Capítulo II. Espacio en blanco
Había pasado cerca de un mes de la última vez que lo había visto, ¡Un mes! yo sé que muchos dirán que no es tanto tiempo pero para mí eso es una eternidad, en especial cuando vives ajetreada de mil cosas que hacer, cientos de cosas que recordar que nunca recuerdas y las docenas de chicos super lindos que veía cada día. Contar las veces que me quedaba embelesada en el rostro de algún chico nuevo era algo imposible, claro que ninguno me había atrapado tanto como los ojos de aquél chico, cada noche me daba de topes con la almohada por no haberle preguntado su nombre, llevo semanas tratando de ligarle un nombre a su rostro, a sus ojos y su hermosa sonrisa, ninguno que se me ocurre le queda. Luego de llevar tanto tiempo trabajando como burro en la cafetería, estuve a punto de renunciar, pero renunciar a ese trabajo también era renunciar a todos mis esfuerzos por conseguir una beca. Ese jueves luego de salir del café y caminar para ir por el primer cachorro de nombre Rico, un pequeño Schnauzer de apenas 1 año, me encontré con él, lo vi de lejos, estaba al otro lado de la acera y entraba a un restaurante de sushi, me hubiera encantado cruzarme y saludarlo pero el recuerdo de la vergüenza que Samie me hizo pasar una vez lo evitó por completo y saco la loca idea de mi cabeza, así que seguí caminando al edificio de Rico. Recogí a Rico y caminé unas calles para llegar a casa de Princesa y Bonita, un par de lindas beagles, luego caminé para ir por Chuby, un gordo pug de cinco años.
Durante el paseo fui pensando en los nombres de los canes y traté de averiguar en mis pensamientos por qué los llamaban así, ¿Quien le pone esos nombres a un perro? ¿Samie? ¿Rico? ¿Princesa, Bonita? ¿Chuby? Ni siquiera sé que significa Chuby, llegando a casa lo voy a investigar porque pagar el internet en mi celular sale bastante caro. Luego de una hora en el parque jugando con ellos y limpiando popós mal olientes en bolsas de color azul, volví y fui dejando a cada can al revés de como los recogí, primero a Chuby, luego a Princesa y Bonita, y por último a Rico.
Cuando salí del apartamento de Rico caminé hacia donde había visto al chico de hermosos ojos zafiro y descubrí que en aquel restaurante japonés tenían una vacante de mesera, decidí entrar a preguntar y ver qué tal estaba, quizá hasta tuviera la oportunidad de volver a verlo, de cerca y no a sus espaldas ni del otro lado de la acera, poder verlo de frente y si se podía a menos de un metro de distancia, un hombre de 30 años aproximadamente me explicó cómo era el trabajo, cuanto me pagarían y todo lo que me ofrecía, era genial. Tenía dos horas más al día que en la cafetería pero me pagaban mucho más, me daban dos días a la semana para descansar y en la cafetería solo tenía uno, me darían un uniforme y una capacitación para que aprenda a hacer las cosas y para que me aprenda el menú que daban, además aquí me dan propina y en la cafetería no tenía más que mi salario.
Le pedí una cita para hacer mi entrevista de trabajo, era el sábado al mediodía y debía llevar muchos papeles, aún no renunciaría en la cafetería, mi lugar de trabajo aún no estaba asegurado así que decidí arreglarmelas para conseguir una carta de recomendación, la señora Amalia me hizo una diciendo que soy muy buena como ayudante de costurera, envié algunos correos a mis antiguos empleos en mi país y conseguí un par, uno era de mi abuelita a quien había ayudado un tiempo cuando vendía comida, la carta la hizo uno de mis primos con las palabras de mi abuelita, de eso estaba segura; y la segunda carta era de mi antiguo profesor de fotografía, le había pedido ayuda para conseguir una carta para la universidad y ahora me ayudaba también para conseguir un empleo nuevo, en la carta decía que había sido su asistente por meses cuando en realidad era su aprendiz más que nada, aún así le agradecí por hacer aquello por mí, era algo que no podía pagarle.
El sábado llegó e hice mi entrevista, todo fue de maravilla, incluso conocí a uno de los pinches¹ y me agradó bastante, la mujer que me entrevistó dijo que en una semana o dos me dirían si obtuve el trabajo, para ser exactos fueron 11 días, sí los conté, y ese mismo día presenté mi renuncia en la cafetería, incluso me regalaron un pastelito por estar ahí dos meses. Leah, quien me había recomendado ahí, dijo que es más tiempo del que muchos logran mantener el empleo ahí, y vaya que tiene razón. Habíamos hecho una pequeña cena especial en casa de Leah con sushi que compramos en un supermercado, la señora Amalia había dicho que era algo especial, cuando llegamos a casa Leah y yo nos reímos porque ella no sabía la razón que yo me había ido a meter a trabajar ahí. Luego de la cena las dos nos metimos a terminar los deberes en la habitación y estaba esperando a que llegara el lunes, ese día comenzaría a trabajar.
—No comas ansias —me reí por qué ya le había pegado unos modismos en mi forma de hablar, Leah terminaba de ordenar su cama para acostarse y yo me hacía una trenza para dormir—. Cualquier día va a llegar a comprar y lo verás.
—No estoy ansiosa —hice un puchero con la nariz, eso le divirtió a Leah quien luego de acomodarse en la cama se me quedó viendo, era tan bonita que deseaba ser como ella.
—¿Y porque no quitas esa sonrisita de niña enamorada?
—Es tan hermoso —luego de terminar la trenza me puse una liga y me tumbe en la cama, me quedé así unos segundos mirando el techo estrellado pensando en esos hermosos ojos azules, después me giré para ver a Leah quien estaba escribiendo en su celular—. Ni ha de recordarme, y si lo hace será por culpa de Samie.
—Samie te llevó a él.
—Samie me hizo pasar una vergüenza con él —Leah se echó a reír y yo la seguí—. La luz sigue prendida, ¡Safo!
—Es tu turno —dijo al mismo tiempo que yo y ambas nos miramos con los ojos entrecerrados.