Bethel

Capítulo 5~ Esta mierda me llega al cuello

Hay gente que responde al dolor y a la tristeza de una forma: con ira o agresividad. Y por otro lado están los que se deprimen, los que lloran y los que simplemente no hacen nada, yo hago parte del segundo grupo, dejo que toda la mierda me consuma y me llegue hasta el cuello para al final, ahogarme en ella.

Ya amaneció.

No he dormido nada desde esa noche.

Sé que un ser humano no es capaz de seguir despierto después de superar las 264 horas, o sea 11 días sin dormir, pero a este punto creo que dejaré de ser humana; no quiero comer, no quiero salir de mi cama y las veces que he escuchado a Kristen desde el otro lado de la puerta preguntarme que si necesito algo o estoy bien, no le respondo, mi energía ha llegado a un punto tan bajo en el que no soy capaz ni de abrir la boca.

Para ser honesta ahora ni siquiera me importa la carrera, como se lo dije a mi madre: “Si te llegara a pasar algo no sé ni cómo seguiría viviendo. Eres la razón por la que quiero estudiar para vivir en otra zona y vivir de una mejor manera.” Y, ya no está esa razón.

72 horas sin levantarme de la cama y ya hice un hueco en ella. Es como si fuera una marmota y mi madriguera fuera ésta. No estoy en mi casa, no tengo más dinero y mucho menos una compañía para contarle cómo me siento.

Escucho que tocan la puerta. No respondo, simplemente no quiero. No me interesa escuchar nada, a menos que sea una noticia que… Sé que nunca va a llegar: “tú madre sobrevivió”.

―Atenea… ―me llama Kristen. ―Atenea… ―suspira mientras golpea con suavidad la puerta. ―Atenea, si no sales por tu cuenta, yo haré que salgas. ―amenaza.

Sigo sin responder, dentro de mi cama con las cobijas hasta el cuello y con una camiseta que literalmente me llega hasta los tobillos, la cual es aproximadamente seis tallas más que yo y unas medias tobilleras.

Kristen por fin se calla, sé que para ella puede ser raro y es normal que se preocupe, porque aún no he sido capaz de pronunciar palabra sobre lo que me sucede o siquiera tomar la luz del sol desde la mañana siguiente al accidente; pero, no es necesario contarle a una chica que conozco hace una semana. “Parece que se fue” digo para mis adentros, mirando el techo, pestañeando solo una vez cada dos minutos.

Es tan paradójico como tu vida se puede partir en pedazos y se te cae de las manos por entre los dedos como si fuera arena en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo es que todo lo que viviste, se puede ir a la basura de un día para otro?

Si tan solo hubiese una forma de volver a tener a mi madre, juro que la haría sin importar que, sin que me importe el precio.

―¡Atenea! ¿Estás bien? ―abre la puerta de golpe Kristen, mientras sus dos hermanos están expectantes en la puerta de brazos cruzados.

Sigo mirando al techo sin pestañear y siento el cuerpo de Kristen desplomarse sobre mí en un intento de abrazo. No me muevo, podría decir que tampoco respiro, pero eso es prácticamente imposible. Sé que parezco muerta; las ojeras, el pelo enmarañado, mis ojos abiertos sin expresar emoción, mi boca cerrada y el frío que emana mi cuerpo, son factores que, si fuera otra persona, me harían pensar que estoy muerta.

―¿Por qué no salías? Estaba preocupada. ―sigue hablando Kristen.

Me levanto sumamente despacio, apoyándome en las palmas de mis manos. ―No te debería importar lo que me pasa. No somos nada. ―respondo con seriedad.

―Claro que sí, somos amigas.

―Nunca te dije que eras mi amiga.

Noto cómo en sus ojos hay destellos de tristeza y sé que quiere llorar, pero realmente no me importa, nunca le pedí que viniera a buscarme y mucho menos le mencioné algún tipo de amistad entre nosotras. Vuelvo a mi posición inicial, en el hueco del colchón de mi cama.

—No me interesa lo que digas, sé que estás mal, se nota y te voy a ayudar. Porque aunque digas que no soy tu amiga, tú sí eres la mía. ―me habla aún con tristeza en sus ojos. ―Ayúdenme a sacarla. ―ordena a sus hermanos.

Yo aún sigo tiesa como una tabla, mirando hacia el techo. Noto como Galeb mira a Mikhael y le hace un gesto con la cabeza en mi dirección. ―Ve tú. ―le ordena.

Pero el chico no se mueve. ―No puedo entrar sin una invitación, no sin que ella quiera. ―explica.

―Vamos idiota, ¿aún sigues creyendo en esas leyes eternas de hace siglos? ―inquiere Galeb.

―Por algo son leyes eternas.

―¡Son de hace dos siglos!

―¡Pero son leyes eternas!

―Está bien, lo hago yo. ―Galeb lo mira de arriba abajo e intenta poner un pie adentro de mi habitación, pero cuando pone su pie sobre mi alfombra sale un alarido de dolor de su garganta.

―¿Lo ves? Solo Gustaf puede hacerlo.

―Los que son como él pueden hacerlo. ―Galeb corrige a su hermano.  ―¿No que tú eras como él? ―pregunta Galeb extrañado.

―Eso creo, pero prefiero no arriesgarme.

―Si no podían ayudarme ¡no los habría traído! ―grita Kristen para ambos muchachos.

―Ya viste lo que nos pasa. ―responde Galeb señalando el piso.




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