Capítulo Uno.
Un cliente habitual.
Ató sus agujetas y se reincorporó. El horario en el instituto había terminado y ahora subía al auto de su padre, quién había ido a recogerla.
—¿Qué tal estuvo tu mañana?—. Preguntó con una sonrisa.
—Normal—. Respondió mientras se colocaba el cinturón de seguridad. Al notar que su padre no se conformó con su respuesta siguió—. Tuve un examen y lo aprobé.
—Estoy muy orgulloso de ti, por cierto, ¿no haz hecho algún amigo aún?
—No papá, tampoco me interesa.
—Camille, ya ha pasado un año desde que nos mudamos aquí, debes tener alguna amiga para hablar de chicos y series o libros, como todas las chicas de tu edad.
—¿Qué sabes tu de las cosas que hacen los adolescentes?—. Preguntó divertida—. Estoy bien así, en serio, suelo hablar con Charlotte y June.
—¡Sé demasiado!—. Exclamó entre risas—. Siempre van grupos a comer a local, además recuerda...tu mamá y yo también fuimos adolescentes.
—Pero papá, ¡tu eras el mariscal de campo y mamá estaba en una banda de rock! en cambio yo...hay veces en las que los profesores no recuerdan mi nombre.
—Camille...
—Además estoy bien así, no necesito tener amigos aquí.
El resto del viaje a casa se la pasaron hablando acerca de como Camille quería decorar su habitación. Quería que la pared sea un color marfil y decorar las paredes con fotos de sus amigos. En serio los extrañaba, especialmente a sus dos mejores amigas y a Derek, el chico del cuál gustaba cuando vivía allí.
Una vez en el local ambos bajaron del vehículo y pasaron por la puerta de madera haciendo que la campanilla suene. En el local sus padres vendían todo tipo de comida, era algo parecido a un mini restaurante, sólo que más barato y sencillo: desayunos, almuerzos, cenas y más. Todo estaba decorado con tonos marrones y similares, había plantas por doquier, cuadros, aromatizantes y en la noche se prendían las velas.
—Hola mamá—. Dijo mientras dejaba su mochila en un banco.
—Hola cielo—. Besó su frente y luego los labios de su padre en un corto beso—. Camille necesito un favor muy grande.
—Claro, dime.
—Tu padre y yo debemos comprar unas cosas y necesito que atiendas el lugar, no estarás sola, Harry y Sharon están aquí y dentro de unos minutos llega Evie, ellos tienen otras tareas que hacer.
—¡Pero mamá!—. Se quejó la rubia—. Yo no sé nada de esto, jamás atendí el lugar.
—Nada de peros, tu eres una chica capaz Camille, sólo debes estar atenta.
—Bien, pero te saldrá caro.
—Camille, obedece a tu madre o te olvidas de tu habitación—. Agregó su padre. La joven le lanzó cuchillos con la mirada y luego asintió viendo como se alejaban.
Por primera vez en un año atendería el lugar. No tenía idea de nada, encendió el computador y lo único que veía eran números y más números. Soltó un suspiro y se dejó caer en la silla mecedora. Hoy sería un medio día aburrido.
(...)
Para su suerte, en los quince minutos que llevaba no había llegado ningún cliente. Ahora se encontraba hablando con Charlotte por teléfono celular.
—Podrías venir para Halloween, haré una fiesta de disfraces y me gustaría verte—. Comentó su amiga desde el otro lado de la línea.
—Sería genial, sólo debo convencer a mis padres.
—No debe ser tan difícil, tus padres son muy permisivos.
—Lo sé, pero últimamente están actuando extraño, mamá tiene cambios de humores repentinos y puedo oír a papá hablar con ella a altas horas de la madrugada.
—¿Tu qué crees qué sea?—. No la veía pero sabía que estaba con el ceño fruncido.
—Pensé en un embarazo—. Susurró—. Pero si fuera eso ya deberían de habérmelo dicho.
—Es lo más seguro.
El sonido de la campanilla hizo que la muchacha se giré hacia la puerta.
—Un cliente llegó, en cuanto me desocupe te llamo—. Su amiga entendió y finalizó la llamada.
Se puso de pie y observó: era un chico, traía una chaqueta de cuero marrón y debajo de esta una remera blanca con escote en V y en este colgaban unos lentes oscuros, en la parte inferior un jean oscuro y zapatos marrones. Todo estaba en orden cuando notó que un perro lo acompañaba y eso no estaba permitido, rápidamente se acercó a él pero este la ignoró.
—Hey—. Lo llamó apoyando la mano en su hombro para que este volteara y lo hizo—. No se permiten perros en este local.
Él se vio sorprendido y con la mirada perdida, por lo cual Camille se sintió culpable.
—Yo desearía que se permitiera pero hay personas que son alérgicas o algunas desgraciadas a las cuales les molesta su presencia—. Explicó tan rápido que en cuanto terminó tomó una gran bocanada de aire—. en verdad lo siento pero...—. Iba a seguir cuando vio que el chico reía.
Notó que era muy atractivo, unos hoyuelos se formaban cuando reía. Tenía pecas y unos cuantos lunares que parecían una constelación que había visto en Internet, lástima que no sé el nombre de esta, pensó. Sus labios eran carnosos y tenía un perfume realmente rico.
—Este perro es más que un perro—. Dijo esta vez poniéndose serio.
—¿A qué te refieres?
—Es mi perro guía, estoy ciego—. Alzó sus cejas.
Camille sintió como su rostro se enrojeció por completo. Comenzó a balbucear palabras que ni siquiera terminaba de pronunciar, hasta que Sharon interrumpió haciendo que se callara.
—Camille, él es Leo, Leo ella es Camille—. Los presentó. Él extendió su mano y ella la tomó—. Hola Nirvana—. Acarició al perro.
Una sonrisa se formó en el rostro de la rubia, ella amaba a Nirvana y al parecer él también.
—Leo es un cliente habitual, tus padres le permiten entrar con esta belleza—. Habló para luego mirar a la labradora.
—Es mi primera vez atendiendo aquí, yo no tenía idea—. Se excusó—. Pero fue un gusto conocerte, mejor dicho conocerlos.