Myrcella acomodó la última de sus maletas en aquella camioneta demasiado pequeña para su numerosa familia. Solía preguntarse cómo todos lograban caber en ese espacio reducido.
Tiró la tapa del baúl con una fuerza de la que no se creía capaz. La mirada fulminante de su madre le hizo sonrojarse un poco.
—Todavía no entiendo tu desacuerdo en ir —reprochó su madre mientras le colocaba el sombrero a su hermano. Myrcella se cruzó de brazos, molesta—. Vamos Cella, será un viaje divertido para todos.
— ¿Crees que en ese todo yo estoy incluida? —Espetó con amargura— Odio ponerme trajes de baño, lo sabes; detesto el calor de la playa, mamá. ¿Por qué no puedo quedarme?
Su madre besó la frente de su hijo pequeño cuando terminó de acomodar su sombrero de Barney. Myrcella torció el gesto al verlo tan animado; no quería arruinar el viaje de los demás sin embargo no se hacía la idea de pasar sus vacaciones de verano en ese lugar.
— ¡Vamos, gordi! Será divertido —Leo, su hermano, le animó con una sonrisa. Myrcella en aquel momento se sintió atrapada entre la espada y la pared.
—Es verdad, Cella. Piensa en todos los amigos que te esperan allá —Su padre cambiaba de manera constante la radio. Su madre le dio un pequeño golpe en las manos.
Se dio cuenta de que, a pesar de sus exigencias, ninguno le tomaría la debida atención. Sí, es cierto, ella desagradaba todo lo relacionado con el verano pero ella no arruinaría la diversión de su familia.
Subió al auto cuando su madre encendió el motor. Barry, su pequeño hermano, jugaba con las piezas de lego sueltas.
— ¡Vamos, verano!
Solo serán tres meses, se dijo, tres largos y emocionantes meses.