Arthur se encogió de hombros y asintió con desgana. Se aproximó a ellos y se sentó al lado de su hermana menor.
—Es “basta” —explicó Wendy—. Arthur sabe cómo jugar, así que solo diré la categoría. Será… ¡Películas!
—¡“Capitán América”! —exclamó Peter, presionando la C.
—¡“Orgullo y prejuicio”! —exclamó Wendy.
—No puede ser… —masculló Arthur.
—¡No hay una ene!
—Lo sé —dijo, hastiado. Miró el tablero circular y pensó. En cuanto vio la letra “I” su mente se iluminó.
—¡“Interestelar”!
Tanto él como Odile lo dijeron al mismo tiempo, presionando el botón simultáneamente. Ambos observaron sus dedos juntos y abrieron sus ojos, estupefactos. Se apartaron como si quemaran y evadieron la mirada, nerviosos.
Odile comenzó a concentrarse en su respiración para que su rostro rojo no la delatara.
¡Habían rozado sus manos!
Su corazón estuvo a punto de salir de su pecho y abalanzarse hacia Arthur.
Tragó grueso.
—¿Te gusta esa película? —inquirió Arthur, después de recuperarse de la extraña turbación que había experimentado.
—Es una de mis películas favoritas —respondió ella, tímida.
—¿Bromeas? ¡La mía también! Admito que la vi porque —calló al darse cuenta de que había sonado muy emocionado. Carraspeó y alzó su mentón, indiferente—. Me llamó la atención un documental que el director utilizó como inspiración para el ambiente. Su nombre era…
—“The dust bowl” —repuso ella.
—¡Ese! —señaló Arthur, sonriente. Esta vez, no se molestó en ocultar su entusiasmo—. ¿Viste el documental que le siguió?
— “La ciencia de Interestelar” —dijeron ambos al unísono. Sonrieron emocionados.
Ambos se enzarzaron en una conversación de intercambios de películas de ciencia ficción, como una competencia por quien había visto más de ellas. Los dos hermanos menores los miraban, aburridos.
—Ok, ok, ok. Si has visto esta, definitivamente te ganarás mi respeto —comentó Arthur, sin dejar de sonreír. Había olvidado la pesadumbre causada por su desastrosa cita—. ¿“Viaje a la luna”?
—Sería un crimen que un apasionado de la ciencia ficción nunca haya visto “viaje a la luna” —respondió Odile—. ¡Literalmente, es la primera película de ciencia ficción!
—¡Lo sé! —exclamó Arthur—. Amo cuando el cohete pega en el ojo de la luna.
—¡Yo también! ¡Y su cara!
—Me recuerda a la vez que Wendy accidentalmente le lanzó un cepillo a Peter y su ojo quedó muy similar.
—Oigan, ya se acabó el tiempo —anunció Peter, aburrido—. Hace dos horas…
Odile agachó la mirada, apenada.
—Cielos, perdimos la noción del tiempo —comentó Arthur, avergonzado—. Lo lamento. Pudiste haberte marchado hace mucho. De seguro necesitas prepararte para los exámenes.
—Descuida. Me sirvió relajarme un poco —dijo, sonriente.
—¿Cómo te ha ido con las tutorías?
—Sobre eso…, ha sido un poco difícil. Me apena mucho tener que volver a pedir tu ayuda, pero, ¿crees que podrías contactarte personalmente con alguno?
—Por supuesto. Me contactaré personalmente con ellos.
—Gracias. Bueno, su-supongo que, ya que estás en casa, puedo irme —sonrió, tímida.
—Oh. Claro.
Antes de que pudiera despedirse, el teléfono de Odile vibró en su bolsillo. Era un mensaje de Nabil. Enderezó su espalda y miró la pantalla, ansiosa. Su reacción llamó la atención de Arthur.
Gracias por los apuntes. No pude asistir porque estoy enfermo, pero espero verte el lunes. Ten algo de paciencia, por favor. Me estoy encargando de lo ocurrido en la biblioteca, así que intenta no meterte en problemas sin mí ;)
—¿Enfermo? —murmuró para sí misma.
—¿Dijiste algo?
Odile alzó la mirada. Arthur la observó, interrogante.
—¿Puedo pedirte otro favor?
—Sí, dime.
—¿Me ayudarías a obtener patas de pollo?
Arthur pensó que ya se estaba acostumbrando a las extrañezas de Odile, pues no palideció ni se desmayó cuando le pidió que consiguiera patas de pollo. En cambio, no solo le sugirió un lugar que estaba abierto a las veinticuatro horas (pues casi era pasada la media noche), sino que él y sus hermanos la habían acompañado.
Sabía muy bien que ningún cajero la atendería si entraba a un lugar a altas horas de la noche luciendo un vestido negro.
Odile tomó la bolsa de patas de pollo del congelador y sonrió, satisfecha.
—Estas me servirán.
—Me da miedo preguntar, pero creo que todos queremos saberlo —comentó Arthur—. ¿Qué harás con las patas de pollo?
—Un caldo. Las patas de pollo fortalecen el sistema inmunológico y descongestionan la nariz fácilmente. Además, son ricas en colágeno —respondió ella, sonriente.
—¿Estás enferma?
—No. Un amigo lo está.
—Ya veo… —comentó, cauteloso. Lo pensó demasiado para preguntar de qué amigo se trataba. Cuando se decidió a hacerlo y abrió la boca, su hermano menor habló primero.
—¿Por qué no compramos dulces y palomitas para hacer una pijamada? Papá y mamá no vendrán esta noche —comentó—. ¡¿Por qué no acampamos?!
—¡Sí! —exclamó Wendy.
—No creo que Odile…
—¡Me fascina acampar, hagámoslo! —gritó, emocionada. Los tres hermanos la miraron sorprendidos, pues la pelinegra nunca se había mostrado tan entusiasmada. Ella se sonrojó—. Quiero decir…, sería divertido.
Arthur no pudo evitar sonreír. Era como presenciar una nueva faceta de ella. Sin embargo, en cuanto lo notó, presionó sus labios y carraspeó.
—Entonces está bien. Invitaré las golosinas. Solo por hoy.
—¡SIIII!
Los hermanos corrieron por el pasillo, dispuestos a devorar toda la tienda. Odile sonrió al verlos.
—También puedes pedir lo que gustes —dijo, llamando la atención de Odile—. Tómalo como una pre-recompensa por tus exámenes.
¿Acaso aquello era un sueño?
Su sonrisa y su mirada amigable estaban enloqueciendo su pulso.
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Editado: 15.07.2025