boba.

Si su cisne negro estaba entre los de nuevo ingreso, ella sin duda quedaría maravillada con el lugar.

Obviamente estaba procurando darle la mejor bienvenida de su vida porque era hijo de la alcaldesa y tenía que dar el ejemplo.

Y ella de seguro le encantaría. Solo pensar en su sonrisa. La había imaginado tantas noches que había perdido la cuenta.

—Yo digo que mejor escojamos un sitio donde haya la menor cantidad de cuerpos enterrados posibles —comentó Bedi.

—Oigan, ¿por qué no vamos a la cripta de los Pendragón? Quizá nos encontremos el alma atormentada de la bruja de Dríades —exclamó Tristán, alzando sus brazos sobre Bedi.

—¡Oye, con eso no se juega! —se hizo la cruz apresuradamente.

Arthur se carcajeó, pero calló de forma repentina al escuchar algo, frunció el ceño.

—¿Oyeron eso?

—Si es otra broma más, me orinaré en sus zapatos —expuso Bedi.

—Hablo en serio, escuchen —alzó su mano—. Es como un… maullido.

—¿Estudiar veterinaria te da superpoderes veterinarísticos? Yo no escucho ningún maullido.

Arthur continuó caminando en busca de la fuente del sonido. Sus amigos lo siguieron, intrigados.

—Oigan, oigan, ¡oigan! ¡Si escuchan un sonido raro tienen que ir al sentido contrario de ese sonido raro! —gritó, nervioso—. ¡¿Qué no ven películas de terror?! Oh Dios mío, y yo soy el negrito del grupo, me voy a morir primero… —entró en pánico y los miró, enojado—. ¡¿Acaso no pueden pensar en mí?!

Arthur ignoró las súplicas de Bedi y continuó caminando. El maullido se fue volviendo cada vez más fuerte. El resto de los chicos palideció al ver la cripta del rey Pendragon.

Era tal y como Bedi les había dicho.

Cautelosos, se acercaron hasta la entrada. La sangre se les heló al ver una figura completamente de negro, con el cabello ocultando su rostro mientras torturaba a un inocente gato frente a una bola de cristal y con las manos ensangrentadas.

Todos quedaron helados. Arthur fue el único que dio un paso hacia adelante, haciendo que una de las hojas en el suelo crujiera.

Odile levantó la vista, asustada.

—¡AAAAAAAHHHHHH! —gritaron todos al unísono, incluida ella, quien gritó espantada al ver a ese grupo de hombres allí.

Bedi intentó correr, pero resbaló en el intento, frustrando el escape de Perceval y Tristán, quienes tropezaron al intentar huir también. Se levantaron como pudieron y salieron corriendo, sin dejar de llorar y gritar.

—¡LES DIJE, LES DIJE QUE LA BRUJA DE DRÍADES ESTABA AQUÍ! —lloró Bedi—. ¡NOS VA A COMER!

—¡JURO NO CONCEBIR AQUÍ! —gritó Tristán, con el rostro repleto de lágrimas—. ¡ABUELOS, JURO NO CONCEBIR AQUÍ! ¡ARTHUR NO TE QUEDES ALLÍ Y CORRE!

Arthur había quedado paralizado del miedo. Aquellos ojos enormes lo veían como si quisieran abalanzarse sobre él. Pudo haber corrido, pero el único pensamiento que ocupó su mente en ese momento fue salvar al gato.

Odile quedó helada y sin comprender lo que pasaba. Retrocedió al ver cómo aquel chico se acercó a ella en tres zancadas y tomó al gato, abrazándolo. La miró desde arriba, con temor e incluso desprecio.

El corazón de Odile comenzó a latir desenfrenado, primero de miedo y luego…

Al ver sus ojos color ceniza, su pecho se infló y por un momento sintió que su corazón se había paralizado.

Sin duda era él.

No pudo evitar sonreír de emoción.

Arthur retrocedió espantado al ver como la joven se incorporaba con una sonrisa retorcida y malévola.

¡¿Por qué esa lunática sonreía así?!

¡¿Lo iba a él sacrificar también!?

—Yo…

—¡Será mejor que te vayas o te acusaré con la policía! —exclamó Arthur, huyendo de ella, despavorido—.¡Bedi, llama a tu tío el exorcista!

—¡Amén!

Arthur corrió tan rápido como sus piernas le permitieron, alzando al gato sobre su cabeza.




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