Bifurcación

Bifurcación I


Señor Prieto, hombre de bien, que no necesitó más que la brujería para que su vida se convirtiera en un terrible sufrimiento; comienza a experimentar un aspecto de su vida que no puede cambiar. Sus primeros síntomas frente al maleficio fueron los dolores de cabeza, la sensación de alergia en el cuerpo y el dolor indescriptible de huesos. Tras estos días de dolor, al ver que referente a la medicina su vida y salud eran optimas; accedió a una vidente. Ella se acercó e hizo estudios de maleficios, descubrió que este hombre, habría sido victima de la brujería practicada con muñecos vudú y que su vida ya no tenía salvación. También aclaró que este fue practicado por una mujer de su familia; su sobrina Loren, sin saber todo el daño que le haría a su familia, realiza este acto con ánimo de lucro, pues el dinero es lo que prima en su vida. Después de tanto sufrimiento, el señor Prieto fallece dejando un vacío en su familia, aún más fuerte en Loren.
Ingrid era su mejor amiga. Ella recuerda su testimonio, recuerda el día en que Ingrid le contó lo dura que era su vida y por lo que estaba pasando ahora… “No era feliz, siempre estaba sola. Era una niña y ya me exigían labores como a una mujer. No tuve un núcleo familiar tradicional, por ende, mi hogar era el de mis abuelos y yo no me sentía integrante de él. Mi madre Carmenza cuenta que su matrimonio fue un fracaso y por eso decidió separarse de quien es mi padre. Ella trabajaba mucho y me dejó al cuidado de personas que no me prestaban la suficiente atención. 
En el año mil novecientos ochenta, encontré mi felicidad al ingresar a la escuela. Me liberaba tanto, que creí que ese lugar era mi hogar. Pero esa felicidad era sólo fuera de casa. Aproximadamente en el ochenta y tres, mi madre conoció a Pasión, el supuesto amor de su vida. Un hombre silencioso, que ocultaba su verdadera intención y como su nombre lo describe, sus verdaderas pasiones.
Empezaron un romance y de dicha relación nació el fruto de su “amor”; mi hermano Pablo. En el ochenta y seis perdí la felicidad nuevamente, siendo él un niño inocente, su presencia hizo que mi vida cambiara drásticamente. El maltrato por parte de mis padres aumentó desde el nacimiento de mi hermano, pues mi comportamiento comenzó a no ser el mejor. Todos decían que Pablo era el preferido, que era el “hombrecito de la casa” y tenían razón; me sentía más excluida que nunca. En medio de ese sufrimiento perdí quinto grado, siendo de las mejores estudiantes, pues la forma en que todos me dejaron a un lado me hizo sentir la soledad en su máxima expresión. Comencé a llamar la atención de diferentes maneras, entre ellas, como más significativas, me comía las onces de mi hermano, descuidé mi aseo personal, salía de casa sin permiso, decía mentiras sin sentido y la más grave, tomaba el dinero que no era mío. Sin yo saber, estos actos empeoraron todo, pues las represalias se convirtieron en violencia.
Alrededor de mis diez u once años, en consecuencia, de mis muchas responsabilidades, mi cuerpo se veía de una niña de trece o catorce años, probablemente fue esto lo que hizo que el marido de mi mamá comenzara a verme como una mujer. 
Recuerdo esa mañana como si fuera ayer, aquella primera vez que él atentó contra mí. Mi mamá se dirigía al médico con mi abuelo, y me dejó al cuidado de su marido Pasión. Estábamos en casa, él se acercó y tocó de mi cuerpo sin explicación alguna, sus manos frívolas y ásperas sobre mí. Sus únicas palabras fueron que lo contara a mi nadie y mucho menos a mi mamá. El miedo se apoderó de mí, y por ello, le hice caso y no conté a nadie. 
Al pasar del tiempo, mi hermano fue creciendo y en una de sus fiestas de cumpleaños, pasó de nuevo. En un momento de la noche fui a dormir, y él llegó un rato después. Pasión me tocó de nuevo sin decir una sola palabra. Uno de mis tíos le vio acercarse a mí y fue detrás. Efectivamente se dio cuenta que él quería abusar de mí. Por ello entró a la habitación y después de encender la luz, empezó a insultarlo de tal manera que todos los que estaban en la fiesta se dieron cuenta; con enojo y odio, casi lo matan a golpes. Mientras, mi mamá, en su dolor de mujer, me gritaba y decía que era mi culpa, que yo le había provocado y que le iba a quitar el marido.
Fue muy doloroso para mí, porque a pesar de la situación y de los testigos, mi mamá seguía sin creerme, y día de hoy jamás se habla de eso.
