Extendiendo una mano, Gala removió la capa de vapor que cubría el espejo para poder verse, el baño estaba caliente y agradable, lleno con los olores dulces de los jabones y productos para el cabello. La mujer en el espejo no era la misma que hace una semana atrás, estaba más... Vibrante, relajada.
Pero esa sensación se fue demasiado deprisa cuando escuchó murmullos en la habitación, definitivamente no era de Alexander y era más de uno. Las voces femeninas se esforzaban por caer en susurros, pero la emoción en ella las delataba. Aplacando el temperamento de su osa que se había levantado creyendo que se trataba de una posible amenaza en la casa, Gala tomó una toalla y se secó el cabello.
No esperaba encontrarse con cinco osas polares a medio discutir en la habitación, miradas brillantes y emocionadas con la más arrolladora alegría se clavaron en ella. Yala estaba de pie y de espaldas a la cama, Iris en la punta contigua, su hermana Daku en el otro extremo, del otro lado Aiyena y Eria.
—¿Qué hacen todas aquí?
¿Donde está Alexander?
Les habría impedido subir a la habitación, lo sabía bien.
—Tranquila, estamos aquí para ayudar a arreglarte —dijo Yala, su sonrisa parecía que en cualquier momento partiría su rostro en dos.
—¿Arreglarme?
Una sacudida ligera y entonces, la mujer rubia se dio media vuelta para darle la espalda y tomar algo extendido sobre la cama. Cuando giró, Gala abrió los ojos. La tela del vestido de tirantes y escote V tenía un movimiento ligero cuando Yala lo tomó con cuidado, era suave incluso sin tener que tocarlo. El color cremoso brillante y la falda se estiraba un poco más allá de las piernas con un diseño envolvente.
—¿De dónde sacaron esto? —Preguntó.
—¿Qué importa? —Yala chilló de emoción—. Anda, pruébalo, ¡Ya, ya!
Mordiéndose el labio sabiendo que era probable que Alex estuviera detrás de esto, Gala tomó el vestido y regresó al baño, segundos después se apoyó contra la puerta y respiró, no quería reírse pero el sonido le brotó desde el interior, y una sensación cálida abrigó su cuerpo, casi tan encantadora como los abrazos de su león. Ella no había olvidado la fecha, pero nunca hizo comentarios al respecto, tampoco le agradaba la idea de una celebración.
Sin Shila, solo era otro día más como los otros.
Pero ahora...
Volvió a mirar el vestido, extendió los dedos por la suavidad de la tela, supo que Alexander habría sido aconsejado por una de las chicas, pero la tela era su elección. La comodidad y extravagancia eran partes habituales para un felino, pero esto conservaba un diseño sutil para no hacerlo parecer demasiado ostentoso.
A Gala nunca le gustó ser el centro de atención.
Alexander prestó atención a cada uno de sus detalles.
Y cuando se lo puso, sus ojos ardieron un poco. Se ajustaba a su cuerpo como si el mismo Alexander lo hubiera pedido a la medida, la tela se deslizaba sobre sus curvas de manera correcta y el color le daba a su piel un tono dorado.
Sintió su garganta un poco seca, el pecho embriagado por la idea que se le apareció en su mente. Por supuesto, Alex tenía algo planeado, pero ella no podía adivinarlo con seguridad.
Conteniendo los latidos de su corazón, Gala se atrevió a salir.
—Oh..., ¡te ves como una muñeca!
—Yala, si sigues gritando así dejarás mis oídos sensibles —Aiyena se quejó.
Pero luego la mujer se bajó de la cama y se acercó a Gala, la tranquilidad de sus ojos marrones era un polo opuesto comparado cono el nudo de emociones dentro de Gala.
—Feliz cumpleaños Sialuk.
Y entonces la abrazó, Yala se unió después, y pronto Gala se vio envuelta por cinco osas polares que sin importar lo que hubiera sucedido en el pasado, todavía cuidaban de ella, se preocupaban, y se habían confabulado con el león que sostenía su corazón. Los recuerdos llegaron por sí solos, eran cinco cachorras de diferentes edades cuando llegó al clan pero todas menores que ella, no tardaron en encariñarse y seguirla a todas partes, y Gala estaba encantada de poder cuidar de ellas.
Porque incluso si no lo sabía en ese tiempo, estaba destinada a cuidar de los demás.
—Me harán llorar.
Las risas rompieron el momento.
—Eso no le gustará a tu gato —mencionó Daku. Pero ella también tenía los ojos humedecidos, el suave tono miel traslúcido.
—¿Dónde está?
—Preparándose en un lugar seguro —respondió Iris mientras les hacía un gesto con esa mirada oscura a las demás para que le dieran espacio.
—¿Preparándose para qué?
Algo se traía entre manos.
—No estamos autorizadas a dar esa información —contestó Yala—. Ahora hay que prepararte, no podemos perder más tiempo.
—Yo arreglaré su cabello —dijo Aiyena.
—Y yo su maquillaje —continuó Yala.
—¿Daku tienes los zapatos? —Iris le preguntó a su hermana.
—Oh, sí, están abajo en el envoltorio, los traeré enseguida.
La mujer se fue por las escaleras y a los pocos minutos regresó agitada con una caja negra, tras acomodarse los mechones castaños que cayeron sobre su frente, Daku dejó la caja en la cama y sacó los zapatos. Eran bajos y casi del mismo color del vestido.
—Son de baile —Gala murmuró.
—Para sacarle brillo a la pista —dijo Daku con una voz melodiosa.
Su madre había acertado con el significado de su nombre, pues ella tenía un don para cantar aunque raras veces lo usaba.
Media hora después, la visión de Gala en el espejo era muy diferente. Aiyena había utilizado una máquina rizadora para resaltar las ondas de su cabello mientras que Yala había sombreado sutilmente sus párpados, el brillo labial rosado suavizó sus labios agrietados y el rubor ligero en sus pómulos acentuaba sus facciones.
—¿Y ahora? —Les preguntó al salir del baño.
—Ahora entro en acción —respondió Eria.
Después de recibir otro afectuoso saludo envolvente, Gala siguió a Eria hasta el primer piso. Las demás le aseguraron que se quedarían en la casa para una pijamada con pizza. Abrigada con una chaqueta blanca, salió al frío exterior, Eria la condujo hasta el todo terreno estacionado a unos metros de la casa.
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Editado: 04.11.2020