Capítulo 4: reabrir heridas.
10 de septiembre, 2019.
Hoy no había ido a clase. Jhon había pedido cita con una psicóloga y como mi caso era urgente —y seguramente los contactos de Jhon ayudaban— habían transferido mis datos con rapidez. Más de la habitual, desde luego. En España tardaban siglos, bueno, siglos no, pero meses incluso años podría ser. La psicología aún estaba muy estigmatizada y no se le daba la importancia merecida y por ende, la seguridad social no ofrecía tan buenos servicios.
Frente a nosotros hay dos edificios gemelos, uno a cada lado de nosotros y dos puertas automáticas que se abren cuando detectan a una persona. Nosotros nos dirigimos hacia el de la derecha y ahí Jhon pregunta por la consulta de psiquiatría y psicología. Mi padre está algo nervioso y lo noto cuando en repetidas ocasiones y de manera más que disimulada limpia sus manos —posiblemente sudorosas— en la tela del pantalón de su traje.
Esperamos apaciblemente al ascensor hasta que llega y junto a un par de personas más subimos. Pica el número 3, hay 5 pisos según entiendo por los botones accesibles en el ascensor.
Llegamos a nuestra planta y él sale sin problema alguno, a mí me cuesta más; no tengo su indiscutible presencia que hasta daba la sensación de que la gente se apartaba para dejarlo pasar, además hoy me había despertado con cierto dolor en el muslo y mis movimientos eran un poco más lentos. Me cuelo por donde puedo y vuelvo a estar a su lado.
Las paredes de la estancia son blancas, una de ellas está decorada por algunos dibujos infantiles. Otra tiene un montón de diplomas y de títulos oficiales otorgados a los profesionales.
Un teclado suena con constancia y tras una pantalla se entreve a una mujer de unos cuarenta años atendiendo a las personas que así lo requieren mientras les informa de cuándo tendrán que volver.
Seis puertas cerradas nos rodean, imagino que serán las consultas. Parece un bufé de psicólogos en vez de los de abogados.
Un escalofrío me recorre por la espalda, me sentía un poco extraña y ridícula. Temía que una psicóloga me juzgara y eso estaba mal. Pero salir de mi zona de confort me costaba, al menos para ciertos temas. Probablemente la que se encargaría de mí sería conocida de Jhon y eso no me parecía ni ético, ni profesional ni me gustaba.
Mi periodo me vino hace dos días y tenía todos los sentimientos alborotados. Estaba muy sensible, muy llorona, también mis hormonas están muy alteradas. Soy un volcán en erupción y me sentía desganada y sin fuerzas para nada.
Me dolían bastante los riñones y tenía angustia continua, casi todos los meses pasaba igual.
Una de las puertas se abre y veo al chico alto de la otra vez. Saluda a mi padre con un enérgico estrechón de manos y luego repara en mí.
—No os parecéis en nada, desde luego. —Me gusta su manera de pronunciar las palabras, las suaviza, hace que el alemán suene hasta bonito. No sé de dónde será, pero tiene un acento precioso.
Jhon ríe y le pregunta algunas cosas, me da opción a verle su perfil y dios santo, es precioso, tiene unos ojos un poco hundidos y azules con motas grisáceas que le hace tener una mirada hipnotizante. Lleva el pelo desordenado, esta vez no se lo ha peinado. Es de tez bastante clara y alto, es muy alto, pero no parece larguirucho y raquítico, seguramente haga entrenamientos. Tiene un pequeño rastro de perilla que a otro le podría dar un toque de descuidado, pero que a él le da cierto potencial. Sus facciones están muy marcadas.
Jhon se disculpa cuando empieza a sonar su teléfono escapándosele un improperio antes de atender la llamada.
—Manuela Schrödez, por fin nos conocemos como es debido. —Sonríe de manera ladeada.
—No te conozco —Apoyo mis manos en las caderas—. Y es Nela. ¿Tú eres?
—Narciso —Se pasa la lengua por los labios—. Di mi nombre, Manuela.
—¿Qué? ¡Es Nela! —Alzo un poquito la voz y alguna que otra persona nos mira.
Esto ha empezado de una manera ridícula.
—¿No vas a consentirme? —Hace un puchero con los labios.
Vaya tío más raro.
—Narciso. Ya está, ¿contento?
—Por el momento, sí —Saca una cajetilla de tabaco y se pone un cigarro detrás de la oreja—. Thomas tenía razón, eres muy española.
—Para mí es un cumplido.
—Se le olvidó mencionar lo preciosa que eres —Roza su brazo con el mío cuando pasa por mi lado—. Nos vemos pronto, Manuela.
Joder, es guapísimo. Y muy extraño. A partes iguales, sin lugar a duda.
Niego con la cabeza y apoyo la espalda en una de las paredes.
—¿Schrödez Garsia Manuela? —La voz de una mujer me asusta pues se ha vuelto a abrir la puerta de al lado. La misma donde estaba ¿Narciso? antes.
Busco a Jhon con la mirada y no lo encuentro. Trago fuerte y con nervios me acerco a la señora y me invita a pasar.
—Soy la Doctora Dabrowska, si te hace sentir en mayor confianza puedes llamarme Odetta. ¿Te importa si te sigo tuteando? —Niego, prefiero un clima más cercano a uno impersonal—, ¿te gusta que te llame Manuela o prefieres otra cosa?