No me podía dormir así cogí mi ordenador y me puse una serie de Netflix mientras me acomodaba en la cama. El despertador que tenía en mi mesita de noche decía que todavía quedaba una hora y media para ser mi cumpleaños pero ya notaba los nervios.
De repente me sobresalté con el ruido de la ventana chocando contra la pared. Al incorporarme vi que estaba abierta de par en par provocando que una ráfaga de viento moviera las cortinas. La observé extrañada ya que recordaba haberla cerrado.
Dejé el portátil a un lado, encendí la luz de la lámpara que tenía justo al lado del despertador y me acerqué a la ventana tropezándome de nuevo con mis botas. Los volví a colocar bien antes de asomarme al exterior. El viento soplaba en mi rostro pero no sabía que pudiera ser tan fuerte como para abrir la ventana, quizás estaba rota y tendría que decirle a papá que me la arreglara. Comprobé que estuviera bien cerrada varias veces antes de volver a la cama.
—¿Necesitas ayuda?
Di un grito ahogado al escuchar una voz masculina que provenía de mi habitación. Al darme la vuelta vi que en efectivo había a un chico que me observaba divertido con las piernas abiertas y cruzado de brazos. Mi garganta se secó y mi pulso se aceleró al ver quién era.
—Tú —susurré.
—Yo.
Era el mismo chico con el que me había cruzado por la calle al volver del Rick’s Café.
Ahora que lo tenía en frente podía observarlo más detenidamente pero seguía igual que cómo lo recordaba. Llevaba el pelo más largo por delante y más corto por detrás pero le quedaba de maravilla. Podía ver mejor su mandíbula marcada y esos labios perfectos de los que me costaba apartar la mirada. Y sus ojos seguían siendo igual de increíbles, de un azul intenso que electrificaba mi piel. Llevaba la misma ropa que antes: tejanos oscuros, camiseta negra y la cazadora de cuero negra. Le quedaba de miedo. Tenía un aire misterioso que me gustaba mucho. Nunca me había sentido tan atraída por un chico.
—¿Has terminado? —me preguntó con una ceja en alto. Yo me ruboricé.
—¿Quién eres?
—Soy Peter.
—¿Debería saber quién eres por tu nombre?
—No.
Entrecerré mis ojos mientras lo veía pasearse por mi habitación observándola con detenimiento. Cogió una pequeña caja de madera que usaba como joyero de encima de mi escritorio y se la acercó a la oreja mientras la movía suavemente. Yo me acerqué a él y se la quité de las manos y la volví a dejar en su sitio.
—Deja eso —siseé.
El chico se rio entre dientes mientras seguía observando el lugar.
—¿Cómo has entrado aquí?
—Por la ventana. —Su voz era grave provocando agitación en mi interior, una agitación que no sabía reconocer.
—Te he preguntado cómo no por dónde —dije entrecerrando los ojos sin perderlo de vista.
—Vaya con la sabelotodo —dijo dándome una sonrisa pícara lenta—, una sabelotodo muy sexy.
Peter tenía las pupilas de sus ojos brillantes cuando se quedó mirando fijamente mi estómago.
Al mirar hacia abajo comprobé que tenía la camiseta algo levantada y se me veía el ombligo. Mis mejillas se sonrojaron mientras intentaba bajarme inútilmente la camiseta ya que esta era corta y no había mucho que hacer. Levanté mi mirada tímida y vi que Peter no tuvo reparo en repasarme de abajo a arriba. Por suerte no había llegado a ponerme el pijama, llevaba unos calcetines, unas mayas negras ajustadas y una camiseta corta sin mangas.
Cuando llegó a mis pechos se quedó algo más de tiempo del necesario observando y mis pezones reaccionaron recordándome que no llevaba sujetador. Crucé mis brazos y apreté mi mandíbula, su escrutinio me estaba poniendo nerviosa.
—¿Has terminado? —repetí sus mismas palabras.
—Antes se te caía la baba con tu repaso, pensé que era mi turno. —Peter se apoyó en el escritorio con las piernas cruzadas sin perder ni un momento su sonrisa ladeada.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? —preguntó levantando una ceja—. ¿Si me ha gustado tanto como a ti? Probablemente.
—¿Qué cómo has entrado? —gruñí con los dientes apretados.
—Volando —dijo encogiéndose de hombros.
Mis dientes rechinaban en tensión, este tío se estaba burlando de mí y ya me estaba hartando de tanta estupidez. Si se creía que podía colarse en mi casa y ser un idiota lo llevaba claro.
—¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí?
—Quiero que vengas conmigo.
—Yo contigo no voy a ningún sitio ni aunque me pagaran.
Peter tiró la cabeza hacia atrás riéndose a carcajadas.
—Me gustas —afirmó.
—Tienes que irte o llamaré a la policía.
—No me voy a ir hasta que aceptes venir conmigo al País de Nunca Jamás, Wendy.
Nunca Jamás… ¿Qué es eso? Ese País no existe. Saqué un 10 en geografía así que sé de lo que hablo. Espera un segundo…