A raíz de todo esto; corro, salto, y vuelo de niña a mujer. Me empieza a gustar el mundo; que está acompañado de sexualidad desenfrenada, alcohol, cigarro, desobediencia, dinero impuro e indisciplina. Perdí los pocos valores que recibí por parte de mi “familia”. Llegué a tal punto, que mi aseo personal no era lo que más resaltaba en mi vida; no lavaba mi ropa interior y no me bañaba. Llegando a una baja autoestima que no me permitía ser feliz. Mi primera intención de todo esto, era llamar la atención ya que sentía una carencia de amor impresionante. Debido a la indisciplina, después de muchas pérdidas, aprobé grado sexto; pero no sirvió de nada porque nunca concluí en bachillerato. Mis padres, Carmenza y Reimundo, me maltrataron física y verbalmente hasta el punto de dañar mi integridad como persona. 
Como era de costumbre, tomé un dinero de mi mamá. Me lo gasté con amigos, saliendo, comiendo, dándomelas de “rica”, sin saber las consecuencias que traería este acto. Físicamente, lo que más bonita me hacía sentir era mi cabello. Era largo, grueso, fuerte, brillante y lo cuidaba como lo más preciado de mi vida. Mi mamá sabía esto y al descubrir que había sido yo quien había tomado el dinero, su castigo fue tan abrupto que el miedo era mi principal sentimiento. Me amenazó con quemarme las manos, y casi me mata a golpes. Lo peor de todo fue cómo su rabia la incitó a cortarme el cabello a la medida de las orejas, sin estilo alguno y sin pronunciar una sílaba más. Con miedo y vergüenza me escondí debajo de la cama, me sentía desnuda, no me sentía yo. 
Al rato, llegó dizque mi novio, con quien me había ido a pasear días antes. Mi mamá lo había mandado a llamar para hacerle unas preguntas sobre el dinero perdido. Llegó a mi casa y yo aún estaba escondida, pero me tocó salir para darle la cara y terminarle. Tenía tanta vergüenza que no fui capaz de mirarle a los ojos. Después de esto duré 2 días bajo de la cama, sin comer, ni salir al baño; no me sentía capaz. Mi autoestima quedó más abajo del piso. Me llené de odio y rencor por mi mamá sin medir que yo también tenía malos comportamientos, estaba pensando sólo en mí.
A medida de todo este mal comportamiento; mi madre, viendo que ya no le hacía caso, empezó a exigirle a Reimundo, dizque a mi papá. Le pedía que se hiciera cargo de mí o que por lo menos ayudara a mi crianza. Empecé a ir a su casa más seguido, lo que implicaba doble golpiza, más maltrato psicológico, más desprecio. Llegaron al acuerdo de llevarme a terapia porque tenía muchos malos comportamientos y empecé a tener un trastorno de personalidad, en donde siempre mostraba lo que realmente no era. La verdad, esta medida no me sirvió de nada porque los psicólogos que me trataron llegaban a la conclusión de que mi caso era falta de amor, presencia familiar y asimismo consecuencia de la violación como trauma y mis padres no estaban de acuerdo con eso, ellos decían que era mi culpa y que me habían criado de la mejor manera. Sin saber que lo peor estaba por venir.
Ya con quince años, viviendo de la manera más hipócrita, mi mamá me enviaba donde mi papá con ánimo de interés económico. Estando allí conviví con el ser más maravilloso de toda mi vida, con el mejor recuerdo de mi infancia, con la mujer que me amó de corazón y me hizo ver que no todo era malo; y, a que, a pesar de la violencia familiar, existían personas como ella que me querían en su vida. Rumores de ella corren por ahí, dicen que era mala y que practicaba brujería. Pero mi abuela, conmigo fue el ser más radiante, ella me ayudó a brillar mientras la oscuridad me consumía.
Así como este espacio era de los más felices en mi vida por mi abuela Eliza, también era una cueva de tortura. Este hombre, al que no debería conocerse como mi padre me invitaba a ver películas, sin decirme que eran películas para adultos. Al principio quería dormir porque no me gustaba ese espacio, me sentía incomoda. Después de tanto tiempo me acostumbré a tal punto de que me gustase y permitir que abusara de mí, porque no hubo ningún tipo de agresión física, pues yo no entendía la magnitud de las cosas; ahora proceso la presión que él ejercía en mí, en mi inocencia como hija. Ese mismo día le expresé lo que pensaba, le dije que era aberrante y absurdo. Con muchas dudas en mi cabeza, me fui para mi casa, sentí mucho miedo de contar lo que había pasado así que no lo hice, sabiendo que él ya lo había hecho con una prima mía. Desde este día, nunca volví a ser yo, me desvaloré totalmente y el odio por mí misma, lo solté en los demás.
