Tantos recuerdos agridulces vinieron a ella en cuestión de segundos, mientras veía el baile desarrollarse, firmemente rodeada por Alexander, los momentos en donde ella bailó y rió, donde osos gentiles pidieron su mano para bailar una pieza, con un poco de temor al rechazo, con una sonrisa enorme cuando ella los aceptaba..., cruzaron su mente en un remolino.
De joven había brillado con la música que amó desde el momento en que bajó por primera vez a uno de estos salones, cuando tenía dieciséis. Habían cien distribuidos por toda la isla, y servían como punto de encuentro, zonas de distracción y disfrute, también para reuniones privadas y celebraciones, o simplemente para pasar el rato.
Y la música... Podías respirarla, sentir como cada nota te erizaba la piel al escucharla, y justamente era eso lo que sentía en esta melodía que guardaba un significado especial tanto como el estilo de baile que ejecutaban las parejas. Porque la danza del nudo infinito se bailaba solo con aquel que sería tu otra mitad de forma definitiva, eso en eventos oficiales del clan, ahora en un ámbito informal se podía practicar y divertirse al hacerlo.
Tal y como lo estaban haciendo Yala y Aiyena.
—Quiero aprender a bailar así.
Las palabras susurradas al oído, el aire cálido contra su piel, y una sensación electrificante levantó cada minúsculo vello en la parte trasera de su cuello, como si cada uno se parara a saludarlo. De pronto los bailarines ya no eran el centro de la escena, la música no tenía sentido cuando un escalofrío bailó sobre su cuerpo, y todo volvía a derrumbarse dentro de ella, volviendo a recordarle que frente a este hombre no tenía defensa alguna, por más esfuerzos que hiciera en construir muros de alguna forma siempre los destruía.
En su mente divagó la tentadora imagen de él y ella tomados de las manos, sus cuerpos tan cerca el uno del otro que parecían uno solo, sus miradas chocando con la fuerza demoledora de la intensidad con la que sentían, cada uno perdido en el otro, mientras la música sonaba de fondo, armonía completa y dulces notas coloreando el ambiente, donde solo ellos eran el centro del universo...
Luego otro recuerdo cruzó su mente con la fuerza de un trueno, envuelto en una voz dulce y una mirada alegre repleta de asombro, un par de ojos oscuros, maravillados de emoción brillaron junto a su sonrisa, ella le había dicho lo mismo, cuando apenas era una cachorra de trece años, le había pedido que le enseñara a bailar así.
“—Quiero ser igual que tú Sialuk.”
El aliento se le quedó atascado en el pecho y su mirada se empañó, pero Alexander apretó su cuerpo, apoyó su mejilla en el borde de la cabeza de Gala y se quedó quieto, observando. Los recuerdos volvieron al baúl y el intenso calor se expandió desde su núcleo primario para tomar posesión de cada parte de su cuerpo, el dolor no fue tan fuerte, no cuando tenía a un león como apoyo sin que lo supiera.
Gala no había recordado a su hermana de otra forma diferente a la última vez que la vio, cuando su preocupación se rompió y todos los lazos que la mantenían unida al clan se hicieron trizas con un dolor insoportable, ese día Gala se convirtió en la furiosa oscuridad, hambrienta de venganza.
Pensar en eso hacía que esa parte dentro de ella se moviera con violencia, pero Alexander le sostuvo, más fuerte, más cerca, sus ojos azules distraídos en el baile, y la oscuridad se durmió.
—No creo que te agrade —respondió, casi hilando una palabra tras otra—. Es un poco complicado.
Su risa fue corta, el sonido intenso y familiar, Alexander era un hombre que reía con demasiada frecuencia, era luz deseando su oscuridad con tanta fuerza... Pero la oscuridad no se dejaba tocar, al menos eso había pensado hasta ahora.
—Siempre puedo aprender.
La profundidad rica de su voz levantó su piel.
Él tenía sus manos entrelazadas y descansando en su vientre, las de Gala caían a los costados, un hormigueo se instaló en sus dedos, la necesidad de tocarlo en cada uno de ellos. Los bailarines pasaron a la última fase, adelante Yala dio un pequeño chillido cuando Aiyena pareció pisarle un pie por accidente, la mujer rubia le frunció el ceño y la otra echó a reír tratando de tirar de ella para terminar el baile.
Quien diría que en la superficie todo se fragmentaría en el dolor por perder a Siku... Pero aquí, con música y risas, era como estar en una burbuja aislada de todo y de todos.
Y esa burbuja estaba a punto de romperse.
—¿Deberíamos decirles?
Alexander no había dejado pasar ese detalle, y a pesar de que se encontraba bastante entretenido con los movimientos de los bailarines, Gala sentía un tipo de tensión diferente en él. La misma que su osa advirtió cuando bajó después de él al suelo de la entrada del salón.
Tal vez era tensión por lo desconocido, pero el animal estaba seguro de que era algo más, y estaba vinculado con la tierra, pues solo aparecía cuando debía bajar, en la superficie era el cocinero fastidiosamente irresistible.
—Después de que termine el baile.
Las parejas dieron la última vuelta en un círculo, los últimos acordes y un sonido sostenido acompañó el suave deslizamiento hacia atrás de todos los miembros de las parejas, la separación definitiva, después de sumergirse en el otro volvían a tomar su independencia. Cuando la música se detuvo, dieron una reverencia formal y surgieron los aplausos y felicitaciones. Suka les dijo que estaba muy orgulloso por el progreso y regañó a Aiyena por haber errado el paso en una parte del baile.
Lejos de sentirse ofendida, Aiyena tiró hacia atrás la larga trenza de cabello castaño y culpó a Yala de continuar siendo lenta.
—Todo el mundo sabe que tienes dos pies izquierdos —Yala replicó, apoyando su antebrazo en el hombro de Aiyena para usarla de soporte—. Pobre de aquel que te saque a bailar algún día.
Aiyena enrojeció y luego rodeó a Yala para levantar su cuerpo en el aire y hacerlo girar, arrancando la fuerte risa de la otra mujer. Los demás se dispersaron, algunos yendo a descansar a los sillones, otros a la barra para preparar algo de beber.
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Editado: 04.11.2020