Bicolor

Capítulo 6

 

 

FÉLIX

 

En algún momento de mi vida, aprendí que la sociedad es como un rompecabezas. Un rompecabezas muy grande y muy cuadrado, donde todos somos una pequeña pieza con una sola función: encajar.

Yo era una pieza amarilla. Y Lisa era una pieza azul.

Teníamos cinco años. 

—¿Cómo te llamas? –recuerdo que fue lo primero que me preguntó. Tardé unos momentos en balbucear una respuesta, en voz muy baja.         

Pero ella sonrió diciendo que mi nombre le hacía pensar en un zorro.

—¿Hacemos el rompecabezas juntos?

Señaló el rompecabezas que me había tocado armar. Todos los niños debían compartir uno.

Asentí, mirándola sorprendido, y ella se colocó al otro lado para empezar a hacerlo por las esquinas. Muy lista, recuerdo que pensé. ¿Por qué no se me ocurrió antes? El salón del jardín de niños era aún un sitio nuevo para mí y me costaba, por entonces, interactuar con los demás.

Ok, vale: yo había sido uno de esos insoportables mocosos lacrimosos que echan siempre de menos su casa.

Pero gracias a Lisa, dejé de lloriquear en las esquinas.

Nunca la olvidaré. Era una niña dulce, de rostro gordito y pelo ondulado. Le gustaba arrugar la nariz por todo: cuando algo le costaba, cuando algo le hacía gracia, cuando algo de le daba asco. Me gustaba fijarme en esas cosas. A mis cinco años, yo era muy observador. Gracias eso conservo recuerdos bastante nítidos de aquella etapa de mi vida.

Curiosamente, mi memoria se volvió mucho más fotográfica tras la muerte de mis padres. Antes de ellos de todo era borroso, como si algo dentro de mi cabeza, de alguna forma, se hubiera ido también. Yo me transformé en una suerte de recién nacido.

Y la pobre Irene tuvo que lidiar con los fantasmas.

—¡Te lo presto!

Un día, Lisa colocó entre mis manos su muñeco favorito: un dragón azul llamado Pecoso. Ella sabía que me encantaba, gesto que agradecí con una sonrisa y un beso en la mejilla. Irene siempre me daba besos cuando yo hacía algo bien. También les daba besos a sus novios. Lisa había hecho algo bien y me gustaba como novia, así que el beso era una reacción lógica, pensé.

A ella pareció gustarle mucho, pues se rio y se le azuló tanto la cara que casi se le puso negra.

—¿Entonces desde ahora seremos novios? –me preguntó.

Asentí efusivamente y ella me abrazó. Lamentablemente, nuestro "romance" duró solo un día. La profesora, que pasó a nuestro lado justo cuando Lisa me decía que Pecoso sería nuestro hijo, se detuvo a escucharnos unos minutos, exhibiendo en sus gestos cada vez más incomodidad. Esbozó una sonrisa forzada, se agachó entre nosotros y nos explicó que solo podíamos jugar a ser amigos, pero no a ser esposos.

—¿Por qué no?

—Porque tú eres amarillo, Félix. Y Lisa es azul.

Lisa la miró mortificada. Yo, en cambio, seguía sin entender su lógica.

—¿Y si Félix fuera azul, podría ser mi novio?

—Claro, porque serían compatibles.

Lisa asintió con tristeza. Sin embargo, parecía aceptar sus palabras y encontrar en ellas un sentido que en mi cabeza era incapaz de configurarse correctamente. Empecé a sentirme incómodo. ¿Era yo el que estaba mal? ¿Qué estaba haciendo mal?

—Pero... —La maestra hizo un gesto negativo con el dedo—, ustedes aún son muy pequeños para pensar en romance.

Esa tarde, antes de que Irene me fuera a buscar, Lisa me dijo, con solemnidad, que no podíamos ser novios, pues no éramos compatibles. Le devolví su muñeco con tristeza, observando cómo corría hacia sus padres. Ambos eran azules. Los hombres la abrazaron con cariño, preguntándole algo. Luego uno de ellos miró en mi dirección y yo me apresuré a esconderme.

Al día siguiente, Lisa no me habló.

Nunca más volvió a hablarme.

Desde entonces, empecé a darme cuenta de que los azules, los amarillos y los rojos tenían una predisposición a juntarse con otros de su mismo color. Como piezas que intentan, de forma inconsciente, ir completando una suerte de puzle. Pero yo no me veía a mí mismo como una pieza de tetris, no me gustaba para nada el rompecabezas. A la mierda el rompecabezas.

Sentía que los moldes no se acomodaban a mí. Y así crecí: solitario y enfadado con todos.

 

~~~~

 

Para mi profunda desgracia, además de tener que sentarme a su lado, también tuve que topármelo en el taller de teatro. Igual me hacía gracia verlo allí, con esa cara de haberse comido una ciruela ácida. Un tipo tan soso como Morel estaba destinado a hacer el ridículo. Tal vez, si la profesora se apiadaba de él, le diera el papel de árbol o ardilla ocasional.

De todas formas, a mí tampoco me hacía ninguna gracia aguantarme el ramo de teatro. Se supone que es "opcional". Es decir: o eliges teatro o eliges química avanzada. Menuda mierda de democracia. Al final, todos los tontos del curso acabábamos allí. Algunos me miraban con preocupación y otros derechamente se colocaban en el punto más alejado del auditorio.



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En el texto hay: romance, lgbt, bisexual

Editado: 02.09.2020

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