Yo era tan rebelde que mi mamá decidió meterme a una academia de sistemas como solución a mi indisciplina académica, pensando que lo iba a lograr sólo para conseguir un trabajo y ayudar económicamente en casa. Como compromiso, iba a las clases en Bogotá, Calle décima con veintidós Sur, dirección que me condujo a otro mundo. Mi mamá pagó el primer mes y confiando en mí, me dio el dinero para pagar la siguiente cuota, y como era de costumbre me lo robé. Por el miedo a la violencia por parte de mi mamá, no volví a casa, desconociendo la magnitud de esta decisión. Me quedé aproximadamente ocho días donde una compañera, pero su familia me dijo que me fuera para la casa, que hiciera las cosas bien. Pero el miedo me hizo tomar la misma decisión referente a otro compañero, pues me sentía libre; no quería regresar a casa. Luego de salir a hacer unas supuestas compras, regresé a la casa de este compañero que nunca me abrió. Al estilo película, en el andén de la calle, pasaron unos jóvenes, seis hombres y dos mujeres; siendo ellos mi grito de “libertad”.
En este espacio conocí a Chingua, hombre de 24 años con un corazón contaminado por la delincuencia y basura de Bogotá central. Él se convirtió en mi apoyo y refugio, pero también en mi oscuridad y verdugo. 
En medio de mi desesperación quería droga y como vi que él la consumía, le pedí; accediendo, probé la marihuana por primera vez. Ahí empezó mi “cuento de hadas”, pues me sentía más yo cuando mentía. Él comenzó a darme esa vida perfecta de lujos y al enamorarme, olvidé completamente a mi familia de sangre. Luego de unos días, me enteré de que no era comerciante como me había dicho, sino ladrón. En ese momento era lo que menos me importaba pues el libertinaje que vivía era lo mejor de mi vida; acostumbrándome al mundo de la delincuencia. Al pasar de los años, hicimos un hogar nómada, en donde vivíamos en hoteles y viajamos a diferentes lugares, siempre en el mismo mundo, corriendo con la suerte de que nunca fuimos a la cárcel. 
En uno de los viajes, estuvimos en la ciudad de Cúcuta. Conociendo su familia y su verdadera historia, me di cuenta de cómo la pobreza, lastimosamente, lo llevó a la delincuencia y la drogadicción. La fe de su familia era Pentecostal y desde aquel momento, Dios empezó a mostrarme su camino, pero yo, en mi rebeldía, elegí otro y es donde comienza otro de mis grandes dolores. El consumo de drogas más fuertes como el bazuco y aspiración de bóxer, me hacen tocar fondo.
En un momento de esta historia, quedo en embarazo. No recuerdo síntomas, por ende, nunca estuve segura. Estaba yo en una olla de drogadictos; empecé a consumir a eso de las once de la mañana y ya siendo las tres de la madrugada, me sentí exhausta y con una sensación de calor impresionante. Me dirigí a la habitación donde me estaba hospedando y al tomar una ducha con agua fría, sentí un fuerte dolor de estómago. Al sentirme enferma, con escalofríos sentí la necesidad de orinar. Fui al baño y al sentarme en el inodoro me llevo la sorpresa de que un bebé sale de mi cuerpo. No entendía qué estaba pasando, quedé atónita. Mi reacción fue sacarlo de ahí y ponerlo en la mesa de noche. Estaba muy formado, se podía diferenciar cada parte de su cuerpo. Llamé a mi auxilio a la recepcionista, y después de un proceso con la policía, medicina legal me dijo que había sufrido un aborto espontaneo. Mi bebé había muerto por explosión cardiaca debido a una sobredosis y su cuerpo sería estudiado. Erick Felipe, como lo llamé, es mi lucero y me acompaña siempre. Aproximadamente a mis diecisiete años, perdí a quien podría salvarme.
Luego de años de consumo junto a este hombre, nuestras vidas se convirtieron en una pelea constante de quién consumía más; pero un día, pasamos el límite. Él sin miedo alguno y sin medir sus actos por la cantidad de drogas que había consumido; me apuñaló la pierna. Mi reacción inmediata fue escapar y luego de sentirme mejor, me puse a pensar. Aquel día, supe que esto no era lo que yo quería. Aproximadamente a mis diecinueve años, tomé la firme decisión de cambiar mi vida. Fui consciente de dar el primer paso”. Luego de aquella vez que Ingrid abrió su corazón a Loren, estas fueron sus últimas palabras. Ella se alejó de todos sus amigos y de esa vida que la destrozaba.




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