Bestias de la Edad Oscura: Pandemónium

Valysar III

Un ejército avanzaba al ritmo de su comandante. Y por más que hubiesen marchado desde el alba hasta entrada ya la oscuridad, y sin apenas armadura en sus monturas para ir más aprisa, ser Logan Guiscard se había demorado más de la cuenta aquel día en reanudar la partida. Por lo que había podido escuchar, la impaciencia comenzaba a aflorar en algunos, mientras que en otros ya hacía estragos en su conducta. De camino al lugar de reposo de su caballero había presenciado dos riñas entre las filas de soldados de a pie, entre aquellos seguidores menos curtidos en el respeto y la norma.

Daba tristeza ver como las pisadas de los hombres y los juegos de cascos de los caballos mancillaban la vida de un suelo que había sido de un esmeralda brillante el día anterior. El asentamiento abarcaba el lago de hierbas hasta sus confines con las montañas, con un innúmero de comensales sin techo ni mesa, bien dispuestos ante un puñado de tiendas reservadas para los más poderosos.

El espadachín de rostro afligido que bendecía sin falta su arma de justicia todos los días a la misma hora dibujaba una cruz en el aire siguiendo la forma de su mandoble. Gracias a él, Valysar supo que era mediodía sin necesidad de recurrir al cielo.

— Qué Dios os bendiga y os proteja, joven escudero. — le había dicho en cada ocasión que se lo cruzaba.

Valysar lo reverenciaba con un gesto de cabeza y repetía sus palabras todo el tiempo. Y aquella vez no fue la excepción.

« Desperdiciamos horas de luz. ¿A que estará esperando el Ser? »

Llevó por las riendas al corcel de su caballero por treinta pasos más allá. Después fueron cuarenta, cincuenta, y así hasta que, una voz desagradable y conocida le hizo girar la cabeza.

— ¡Dios santísimo, apiádate de mí, y hazme caer en esa tentación! — Se persignó, boquiabierto. — Madre de Dios. — Imran el Dispar se pavoneaba, con el pecho inflado y las manos metidas en el cinto de la espada. Se detuvo muy cerca de una mujer alta y de largo vestido, y se cubrió la boca con una mano. — Mujer, no puedo dejar de verte. Tan exquisita te ves y qué hambre la mía por comerte toda.

— ¿Y tú de qué escondrijo saliste? — La muchacha se hubo girado con un rostro deformado por la rabia. Cuando Imran carcajeó y estiró una mano para engancharla en torno a la cintura, ella se la apartó de un manotazo. — ¡Fuera de aquí, imbécil!

Aquellos hombres que habían sido llamados por el escándalo no hacían más que presenciar el maltrato con una sonrisa en sus rostros.

Valysar observó con aversión tan detestable acto y desfachatez. Habría seguido de largo con el mismo desdén, de no haber sido porque Imran se dispuso a acercase todavía más. Aborrecible a más no poder era aquel sujeto. Mientras ella intentaba crear espacio entre ambos, el soldado recortaba distancia con mayor rapidez. La estudiaba de pies a cabeza, babeando, como si se tratase de un filete jugoso, y se oprimía el bulto de la entrepierna.

El escudero le cortó el paso al animal, apartándolo con una mano. Colocó la otra sobre la empuñadura de la espada. Recordó de inmediato que solo portaba el peto de hierro, pero era más de lo que Imran llevaba encima.

— Creo que mi lady fue lo bastante clara — Y desenfundó un cuarto de la hoja acerada como advertencia. —. Fuera de aquí.

El Dispar no movió un dedo ni se inmutó. En cambio, se le quedó viendo con ambos ojos de distinto color entrecerrados.

— Esta damisela no está en apuros, Falso Caballero — Le mostró los dientes con una sonrisa. Por absurdo que pareciera, tenía los dientes blancos y perfectos, a diferencia del rostro desgraciado. —. Le quiero dar amor, no angustias.

— Con tu presencia ya tengo suficientes angustias. — le dijo la mujer, ceñuda.

— Ya la escuchaste, Imran.

Aun así, él se mantuvo firme en su lugar con su sonrisa descarada. Era por lo menos cinco dedos más bajo que Valysar.

— Mi lady, dices — rio y volteó a ver a su alrededor. — Míranos, niño. Aquí no todos somos señores, caballeros y damas que danzan entre terciopelo y normas de conducta. Si me la cepillo, no pasará nada. A su edad, debió haber recibo ya el bautismo de unos veinte, con eso que nos sale a los hombres por donde ya sabes.

— Dile a tus amigos que no se metan en esto. — Con un brazo, hizo para atrás a la mujer y cogió distancia por si algún golpe a mano limpia amenazaba. « Deberíamos todos tener la mente fija en el verdadero objetivo. »

— Imran no tiene amigos, solo compañeros de copa y enemigos, dizque caballero — Un segundo después, levantó las palmas hacia arriba y se encogió de hombros. —. Ah, y también esposas de una noche. — Hizo una seña a los presentes para que se dispersaran.

— Detesto a la gentuza como tú — dijo, todavía con la mano en la empuñadura. —. La próxima vez no dudaré en desenfundar la espada.

Y por fin Imran comenzó a caminar hacia atrás, pero antes se mostró extrañamente satisfecho con aquellos ademanes tan exagerados que le disfrazaban el rostro y lo hacían parecer un bufón. También, se reía de igual forma que un bufón baboso.

— «La próxima vez no dudaré en desenfundar», vaya, vaya. A ver, ojitos azules, dicen que en guerra todo hueco es trinchera, pero no me van esas cosas. Por más que hayan pasado tantos días — Y desbarató la sonrisa en un gesto de preocupación, llevándose la mano de nuevo a la entrepierna. —. Joder, en serio han pasado muchos días.




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