El sol salió y fue como un susurro alegre para la piel animal de Alexander, estaba solo en una de las mesas del comedor comunitario, una que tenía plena vista del exterior, Gala había atendido el llamado urgente de una osa polar que necesitaba una solución a un problema, del que honestamente, no quería enterarse.
Su cerebro estaba lejos, muy lejos, en un momento en especifico que lo tenía alterado e impotente.
Ella había llorado otra vez, cuando volvieron a encontrarse notó sus ojos ligeramente enrojecidos e hinchados, de nuevo no quiso preguntar y se mordió la lengua, repitiéndose que debía ir despacio con ella, como nunca antes, pero no podía evitar preocuparse por el motivo. Su necesidad hacia ella era un puño apretando sus entrañas. La aparición de la luz del sol fue una distracción agradable, pero no suficiente para hacerlo desviarse completamente de lo que le preocupaba. Y aunque sus sentidos estaban enfocados en eso, muy en el fondo, Alexander sabía que Gala no confiaba en él para decirle sobre las cosas que le ponían mal.
El sonido animal amenazó con salirse de control, tomando una larga respiración, Alexander se quedó observando el paisaje exterior. La llamada de la tentación fue demasiado fuerte. Habiendo terminado el almuerzo hace más de media hora, y con las últimas dos galletas de chocolate y maní sobreviviendo en una cesta pequeña sobre la mesa, Alexander atendió al susurro, la invitación a salir y probar su tercera cosa favorita de la existencia. Levantándose de la silla, se aseguró de que Gala le viera salir, cuando la mujer capturó su movimiento Alexander le hizo un gesto para que continuara en su asunto con la otra mujer.
Afuera había una brisa cargada con la humedad del ambiente, Alexander se alejó de la Guarida Mayor caminando entre los árboles hasta encontrar un espacio donde la luz del sol era abundante, se quitó el gorro de lana negro para sentir el aire en su melena y cerró los ojos, con su rostro elevado al sol para sentir su calor con cada parte posible.
Su lado racional decía que estaba en una posición que lo dejaba vulnerable en un sitio desconocido y en manos de extraños, pero otra parte de él, dominada por la vena salvaje y el núcleo primario en su interior, le susurraba dulcemente que al llevar el olor de Gala en su piel tenía un escudo que ningún oso del clan podía destrozar sin correr el riesgo de transgredir una regla muy clara: las parejas de los osos polares eran protegidas. También sabía que si alguien decidía a hacer una jugada en su contra Gala no se quedaría de brazos cruzados, no, ella lucharía por él, porque lo protegía, más que nadie. Y no era una mujer que se quedara tranquila cuando las personas que le importaban se encontraban heridos, ella ardía en una protección tan profunda que Alex estaba empezando a dudar de su verdadera naturaleza.
—Sialuk es una mujer de muchos matices —le había dicho Aidal en la cocina—. Nadie los ha conocido todos porque ella jamás se ha mostrado en toda su forma.
No había entendido lo último, pero sí estaba de acuerdo conque ella tenía muchas cosas ocultas en su interior, y confiaba en que en algún momento Gala lo viera como alguien digno de mostrarle algunos.
Una mano se cerró en la parte posterior de su cuello, su espalda se tensó, habría gruñido y sacado las garras de no saber al instante en que lo tocó que su dueña era la mujer que vivía constantemente en sus pensamientos. Abriendo los ojos despacio para evitar que la luz directa del sol encandilara su visión, giró la mirada cuando ella se acercó más a su cuerpo, Alexander le sonrió.
—No vuelvas a quedarte así —ordenó, arrastrando un gruñido, su mirada preocupada—. Es peligroso.
Desde ese ángulo, la luz del sol impactando contra su piel, derramada sobre las ondas de su cabello castaño oscuro, le hacía ver un aspecto áspero, salvaje y profundamente irresistible. Alexander debería haber puesto distancia con el agarre posesivo sobre su cuello, teniendo en cuenta que si ella sacaba las garras no dejaría un simple rasguño sobre su piel, pero estaba demasiado perdido en ella como para retroceder un paso. Gala era el peligro mismo, un peligro que lo tenía atrapado y del que no pensaba escapar. No quería.
—Tú eres el peligro, Gala. Contigo me siento seguro.
Pasando un brazo por encima de sus hombros, Alexander le atrajo más cerca. Gala deshizo el agarre de su cuello para deslizar su mano hacia su hombro izquierdo, con la otra, trazó un viaje hasta su pecho y la dejó descansar en el punto donde latía su corazón. Su mejilla apoyada con firmeza en su costado, su cadera chocando con la suya, Alexander volvió a cerrar los ojos, todavía más contento por tener el abrazo de su osa y el del sol al mismo tiempo.
Hoy era un buen día para ser un león...
—Amas la luz del sol —murmuró tiempo después—. Como todos los leones.
No sabía si solo estaba dando un argumento general sobre el comportamiento o solo admiraba un rasgo común en él. Alexander prefirió la segunda opción, regocijándose en la idea de ella admirándolo.
—Es fácil amar la luz —respondió, bajando su mejilla para acariciar su cabello—. Pero amo mucho más la oscuridad.
Escuchó un sonido de suspiro, el aire saliendo de ella y su cuerpo tensándose.
—Puedo amar tu oscuridad, si algún día decides mostrarla.
Aunque no entendía a que llamaba ella oscuridad, Alexander comprendía que había una parte muy importante a la que controlaba con fuerza, no era su osa polar, era algo más y él se moría por averiguar qué era eso de lo que ella tanto le advertía.
—Mi oscuridad no es algo a lo que se le pueda llamar bonito.
Palabras apretadas, su pequeño cuerpo tembló en sus brazos.
—Eso lo decidiré yo —dijo, besando su cabello—. Pero no es necesario que lo hagas ahora, en el momento en que tú quieras, la oferta permanecerá abierta.
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Editado: 04.11.2020