Ya salí de las dos semanas infernales de parciales y eso merece doble actualización!!!
Arthur tenía una agenda demasiado atareada, así que tuvo que posponer muchas veces la invitación que le había extendido a Marlee para ir a la cafetería. Aun así, ambos intercambiaron números y hablaban por teléfono. Aunque extrañaba sus correos, comprendía la reticencia de ella al enfrentarse a él como “Cisne Negro”. Además, todos los días, le dejaba galletas de frutos rojos en la asociación de estudiantes. Solo podía ser ella. Además de su familia, nadie sabía de su adoración por los frutos rojos.
Por otro lado, las cosas con Odile seguían igual de extrañas y escalofriantes. Ella le sonreía como una posesa y él hacía todo lo posible para atender sus dudas universitarias y salir corriendo. No podía estar en la misma habitación con ella más de diez minutos. Su apariencia tétrica…
Le traía amargos recuerdos.
Y esa mirada que parecía ocultar cosas —que no quería saber bajo ninguna circunstancia—, tampoco le agradaba.
No sabía si comenzar a investigarla o simplemente olvidar su amenaza de arrancarle la lengua porque, después de todo, a pesar de parecer un ente de la oscuridad, lucía bastante frágil.
Igual a una flor de cristal, como en su libro de fantasía favorito.
“Pero envenenada y oscura”, pensó.
Sintió un escalofrío y sacudió su cabeza.
Solo tomaría cartas en el asunto si llegaba a sentirse en riesgo de muerte. No quería dedicarle demasiado tiempo a otra cosa que no fuera intentar avanzar con Marlee.
Se consideraba un admirador ferviente de la tarta de queso con frutos rojos, pero en ese momento solo pudo declararse admirador de la chica que estaba frente a él y se comía la tarta a pequeños bocados, apenada.
—¿Sabe bien? —inquirió, amable—. En esta cafetería hacen la segunda mejor tarta de queso de Barley.
—¿Cuál es la primera? —inquirió ella, curiosa.
—La que hace mi padre —respondió Arthur.
Marlee sonrió. Al hacerlo, varios chicos en la cafetería la vieron, intrigados. Si Arthur se había fijado en ella, sus oportunidades eran casi nulas, ya que el capitán del equipo de baloncesto nunca había estado interesado en una chica, al menos no públicamente. Sin embargo, no era para menos. La nueva estudiante era hermosa; con una belleza exótica y tropical que resaltaba por sobre cualquier chica en Barley.
El hijo de la alcaldesa nunca dejaba ir buenos partidos.
—Tendré que probar la tarta de tu padre para comprobarlo —comentó ella, dándole un bocado al postre.
—Cuando quieras —expuso él con naturalidad, sonriéndole dulce.
Su respuesta y la forma tan relajada en la que le respondió —como si la conociera de siglos— sacudió el corazón de Marlee.
Tenía un historial bastante manchado cuando de chicos se trataba. La mayoría de sus novios habían sido unos patanes. Incluso sus pretendientes hubieran reaccionado a la defensiva con la idea de que ella pudiera conocer a su padre. En cambio, este atractivo chico, considerado por todos la “estrella del campus”, se mostraba con tanta soltura y generosidad, que no sabía si sentir mariposas en el estómago por pensar que tenía interés en ella, o sentir calidez en el corazón al suponer que era amable por naturaleza.
Cualquiera de las dos opciones eran peligrosas para una universitaria recién egresada.
—Gracias por invitarme. No tenías por qué —dijo finalmente, sonrojada.
—No fue nada. Tómalo como una muestra de agradecimiento por haberme despertado ese día.
—Técnicamente, te despertaste solo —repuso ella, divertida—. ¿Puedo preguntar qué te ocurrió?
—Una sombra oscura, eso me ocurrió —dijo entre dientes. Marlee frunció el ceño al no comprenderlo—. No importa. No tiene caso hablar de eso. Me dará indigestión si lo hago… Mejor hablemos de cómo te está yendo. ¿Qué te ha parecido el campus hasta ahora?
—Estoy fascinada. Siempre quise estudiar en Barley. ¡Su Fauna y flora son únicos!
Arthur no pudo evitar sonreír embelesado. No solo era hermosa, su mirada y su personalidad eran muy dulces. Todos sus gestos eran gráciles, tales como los de un cisne. Irradiaba una vitalidad que lo refrescaba.
Ella le había devuelto la vida. Para él, eso era una razón suficiente para dejar que sus sentimientos por ella fluyeran.
—En esto tienes mucha razón. Barley esconde muchas especies de seres vivos que incluso no han sido registradas.
—Eso es fascinante.
—Podría darte un paseo por el bosque cuando gustes —se ofreció. Al ver las cejas alzadas de Marlee, balbuceó—. ¡Como tu mentor, por supuesto!
Marlee tapó su boca para reír y no morir de ternura. Usualmente, los chicos como él no se veían tan accesibles o dulces, pero Arthur se había salido de aquel molde desde el instante en qué lo conoció. Su mirada era muy cálida y su personalidad era como la de un osito.
Sus padres le habían advertido de fijarse en los chicos. Sobre todo cuando apenas iniciaba la universidad. Ella se prometió a sí misma no caer en las garras de ningún “perro malo”, como lo había hecho en el pasado.
Pero nunca se preparó para la lucha con un… Golden retriever.
¿Quién no quedaba encantado a primera vista con un golden retriever?
—Me gustaría mucho que me dieras un tour por el bosque —comentó ella—. Como mi mentor, por supuesto.
—Por supuesto…
Ambos se miraron, en silencio, cómplices.
Arthur era consciente que estar con ella en la cafetería despertaría muchas habladurías, pero poco le importaba. Su cisne negro era la principal razón por la que él estaba allí, disfrutando de su postre favorito.
De hecho, estaba conforme con el hecho que todos pensaran que había algo entre ambos.
Porque estaba dispuesto a lograr que así fuera.
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Odile había escogido como materia optativa el estudio de las sociedades humanas a través de sus mitologías. Era una gran aficionada de las historias fantasiosas, así que no lo dudo dos veces para matricular. A simple vista, parecía un curso bastante solicitado. La clase se impartía en un pequeño auditorio.
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Editado: 24.05.2025