El niño vio con tristeza la única salida del sótano oscuro y húmedo en el que se encontraba. Subiendo las escaleras de madera vieja, había una pequeña plataforma cuadrada, arriba una manija que debía empujarse para poder entrar o salir del sótano.
Pero él no había logrado moverla ni un poco. La habían bloqueado con algo pesado, lo suficiente para que su pequeño y delgado cuerpo no fuese capaz de moverlo. Estaban encerrados, y no sabía por qué.
Eso hacía que su angustia fuera más amarga, él no sabía cuál había sido su error, qué había hecho mal. Siempre se esforzó por ser un buen cachorro, sin importar que no estaba contento con las acciones de sus padres, él siempre los seguía a todos lados, obedeciendo. Un buen cachorro.
Por eso le desconcertaba que hubieran irrumpido en su habitación a medianoche, mirándolo con ojos tristes y desesperados, diciendo «tienes que esconderte con ella» su madre lo había abrazado, lo había besado todo el camino mientras lo sostenía en brazos, «estarán seguros abajo» había dicho su padre con una de sus miradas intensas, de esas destinadas a influir confianza, pero él sabía sobre el miedo detrás de eso. «Volveremos por ustedes» había asegurado su madre, antes de hacerle prometer que se quedaría ahí, y cuidaría de su hermana el tiempo necesario hasta que regresaran.
A pesar del miedo que hizo correr su pequeño corazón, él obedeció, sabiendo de que debía estar pasando algo muy grave para que sus padres los escondieran en el sótano. En su inocencia creyó que ambos eran fuertes y resolverían la situación, luego los llevarían a un verdadero lugar seguro.
Porque eso hacían los padres, protegían y amaban a sus cachorros.
Pero tres días después de que hubiesen bloqueado la única salida del sótano, las esperanzas del niño comenzaron a menguar tanto como su peso. El hambre pinchaba incansablemente debajo de sus costillas.
—Marshall, ¿cuándo volverán mami y papi? —Preguntó su hermana.
Ella estaba junto al grifo en la esquina contraria a la pared donde él estaba sentado. La sed nunca había sido un problema para ellos en esta jaula de concreto, el suministro estaba bien. Era la falta de comida lo que realmente le preocupaba, no por sí mismo, sino por ella.
Temía verla convertida en piel y huesos, eso dolía mucho más que la punzada de hambre en el costado. Él debía buscar una fuente de alimento, pero ni siquiera habían ratas en el sótano y las ventanillas cerca del techo eran demasiado estrechas como para deslizarse al exterior. Él podía dar un salto en su forma animal pero no podía salir por ahí.
Si bajaba de peso, tal vez podría en forma humana, si tan solo alcanzaba de un salto.
Lo que no veía como algo probable.
No habían cajas ni cosas para poner como escalera, a excepción del grifo, el sótano era un lugar vacío y limpio. Una trampa sin salida. Solo podían salir de ahí si regresaban sus padres o alguien más entraba a la casa.
Pero estaban lejos de los vecinos humanos, y aunque gritaran, no los escucharían, pero valía la pena intentar...
Contuvo un gruñido cuando volvió la mirada a su hermana, ella estaba caminando hacia él, las suelas de sus zapatos rojos chocando agradablemente contra el suelo de concreto. Si comenzaba a gritar pidiendo ayuda, la asustaría. Y eso no podía suceder, no quería que ella tuviera miedo.
—Pronto —dijo, dándole una sonrisa para calmarla—. Tenemos que esperar.
Su hermana se acurrucó junto a él, él escuchó el latido irregular de su corazón, mientras acariciaba su cabello rubio. Ella tenía una afección cardíaca igual que él, si el hambre no se los llevaba primero, lo haría las fallas en sus órganos. Pero de los dos, era ella la que estaba más débil, necesitaba nutrientes.
Pero no había nada de eso en esta jaula de concreto.
Los días pasaron y las noches oscuras también, frío, hambre y desesperanza. El dolor de un cachorro no se dejó ver a pesar de la debilidad de su cuerpo, hasta último momento continuó siendo el soporte de su pequeña hermana hasta que, cuando encontró la forma de escapar, una mañana, ella lo abandonó. En paz, sin dolor, solo cerró los ojos y no los volvió a abrir.
Entonces el niño gritó de rabia y amargura, la impotencia subió por su cuerpo, no había sido capaz de protegerla, cuidarla.
Por primera vez en su vida, maldijo a sus padres, los culpó de esto y a sí mismo, por haberlos abandonado en este sótano, por haber roto su promesa.
Lo que el niño no sabía, era que la pareja no habría podido regresar por sus cachorros, no podían. Porque la coalición había sido vendida como un coto de caza para los Cazadores humanos, los leones habían hecho todo por defender su territorio. Y la pareja había visto que eran demasiados, iban por ellos, su pelaje valía mucho.
Debían distraerlos, llevar a los cazadores lejos de sus pequeños, incluso si eso significaba dejarlos sin provisiones en el sótano de la cabaña.
Lucharon, y perdieron, y hasta en el último aliento de sus vidas pensaron en ellos, rezaron, pidiendo a alguna entidad divina en los cielos que los rescatara.
Nunca supieron si sus ruegos fueron escuchados, o si habían condenado a sus propios hijos a una lenta y dolorosa muerte.
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Editado: 04.11.2020