Bestia y Mujer

[1] LA INTRUSA

Tres sillas estaban ocupadas frente al gran escritorio de madera, Fernando observaba con detenimiento a sus tres hijas que no hacían más que mirarlo con enojo, las entendía, para ellas era difícil darse cuenta que el tiempo no se detiene, por mucho que ellas quisieran, el también sufría en silencio cada vez que recordaba a Julia, su esposa. Así como a ellas también le dolía su ausencia, sin embargo,habian pasado dos años, dos largos y dolorosos años desde que por culpa de una enfermedad en su corazón Julia murió dejándolos solos a los cuatro, solos sin ella.

- Hijas, traten de entenderme, soy un hombre que tiene sentimientos. - Dijo con un gesto suplicante. 
-¿Y necesidades no papá?.- Preguntó Fergie , su hija más pequeña. El hombre escudriño con temor su rostro pensando encontrar un rastro de sarcasmo. Pero no, entonces suspiró.

Su hija le estaba haciendo una pregunta inocente.

- Así es mi florecita, soy un hombre con necesidades, pero no es sólo por eso que he traído a Lucrecia.- Sus hijas más grandes lo miraron con desagrado al sólo escuchar su nombre. Mientras Fergie escuchaba realmente sin entender nada. - Ya les he hablado sobre cómo la conocí y lo que siento por ella.

- Ninguna de nosotras va a armar un berrinche si es lo que te preocupa papá. - Dijo Fernanda, la mayor de las tres. Con veintiun años de edad era una de las chicas más bonitas del pueblo, su cabellera rubia y larga, con esos ojazos casi turquesas, sin duda alguna, había nacido con el don de la belleza.- Simplemente no nos pidas que de la noche a la mañana queramos a esa mujer como si...- Su mirada se oscureció. Y sin más se levantó.- Como si fuera nuestra madre.

- No les estoy pidiendo eso solecito.- Dijo su padre imitando su acción. Sin más rodeo el escritorio y se acercó a la mayor .- Sólo les pido que le den la oportunidad de conocerlas y también se permitan a ustedes conocerla. Lucrecia es una gran mujer se que pueden llegar a llevarse bien.

Fernanda lo miro seriamente sin decir nada, le disgustaba tanto que la llamara "Solecito" pero era su padre, y no lo haría sentir mal. Sin más estiro su mano en dirección a su hermana menor.

-Es hora de la merienda enana.- Fergie sonrió y tomó su mano rápidamente. Antes de salir Fernanda miro a su padre que no había dejado de mirarla y después dirigió sus ojos a Julia, de las tres era la más sensible, a pesar de tener casi su misma edad, era la que peor había manejado la muerte de su madre, desde que ocurrió se encerró en si misma, convirtiéndose en una chica deprimida y solitaria.

-Julia.- La pelinegra la miro con el ceño fruncido.- ¿Vienes con nosotras?.

Negó levemente.

- Quiero hablar a solas con papá.- Dijo mirándolo fijamente. Fernanda sólo asintió y cerro la puerta al salir, sabía que no sería sencillo para ninguno, tanto para su padre como para su hermana.

En el momento en el que se quedaron solos, Fernando suspiró casi con desesperacion, la única razón por la que se llevaba medio bien con Julia era por la ayuda que les brindaba su psicólogo. Una vez por semana tenían que viajar hasta su consultorio o en ocasiones si tenía tiempo suficiente el doctor viajaba directamente a la hacienda.

- No quiero que duerman en la misma habitación que compartían tu y mamá.- Dijo de repente sorprendiendo a su padre .- Aunque no lo creas entiendo perfectamente como debes sentirte, se que también te hace falta tanto como a nosotras, pero la única diferencia es que tu si puedes reemplazarla.

Fernando se sentó en la silla que estaba a su lado y tiernamente tomó su mano.

- Haría cualquier cosa porque estés bien Julia.- Dijo sabiendo que con ella no podía usar sus apodos cursis.- Y tengo que contarte un secreto.

Julia lo miro con los ojos entrecerrados. Sabía lo que su papá intentaba hacer, sin embargo, no se rehúsaba, le gustaba cuando compartían tiempo juntos.

- Nunca nadie podrá ocupar el lugar de tu madre en mi corazón. - Dijo con sinceridad, nunca podría amar a nadie así de nuevo, Julia sintió como sus ojos se humedecian.- Ella era la mujer más hermosa para mi y lo seguirá siendo hasta el último día de mi vida.

- Pero no entiendo que le has visto a lucrecia papá.- Dijo en modo de queja.- Es decir, debo aceptar que es muy bonita, y si, como las mujeres de la televisión pero es una amargada y egocéntrica. Yo no creo que quiera a nadie más que ella misma.

Fernando abrió su boca sorprendido, no entendía de dónde su hija sacaba eso, Lucrecia no era para nada amargada y mucho menos egocéntrica.

- Estas apresurandote a emitir un juicio sobre ella cuando apenas tiene un mes aquí cariño.- Dijo besando el dorso de su mano.- Sólo te pido que me des tiempo, para que nos conozcamos, y para que ustedes lo hagan. Si al final pasa algo y me soy cuenta de que ella no puede convivir aquí con nosotros, entonces todo terminara.

Treinta días. Cuatro semanas, eso había sido suficiente para que sus hijas se dieran cuenta de la clase de mujer que era la novia de su papá. Lucrecia no si quiera se esforzó en ganarse sus corazones. En cuanto Fernando las dejaba solas, ella simplemente sacaba sus garras. Porque tenía tanta seguridad en sí misma como en el hecho de que el viudo le creería cualquier cosa y con los ojos cerrados.




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